No creo que me acostumbre nunca a la vida de la ciudad. Hoy cuando cuestiones de trabajo me trajeron hasta esta urbe entre ríos y puentes, extraño frecuentemente la tranquilidad de mi pueblo.
La ciudad ajetreada en su día más tranquilo, me sumerge en una realidad llena de guaguas, cláxones y rostros desconocidos.
En los pueblos pequeños como lo es el mío todos nos conocemos, me detengo en cada esquina para interesarme por la salud o la felicidad de mis coterráneos. El aire es fresco y el sol alumbra con más fuerza.
Los días en la ciudad no me dan tiempo a veces a mirar el color del cielo, todo va tan a aprisa que apenas me percato de que Matanzas se convirtió en mi hogar hace ya más de un año.
Yo una guajirita de pura cepa, con mucho orgullo ello, aprendí el número de las rutas de guagua, a vestir apropiado para el diario y hasta a veces descubro en mi voz la jerga citadina y me creo parte de esta vorágine llamada por muchos la Atenas de Cuba. Me contagié de la magia de sonreir a los desconocidos y despertar con los pitos de los carros.
No creo que me acostumbre nunca a ala vida de la ciudad pero admito que esta urbe, relativamente pequeña, se alza majestuosa ante mis ojos, al punto de haberme robado el corazón.
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