Luka Modric debió morir en el anonimato de la guerra. Fue refugiado, hijo de la adversidad y tuvo que ver, con los ojos de un niño de seis años, como fusilaban a su abuelo.

Así partió su vida, con dolor, sangre y guerra, augurando cualquier cosa menos un futuro de luz. Pero el fútbol, ese invitado de piedra que aparece en la vida de un niño en forma de cemento, calles y pelotas, cambió el futuro.

Considerado como uno de los mejores centrocampistas del presente siglo, Modric cumplirá 38 años en septiembre venidero. Foto: Oscar del Pozo / AFP / Getty Images.

Luka vivía en hoteles de acogida y jugaba en los estacionamientos. No solo jugaba, se divertía, algo que pareció prohibido durante años.

El padre, un mecánico de guerra, acompañaba su entusiasmo. Su mamá le cosía la ropa y le alimentaba el sueño. Él, Luka Modric, jugaba con el balón en los pies.

Y así se le fue la vida, detrás de una pelota. Primero en Croacia, un paso por Bosnia-Herzegovina, para retornar y ser campeón en Zagreb. Después Inglaterra y la historia que conocemos del Real Madrid.

Luka Modric, tras perder la final de la Nations League ante España. Foto: Reuters.

El niño que debió morir en la guerra y que tiene en la retina grabada la muerte de su abuelo, escribió una historia de talento y títulos. Incluso se dio el lujo de ser el mejor jugador del mundo en la era de Messi y Cristiano Ronaldo. Además, se volvió héroe nacional de su país, al liderarlo a la final del mundial en 2018, al bronce en 2022 y otra medalla de plata en la Liga de las Naciones. La vida lo dejó sin títulos con su bandera, y uno pensaría que es cruel, pero para alguien que debió morir en la guerra, todos los días son un regalo, y él lo sabe. (ALH)

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