El 17 de abril de 1861 fueron descubiertas, de forma accidental, las cuevas de Bellamar.

En 1861 Matanzas se encontraba en el cenit de su esplendor cultural. Un año antes había sido aclamada como la Atenas de Cuba. El hallazgo de las cuevas de Bellamar vino a confirmar su condición de tierra elegida por la belleza de su naturaleza, la riqueza de su economía y la inteligencia de sus hijos. Rápidamente el interés por conocer la maravilla recién descubierta se hizo patente.

La belleza de las cuevas se integró al orgullo local de forma inmediata. En 1865, el naturalista y médico Manuel J. Presas clamaba con euforia

“Por un valle preciosísimo como el de Yumurí; por una vega bellísima como la del San Juan; por unas cuevas maravillosas como las de Bellamar; que son productos naturales y no cuesta trabajo obtener”.

Entrada actual a las cuevas de Bellamar. Foto de Roberto Machado Noa.

Son conocidas las circunstancias que rodearon el descubrimiento de las cuevas de Bellamar por Manuel Santos Parga. Lo que aún no se ha dilucidado lo suficiente quién hizo la primera descripción de la gruta. Algunos plantean que fue el poeta y maestro Emilio Blanchet, de quien José Victoriano Betancourt mencionó “…un artículo de notable mérito y copioso de poesía, sobre sus impresiones de la cueva…”. Entre los primeros en visitarla estuvo el agrónomo Álvaro Reynoso, que la calificó como “Maravilla de las Maravillas”.

Descripciones famosas

Para los matanceros, las descripciones más célebres de las cuevas de Bellamar fueron las escritas por José Victoriano Betancourt y Eusebio Guiteras. La de Betancourt se publicó en la revista Cuba Literaria, en 1862, con el título “La cueva maravillosa en Bella Mar”. Después apareció en forma de libro en 1863, como Descripción de la cueva de Bella Mar, en Matanzas. También pudo ser leída en la revista española La América, en los números del 26 de febrero y el 13 de marzo de 1870.

En este texto, Betancourt recogió las impresiones de la segunda ocasión en que visitó la cueva, con merecida fama por las bellezas que encerraba. La calificó como “…la novena Maravilla del Mundo” y presentó las apuntaciones que hizo, auxiliado por Domingo Ruíz y Antonio Guiteras Font. Aunque sus mediciones topográficas no fueron del todo exactas, también dejó plasmadas interrogantes científicas. Al concluir expresó:

“…todos los espléndidos iris de la imaginación más poderosa y creadora no son bastantes a dar una idea de aquella inmensa copia de portentosas cristalizaciones…”.

El educador matancero Eusebio Guiteras fue el autor de otra popular descripción, contenida en el folleto Guía de la Cueva de Bellamar. A guide to the Cave of Bellamar, publicado en Matanzas en 1863. De carácter bilingüe, tuvo otras ediciones y es considerada la primera guía turística impresa en Cuba. Hay que destacar que la parte en inglés no es exactamente igual a la que le antecede en español, pues posee detalles dirigidos a estimular la visita de extranjeros.

Portada de la Guía de la Cueva de Bellamar publicada por Eusebio Guiteras. Archivo del autor.

Por ejemplo, aclaró que se cobraba un peso por entrar, lo cual incluía un guía y mechones para la iluminación. También presentó los precios de un caballo y una volanta, desde Matanzas hasta la entrada de la cueva. Señaló además que la visita duraba de 2 horas y media a tres horas. Al finalizar, destacó el alto número de visitantes que

“…se han llegado a la Cueva de Bellamar, ansiosos de contemplar una de esas obras raras que Dios se complace en presentar a los hombres para elevar su espíritu”.

Un extracto de la Guía de la Cueva de Bellamar se publicó en la Guía Oficial de la Exposición de Matanzas (1881). Al respecto se reconoció que:

“…habiendo visitado nosotros las cuevas acompañados de la Guía del Sr. Guiteras, observamos que es tan poco notable la variación que se nota entre lo que este Sr. escribió el año de 1866 y cuanto hoy existe, que casi no haríamos más que repetir si formásemos una guía propia”.

