Ana Lía tiene poco más de cinco meses de nacida. Falta tiempo para que logre dar sus primeros pasos o balbucear alguna que otra palabra. Quizá sea dentro de algunos años una pelota de baloncesto el mejor regalo de cumpleaños para ella.
También falta tiempo para que comience a cavilar y entender del sacrificio de los deportistas, la entrega por la camiseta y el valor de una guerrera como su mamá. Tal vez hasta el adjetivo tampoco consiga precisar lo excelso de Anisleidy Galindo Martínez.
Tres meses después de dar a luz, tomó el balón en sus manos y regresó a la cancha, ese espacio rectangular en el que es tan feliz. Su equipo de Vuelta Abajo necesitaba a la zurda prodigiosa, requería de sus mejores canastas y el liderazgo único que le imprime sobre el tabloncillo. No vaciló en el llamado, y a menos del 30% de acondicionamiento físico acudió, y cumplió con Pinar del Río en el Torneo Nacional de Ascenso. Sus «muchachas» estarán en la próxima Liga Superior de Baloncesto.
Márgaro Pedroso escuchó del suceso. Sabía que para optar por un resultado decoroso en los Juegos Panamericanos, tendría que contar con sus servicios. Fiel a esa estirpe, volvió. Y lo hizo como si el tiempo no pasara, como si la falta de preparación no hiciera mella en su juego, como si le fuera la vida en ello.
Setenta y cuatro puntos registró Galindo en Santiago 2023, la única que alcanzó soberbios dígitos en el renovado plantel antillano. Lesionada salió del último partido por el bronce ante Argentina, auxiliada por dos compañeras e hincada en la vergüenza deportiva, esa que no le hizo temblar al decir: «estuvimos cerca, pero no se pudo».
Quería la medalla como hace ocho años en Toronto. De seguro, mucho jugaría con ella entre sus minúsculos dedos la pequeña Ana Lía. No obstante, gozará de la mejor presea que se puede acuñar: los encestes del cariño de mamá. (ALH)