En ocasiòn del 329 aniversario de la ciudad de Matanzas publicamos el trabajo del periodista José Miguel Solis del año 2012 quien entrevistó al historiador matancero Arnaldo Jiménez de la Cal, recientemente fallecido.
De alguna forma Matanzas, que debe la génesis de su nombre al enfrentamiento entre colonizadores y aborígenes en el distante 1510, parece mantener como común denominador de querellas y enfrentamientos en pleno proceso de constituirse ciudad.
Aunque intrigas y rivalidades son tan viejas como el ser humano, Matanzas fue fruto en sus orígenes de alguna que otra imposición de la corona o, en el peor de los casos, del capitán general en funciones, Francisco de Manzaneda, para ser más exactos.
El historiador matancero Arnaldo Jiménez de la Cal, comenta que el primer acto de imposición bien pudo ser el de “enviar bien a rajatablas” en mayo de 1693 y desde La Habana, a 30 familias canarias a poblar la ciudad en proyecto.
Luego vendrían algún que otro percance, puesto que como era costumbre, se escogía el domingo para la liturgia y el acto fundacional de los nuevos emplazamientos de la corona en la Isla, y ese domingo de 1693, correspondiente a octubre sería el marcado como el onceno.
¿Entonces, por qué surge la ciudad un doce de octubre, por más decir, lunes?
Jiménez de la Cal, comenta que el 10 de octubre llegó el Gobernador de Cuba y su comitiva, pero en ella no vino el Obispo; quien arribó al día siguiente. ¿Qué motivó que viajaran por separado, cuando el simple hecho de trasladarse era casi una hazaña, en la que el sentido común indicaba viajar bien custodiados y en cerrada formación?
El problema se agrava un tanto, cuando al llegar el prelado el domingo, día de oficiar la misa, se entera que se han deslindado calles y algunos solares, pero no el lugar donde se levantaría la iglesia. “¿Fue un olvido, o una velada querella entre los dos más altos funcionarios de la Corona?, se pregunta el historiador matancero”.
En la misa fundacional, el Obispo, ni corto ni perezoso; propuso con grandilocuencia que el nuevo asentamiento llevase por nombre el de San Carlos, por el Rey; Severino, por el Gobernador y Diego, por sí mismo. Y es entonces que ocurre algo interesante, casi el puntillazo que pudiese confirmar la vieja querella entre los más altos representantes del gobierno español.
Resulta, como lo expresa el historiador yumurino: “ Al hablar el Gobernador y de esta forma oficializar el nombre de la ciudad en el acta capitular, la reconoce como San Carlos y San Severino de Matanzas y con esta “aparente omisión”, desestima la propuesta del Obispo San Diego, y con ello, propina profunda ofensa al prelado que en honor de la verdad, viajó desde La Habana, para encontrarse que luego de recién fundar la ciudad de Matanzas, en la que apenas tuvo un sitio digno para la misa, se quede, sin su nombre para ofrecerlo a la posteridad”.
Quizás algún día un afortunado investigador encuentre en los Archivos de Indias la respuesta, o al menos evidencias de esta interesante discrepancia que llevó a registrar oficialmente a esta ciudad como San Carlos y San Severino de Matanzas, así, sin un tercer nombre, aquel que le fue acallado al obispo San Diego.
José Miguel Solís Díaz/Radio Rebelde