Una polémica

Uno de los autores que reprodujo la descripción de Guiteras, aunque no de forma exacta, fue el español Jacobo de la Pezuela. Lo hizo en el cuarto tomo de su Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico de la Isla de Cuba (1866), donde cometió el error de plantear que las cuevas de Bellamar se localizaban en el valle de Yumurí. Defensor a ultranza del dominio español sobre Cuba, después de transcribir el texto del matancero llamó la atención sobre este párrafo:

“A los pocos pasos se llega a una altísima bóveda sin otro adorno que sus bellas proporciones, bajo la cual se alza, derecha y delgada una larga estalagmita llamada LA LANZA DE HATUEY”.

En la parte en inglés del libro de Guiteras se añadía otra oración:

“The passage has taken the name of this Indian chief, famous in the early history of our Island, on account of a slender, well proportioned stalagmite that rises under a high vault, called HATUEY’S LANCE”.

Para Pezuela, mencionar a Hatuey en una cueva matancera era algo inadmisible:

“En esta descripción nada se dice que justifique la etimología de algunos nombres de las galerías y otras localidades de la Cueva de Bellamar. Aceptables son por caprichosos que sean, los llamados Galerías del Lago, Banco de Nieve, Lago de las Dalias, Lámpara de don Cosme y casi todos los demás. Pero no puede admitirse que a cierta estalagmita que se destaca en una de las bóvedas más internas de la cueva, se la haya apellidado la Lanza de Hatuey, que fue uno de los caciques indios que huyeron de Haití en la primera época de su conquista por los españoles. No consta en ninguna tradición que habitase nunca en el territorio encabezado hoy por Matanzas. Solo se sabe que guerreó un par de meses con los castellanos de Diego Velázquez por la parte más oriental de la Isla, en las asperezas que median entre Baracoa y Santiago. ¿Qué se propuso pues, con ese capricho el que llamó Lanza de Hatuey a aquella piedra? No pudo ser más que glorificar la ignorada memoria del primer indígena que fue insurgente en Cuba, con mucho más motivo que todos los que después, sin imitarle en el valor, intentaron imitarle en sentimientos, porque Hatuey era indio, y los demás insurgentes, hijos o descendientes de españoles fueron por desgracia”.

Un resumen de la descripción de Guiteras fue incluido por Pezuela en el libro Crónica de las Antillas (1871). En esa oportunidad, aunque mencionó la “Lanza de Hatuey”, no hizo ninguna crítica a esta denominación.

Jocosidades de Don Junípero

Don Junípero fue una revista, publicada en La Habana por el periodista y pintor español Víctor Patricio de Landaluce. La publicación se definió como “Periódico satírico-jocoso con abundancia de caricaturas”. En el número del 31 de mayo de 1863, se publicó “Carta de un chino residente en La Habana a un compatriota suyo que se halla en Amoy”. Allí puede leerse un párrafo, que demuestra la creciente fama de las cuevas de Bellamar:

“Si llega á tus manos un folletín publicado en Matanzas con la firma B., inserto en la Aurora del Yumurí y titulado «Las cuevas de Bellamar», no lo leas Hoang-Jou, porque tras de ser una ración de opio que a ti no te gusta, a pesar de ser chino, no habla más que de las estalactitas y de Paris y no se ocupa ni un ápice de esas famosas cuevas que ya estoy rabiando por visitar”.

Dos de las caricaturas publicadas en la revista Don Junípero. Archivo del autor.

Además, en ese mismo número de la revista aparecieron cuatro caricaturas alusivas a las cuevas de Bellamar, todas en forma jocosa. Se inspiran en el texto de Betancourt, quien señaló que se bajaba por una escalera de madera y comentó que en algunos lugares había que caminar bien agachados. También en la forma de algunas cristalizaciones observadas en la cueva.

Las otras dos de las caricaturas publicadas en la revista Don Junípero. Archivo del autor.

La descripción de un general mambí

La revista estadounidense Harper’s New Monthy Magazine, en su número de noviembre de 1870, publicó el artículo “The cave of Bellamar”. Su autor, el cubano Federico Fernández-Cavada Howard, era Mayor General del Ejército Libertador y en esos momentos se encontraba luchando por la libertad en la manigua cubana.

Federico Fernández-Cavada en una foto con uniforme del ejercito de Estados Unidos. Archivo del autor.

