Hace tres años, Christian Eriksen se murió en el debut de la Eurocopa. Literalmente dejó de respirar. Se desplomó al suelo el ariete de Dinamarca y tuvieron que reanimarlo en la cancha.
El capitán de ese equipo, Simon Kjaer, corrió 50 metros para sostenerle la lengua y girarlo. Cuando llegaron los paramédicos, hizo una muralla con sus compañeros para bloquear las fotos inescrupulosas. Al borde de la cancha, la esposa de Christian lloraba desconsolada y el mismo Kjaer la fue a consolar.

Eriksen salió en camilla, pero con los ojos abiertos, y ahí empezó la recuperación. Fueron horas, días y meses de frustración y esperanza, soñando con volver a vestirse de corto. Lo logró y aquella dramática jornada se volvió una anécdota en una historia inolvidable.
Hoy, mil cien días después de ese infarto, Eriksen volvió a debutar por la Eurocopa. Lo hizo con el corazón orgulloso y anotó el primer gol de Dinamarca, haciéndole un guiño a la muerte y diciéndole que está más vivo que nunca. Algunos dicen que el fútbol es solo un juego, pero el fútbol, esencialmente, son historias de vida que se escriben a través de un balón.
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