Fernández-Cavada alcanzó el grado de Teniente Coronel del ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión, en los Estados Unidos. Regresó a Cuba tras el final de esa contienda y de inmediato tomó parte en los preparativos del alzamiento de Las Villas. Se levantó en armas el 6 de febrero de 1869 y fue conocido como “General Candela” por sus tácticas guerrilleras. Murió fusilado el 1 de julio de 1871.

La descripción está acompañada de nueve ilustraciones, entre ellas del viaje en volanta hacia Bellamar, de hermosos cristales y de la célebre “Lámpara de Don Cosme”, además de diferentes lugares de la espelunca. Es muy probable que el autor de esas estampas haya sido el mismo Fernández-Cavada, quien era un hábil y reconocido dibujante.

Dibujo de cristalizaciones de las cuevas de Bellamar que aparecen en la descripción de Federico Fernández-Cavada. Archivo del autor.

La descripción es realmente hermosa y demuestra que su autor era un hombre de ciencia. Al comenzar, expresó:

“La Cueva de Bellamar, aunque descubierta hace apenas unos años, ya goza de fama mundial. Hoy en día, ningún visitante de Cuba deja de visitar este maravilloso palacio subterráneo, inigualable, quizás, por la grandeza de sus masas estalactíticas y el exquisito detalle de sus sobrias decoraciones. De fácil acceso desde La Habana por ferrocarril y preparada de forma cómoda y segura para recibir visitantes, compensa con creces un día de ausencia del bullicio de la capital”.

Dotado de un poderoso poder de observación, señaló:

“…nuestra atención se centra constantemente en la gran variedad de fósiles raros incrustados en las paredes y el techo. Este último consiste en un estrato de conglomerado amarillento. Entre otros restos, se encuentran moldes de conchas de ostras, algunas de las cuales miden quince centímetros de largo y un ancho proporcional. También hay moldes de equinos o erizos de mar, algunos de hasta dieciocho centímetros de diámetro. Las especies de ostras que se encuentran en la isla rara vez superan los cinco centímetros de largo, y generalmente se encuentran adheridas en grupos a las raíces enmarañadas de los manglares a lo largo de la costa (…). Los erizos de mar que se encuentran actualmente en la isla rara vez superan los siete o diez centímetros de diámetro. Estos moldes nos transportan a una época remota”.

Dibujo del Guardián del Templo en la descripción de Federico Fernández-Cavada. Archivo del autor.

Al finalizar, no ocultó la admiración que sintió:

“…hemos pasado una mañana entera en estos reinos de misterio subterráneo, y al subir la escalera hacia el pabellón y contemplar de nuevo la clara y blanca luz del cielo, y respirar una vez más el aire puro e inmaculado del mundo exterior, no podemos sino confesar que nos sentimos de muy buen humor, una vena de buen humor con la que se mezcla gratamente esa sana emoción que siempre experimentamos tras la contemplación de las maravillas de la naturaleza, incluso cuando nuestra exploración ha estado asociada a una sensación de peligro”.

Otras descripciones

En 1867 el periodista español José Pérez Moris visitó el ya famoso lugar. Había estado radicado en La Habana, pero después pasó a Puerto Rico, donde dirigió el Boletín Mercantil de Puerto-Rico. En las páginas de este periódico dio a conocer, el 6 de agosto de 1871, el artículo “Las cuevas de Bellamar”, fechado el 26 de junio de 1867. Este autor comete errores al plantear que fueron descubiertas por un negro en los años 1865 o 1866.

Presentación y primera parte del artículo de José Pérez Moris en el Boletín Mercantil de Puerto-Rico. Archivo del autor.

Al presentar el artículo, Pérez Moris aclaró que había sido publicado anteriormente en un periódico de Cárdenas. Consideró las cuevas de Bellamar una “…magnífica obra natural…” y “…obra digna de ser vista por todo aquel que ame la contemplación de la naturaleza en todo lo que tiene de bello y de grande”. Destacó que una parte se alumbraba con gas y lamentó el daño del humo en el resto de las galerías. Reconoció que estaba “…aturdido con tanta grandeza y belleza natural reunidas en las entrañas de la tierra…” y que describir la cueva “…no está al alcance de ningún humano idioma”.

También la visitó Samuel Hazard, quien dio a conocer sus vivencias en el libro Cuba with Pen and Pencil (1871). Para este estadounidense, visitarlas era la «…mayor atracción…», para el viajero de paso por la ciudad. En el libro aparecieron dos grabados de lugares emblemáticos de las cuevas: el “Templo Gótico” y la “Fuente de Nieve”. Acerca de la belleza del lugar añadió:

«Esta cueva de Bellamar es como un sueño de tierra de duendes, con sus trasgos y bellas hadas en franca diversión al son de suave música; y uno casi espera ver aparecer de las sombras alguna adorable ondina o hermosísima náyade».

En 1886, el español Francisco Peris Mencheta, incluyó una descripción de las cuevas de Bellamar en su libro De Madrid a Panamá. Las consideró dignas de ser visitadas “…por los amantes de las bellezas de la naturaleza”. Sobre el acceso subterráneo al lugar escribió:

“Se penetra en las cuevas por un caserón destartalado y feo, en donde se exhiben estalactitas y estalagmitas de las arrancadas furtivamente por atrevidos touristas o desprendidas de las bóvedas por efectos naturales”.

Acerca de la necesidad de tomar medidas para cuidar el recinto, añadió:

“…deben desistir de emplear antorchas, que ennegrecen y ensucian las galerías de poca elevación y no alumbran debidamente las más altas bóvedas, y encender luces de bengala que suplan con ventaja a aquellas. El efecto será más grandioso y mayor la limpieza”.

“Bien han hecho los propietarios de las cuevas en proteger los sitios más pródigamente favorecidos por la naturaleza con jaulas y vallas de hierro. Es la única manera de impedir que desaparezca la belleza que las adorna”.

A su vez, en el libro Viaje a América. Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago, México, Cuba y Puerto Rico (1894), el ingeniero español Rafael Puig y Valls, le dedicó el capítulo “Matanzas. La Cueva de Bellamar y el Valle de Yumurí”. Comentó ampliamente sobre lo que calificó de “…prodigio de la naturaleza…” y declaró su admiración ilimitada:

“…el espectáculo que ofrece al viajero resulta encantador. La naturaleza ha tenido en Bellamar de Matanzas la coquetería de formar una cueva de cristal purísimo, en cuyas facetas se descompone la luz, arrebolándolas con todos los colores del arco iris”.

El impacto humano

Además de ser una maravilla natural, las cuevas de Bellamar fueron un rentable negocio. Fue público y notorio que Manuel Santos Parga, su dueño tras el descubrimiento, vendió numerosas cristalizaciones, lo mismo a particulares que a museos de la época. José V. Betancourt mencionó “…el museo de preciosidades que tiene y vende a los visitantes”. También escribió que había ejemplares extraídos de las cuevas en el museo de Nueva York y en el de Madrid, llevados estos últimos por el Duque de la Torre. Confesó incluso haber recogido algunas muestras, aunque consideró que eran de “poco mérito”.

En la guía de Guiteras se planteó la existencia de carteles en varios idiomas, donde se exhortaba a no dañar la cueva. No obstante, denunció que eso no había sido suficiente para que algunos arrancaran valiosas cristalizaciones, “…sin consideración al menoscabo que a los mismos visitadores resulta, de la destrucción de piezas preciosas y tal vez únicas”. En 1881 podía leerse un letrero escrito en inglés, francés, alemán y español, que decía:

“Se suplica a los señores que visiten estas cuevas que no rompan ni maltraten las finas y delicadas estalactitas que tanto los realzan. El dueño de estas sorprendentes Cuevas tiene un depósito de las más preciosas estalactitas escogidas entre las que sobresalen por su raro mérito, y las cuales venderá a precios módicos”.

Al mismo tiempo, las cristalizaciones de las cuevas de Bellamar fueron, y son, objetos codiciados en exposiciones, museos y colecciones particulares. Varias muestras del lugar estuvieron presentes en la Exposición Universal de París de 1867, a donde los Escolapios de Guanabacoa remitieron un ejemplar de cal carbonatada romboédrica. Por su parte, Manuel Santos Parga envió una muestra “Cal carbonatada cristalizada y estalactítica de las cuevas de Bellamar en las inmediaciones de Matanzas”.

En el Museo de Historia Natural fundado por la Sección de Ciencias del Liceo de Matanzas en 1866, se exhibieron ejemplares rocosos extraídos de las Cuevas de Bellamar. Entre las donaciones recibidas estuvo “un prisma de caliza de las cuevas de Bellamar”, aportado por Joaquín Barnet. Sebastián A. de Morales donó “Una muestra de gran tamaño, muy escasa, de carbonato de cal cristalizado de las Cuevas de Bellamar”. Fragmentos similares entregaron la niña María Presas y la poetisa Catalina Rodríguez.

De acuerdo con el Catálogo general de la Exposición Histórico-Americana de Madrid (1893), evento celebrado en 1892 en conmemoración de la llegada de Cristóbal Colón a América, las cuevas de Bellamar también estuvieron representadas. Se exhibieron varios grupos de formaciones cristalinas “prismáticas”, otros cristales “romboédricos” y una muestra de carbonato de cal “estalactítico”.

En cuanto a daños sufridos por las cuevas de Bellamar, la historia recoge, como hecho más lamentable, lo sucedido el 10 de marzo de 1872, cuando marineros ingleses le ocasionaron graves destrozos. Una comisión, formada por los naturalistas Francisco Jimeno y Manuel J. Presas, y el arquitecto Pedro C. del Pandal, evaluó los perjuicios ocasionados. Del informe elaborado es este fragmento:

“…las Grutas de Bellamar han perdido un tanto su armónica magnificencia, y aunque su grandiosidad está muy por encima de los deterioros que han sufrido, los viajeros encontrarán siempre y con profusión bellezas que admirar”.

Grabado que apareció en la revista La Ilustración Española y Americana. Archivo del autor.

Este acontecimiento tuvo amplio reflejo en la prensa. En la revista La Ilustración Española y Americana, del 24 de abril de 1872, el escritor Cesáreo Fernández condenó lo que denominó como un “acto salvaje”, “…perpetrado por los marinos de esa gran nación que pretende da lecciones de cultura a todas las otras”. El artículo se tituló “Asalto a las cuevas de Bellamar”. Se hizo acompañar de un grabado del “Templo Gótico”, que después reprodujo la revista española El Bazar en 1874. Esta es, quizás, la ilustración de las cuevas de Bellamar que más se ha divulgado.

En los mismos términos se manifestó Miguel Rodríguez Ferrer en su libro Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba (1876), cuando afirmó:

“Hace poco que he leído en los periódicos de Cuba que la marinería de un buque de guerra inglés se había permitido hacer grandes destrozos en estas nuevas cuevas llamadas de Bellamar, profanando así estas bizarras creaciones de la naturaleza, cuyo acto no lo creo propio de hijos de una nación tan civilizada”.

Centro turístico

Las cuevas de Bellamar son el centro turístico más antiguo de Cuba. Ha estado más de 160 años en funcionamiento y recibido miles de visitantes cubanos y extranjeros. En los textos que escribieron, tanto José V. Betancourt como Eusebio Guiteras dan fe de la activa afluencia de público desde aquellas fechas iniciales. Durante algún tiempo Manuel Santos Parga llevó un libro donde recogía las firmas e impresiones de los que acudían al lugar.

Anuncio de un viaje desde La Habana a las cuevas de Bellamar en el periódico La Discusión, 29 de diciembre de 1912. Archivo del autor.
Foto de la carretera hacia las cuevas de Bellamar en 1929. Archivo del autor.

Grandes personalidades de Cuba y otros países han estado en las cuevas de Bellamar. Muchas de estas visitas han quedado recogidas en la historia, como la del general Ulysses S. Grant, héroe de la Guerra de Secesión, en 1880. Sin embargo, es poco conocido que mucho antes estuvo el general William Sherman, otro de los victoriosos jefes de las fuerzas norteñas en esa conflagración. Lo hizo el 20 de noviembre de 1866, según se informó en la Aurora del Yumurí dos días después, acompañado de los naturalistas Sebastián A. de Morales y Manuel Presas.

Incentivar el turismo, tanto nacional como extranjero, era el objetivo de obras como la Guía de la Exposición de Matanzas (1881), donde se informó que se cobraban dos pesos por persona. También el Directorio de Matanzas, publicado por Arturo Falcón en 1887, aportó a los interesados una amplia explicación acerca de las Cuevas de Bellamar, su historia y características. En la prensa cubana y extranjera de la época se mostró con profusión los detalles de las excursiones al renombrado sitio.

Foto de la salida de una excursión hacia las cuevas de Bellamar desde el Hotel París, en la calle Tirry. Publicada en Cuba y América, 1906. Archivo del autor

En 1949 el sitio se declaró Monumento Nacional. Un año antes, el 4 de marzo de 1948, el periódico Noticas de Hoy informó que la Delegación de Matanzas de la Corporación Nacional de Turismo anunció que las cuevas de Bellamar estaban abiertas al público. Una actividad importante se realizó el 15 de noviembre de 1952, cuando las visitaron los delegados al Décimo Congreso Nacional de Historia.

Noticia sobre las cuevas de Bellamar publicada en el periódico Noticias de Hoy, el 4 de marzo de 1948. Archivo del autor.

Los aportes científicos

Junto a los aspectos históricos y curiosos vinculados a las cuevas de Bellamar, han estado los de carácter científico. Ha sido objeto de investigaciones espeleológicas y paleontológicas de gran significado para la ciencia cubana y mundial. Numerosas personalidades han dedicado esfuerzos a desentrañar sus misterios. Por esta razón, la bibliografía científica sobre las cuevas de Bellamar es copiosa.

Una de las primeras comunicaciones de este carácter sobre las cuevas la hizo George E. Roberts en 1863, en “The cave of Bellamar”. Se publicó en la revista científica inglesa The Intellectual Observer y fue reproducido en  The Eclectic Magazine of Foreign Literature, Science, and Art. Puede citarse además el reporte “Cuba’s mammouth cave”, que apareció en el Boston Evenning Transcript en mayo de 1899. «Les Grottes de Bellamar», fechado en 1910 y publicado en el Bulletin du Muséum National d’Histoire Naturelle, de Francia, fue enviado por Paul Seire, cónsul de Francia en La Habana y corresponsal del Museo.

En los estudios acerca de la célebre caverna matancera sobresalió Antonio Núñez Jiménez, quien se graduó de doctor en Filosofía y Letras en 1951, con la tesis Estudio espeleológico de la Cueva de Bellamar. Al año siguiente la dio a conocer en el libro La cueva de Bellamar. Enriquecido por décadas de investigaciones, en 2015 se publicó La cueva de Bellamar, por la Editorial Científico-Técnica. Es el volumen 21 de la colección Cuba: la naturaleza y el hombre, que recoge la inmensa producción científica de Núñez Jiménez.

Portada del libro de Antonio Núñez Jiménez. Archivo del autor.

Más reciente se publicó El golpe milagroso: descubrimiento de las Cuevas de Bellamar (2022), escrito por Ercilio Vento, Yaniuska Ortiz y Esteban Grau. En sus páginas se hace justicia a don Manuel Santos Parga, figura imprescindible en la historia de las cuevas. Además, el libro contiene valiosa información sobre la labor de la Sociedad Espeleológica de Cuba en la exploración y conocimiento de la caverna, desde la generación fundadora hasta los miembros actuales.

Portada del libro de por Ercilio Vento, Yaniuska Ortiz y Esteban Grau. Archivo del autor.

El nombre de este volumen se inspiró en el poema “Las cuevas de Bellamar (Leyenda cubana)”, escrito por el poeta peruano José Santos Chocano. Esta composición, dedicada por su autor al matancero Bonifacio Byrne, narra que un cacique, loco de amor, dio muerte a una virgen, que después se transformó en la cueva de Bellamar, hasta que sucedió el descubrimiento en 1861:

“Siglos después, el golpe de un hierro milagroso

descubre tal encanto, perturba tal reposo;

y la gruta va abriéndose, húndese en ella el Sol

y sube una escalera, del fondo, en caracol”.

Y agregó el poeta sobre las cuevas de Bellamar:

“En esta gruta hay algo de noche honda y callada,

en que no se percibe transcurrir el momento.

Quédase en esta gruta suspensa la mirada;

y hasta la vida se hace borrosa como un cuento…”.

 

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