El 23 de enero de 1954 la joven poetisa Carilda Oliver Labra y el insigne maestro y naturalista Salvador de la Torre y Huerta, recibieron la Medalla de Matanzas. Transcurridos 70 años, la reconocida psicóloga Carolina de la Torre nos ofrece, desde el amor filial por su abuelo, sus consideraciones sobre este acontecimiento.

Siete décadas después de este hecho que los unió, Carilda Oliver es presencia viva en Matanzas, pero Salvador de la Torre es casi un desconocido.

«Cierto, y, por eso mismo, gracias infinitas por esta oportunidad.  Tiendo a pensar en ese olvido por tres razones: la primera es que mi abuelo falleció hace casi 70 años y Carilda nos acompañó casi hasta hoy. La segunda es la pérdida paulatina de ciertas tradiciones como eran los anuarios escolares o las asociaciones de exalumnos y profesores, que construían y conservaban las memorias. Por último, pienso en la desidia y la pérdida de sentido de pertenencia e identidad, el descuido por la historia de la pedagogía republicana donde abundan figuras e instituciones que no sólo merecen atención, sino hasta veneración.

«En cuanto a responsabilidad, he decidido hace años que, como familia, me toca enmendar más que reclamar. He tratado de rescatar en mis trabajos -lo mismo científicos que literarios- mi legado familiar.

«Mi padre escribió un documentado trabajo que quiso publicar en una revista pedagógica, pero no se logró. El nombre del aún inédito escrito es Salvador de la Torre y Huerta: un maestro de alma evangélica.  De esa falta de apoyo en ese empeño yo también me siento culpable hoy. Afortunadamente, lo entusiasmé para que presentara en el evento Identidad y subjetividad, en 1998, una ponencia sobre los hermanos Carlos y Salvador de la Torre y Huerta y su importancia en la forja de las escuelas públicas cubanas.

«No obstante, de mi abuelo se sabe muy poco a pesar de que los recortes de prensa sobre él llenan más de tres o cuatro carpetas. Ni siquiera aparece en Ecured, y ya tengo el escrito, pero no lo he sabido subir.

«Salvador de la Torre fue uno de los maestros más brillantes, innovadores, patriotas y reconocidos por su labor de más de medio siglo al servicio de la educación y de la ciencia, porque fue también naturalista como su hermano, el sabio Don Carlos de la Torre.  Ha trascendido, especialmente, por la creación de una Republica Escolar en la Escuela 37 del Cerro durante su periodo como director, desde 1909 hasta 1914.

«En esa escuela se formó Rubén Martínez Villena, y se inició como líder al ser consecutivamente vicepresidente y presidente, desde 1910 a 1912, de ese gobierno estudiantil. Abuelo Salvador fue también profesor, director y fundador de varias obras, pero este fue su empeño más novedoso.

«Debido a la labor de mi abuelo como director, al fundarse la Republica Escolar se redactó una Constitución, se establecieron períodos presidenciales, se celebraron elecciones escolares y se constituyeron los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. También se fueron conformando las normas y dependencias de la institución. Cada aula, por ejemplo, era una provincia con el nombre de un héroe de la independencia, al igual que cada uno de los amplios corredores de aquella antigua mansión era considerada una avenida con algún nombre patriótico.

«Fueron muchos los logros que se alcanzaron mientras los niños, con placer y casi jugando, adquirían valores cívicos y humanos en las actividades de ese centro. Así sucedió con el control de la disciplina y las sanciones, la biblioteca, el huerto, la revista escolar Orto, la conmemoración de las fechas patrióticas, los premios, así como el apoyo a otras instituciones y a los más desfavorecidos de la comunidad.

«En muy poco tiempo, como se pudo apreciar en la prensa de la época, la República Escolar comenzó a recibir visitas, elogios y reseñas en la prensa (Diario de la Marina, La Discusión, Revista de Instrucción Primaria, Cuba Pedagógica, El Comercio, etc.). Por solo citar algunos comentarios, podemos decir que se calificaba la escuela como “una de las más importantes de La Habana”; “una escuela que ejerce una acción educativa excelente”; “floreciente escuela”; “escuela donde se aprecia la pedagogía moderna”; “una cívica institución”.

«También el director y los maestros recibieron cálidas felicitaciones de destacadas figuras y medios de prensa del país. Uno de los merecidos elogios a la Republica Escolar apareció en la sección Pedagogía, del diario El Comercio, donde se dijo que «la escuela 37 es acaso la mejor de la Republica”.

«Después de 1914, mi abuelo dedicó 10 años al Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara, donde fue también fundador del estadio, del Jardín Botánico, de escuelas primarias y de una publicación donde escribió crónicas y compartió poemas de su inspiración. Ya en Matanzas, desde 1924 hasta su muerte en 1956, poco antes de sus ochenta años, se consagró por entero al Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas y al desarrollo cultural de su ciudad natal, donde se convirtió casi en una celebridad.

«Por sus escritos científicos y docentes, por el amor de sus alumnos, por sus poesías, por fundar en su casa, con su hijo Bernabé, la primera emisora de radio matancera; por su ejemplo de patriotismo y honradez y por su carácter de cubanazo total, creo que no hubo en esos tiempos una personalidad más querida y admirada en la ciudad.»

¿Cómo supo de este hecho histórico que vinculó a su abuelo, ya en su venerable ancianidad, con una joven escritora en pleno ascenso creativo?

«Desde que nosotros, los cuatro hijos de mi padre, tuvimos uso de razón, nos acostumbramos a escuchar de nuestros padres, de los tíos y de los primos, historias y leyendas familiares del abuelo Salvador, del tío Carlos, de las generaciones de naturalistas y maestros de la familia, así como del respeto y veneración de Alfredo de la Torre y Callejas por sus antepasados de ambos lados. Resaltaban, por el lado Callejas, las historias de Johanna Meitzler, su abuela alemana y por el lado paterno, la cantidad de científicos y maestros como su abuelo Bernabé.

«Hablar largo de eso sería interminable, pues el apellido De la Torre llegó a Cuba casi detrás de Cristóbal Colón (y está documentado). De esa manera, saber de Salvador y de Carilda, de la amistad de ambos y de lo que pudieron compartir, no era algo desconocido para mí. Pero muy lejos estaba yo de los detalles y tesoros a los que me aficioné en 2023.

«La culpa ha sido siempre una compañía latente o manifiesta para mí. Por eso, desde la muerte de mis padres -en 1996 y en 2002- he sentido una necesidad inmensa de no dejarlos morir; ni a ellos ni a los que ambos quisieron honrar.  Entre esos asuntos, por el lado de mi padre, estuvo siempre su necesidad de publicar sobre su tío Don Carlos y sobre su olvidado padre, Salvador. Entonces empecé a abrir y «ordenar» cajones que en realidad desordené para volverlos a restaurar. Y allí entré en detalles sobre los homenajes de Matanzas a mi abuelo Salvador.

«Fueron varios, pero ninguno tan «apoteósico» y «emotivo» como el del Teatro Sauto junto a Carilda Oliver en 1954. Con los recortes de prensa y la papelería nada más, son decenas de artículos para leer y clasificar. No creo que Matanzas, antes, hubiese visto un derroche de publicidad como aquel. Nadie importante faltaba en el teatro, nadie más tampoco habría cabido allí. He dedicado tanto tiempo a estas historias últimamente, que cada vez que alguno de mis hijos llamaba para saber de mí, Abel decía: Mi mamá está con la cabeza metida en un cajón.»

¿Cuál fue la repercusión que tuvo la entrega de la Medalla de Matanzas en 1954?

«Desde el verano de 1953 se divulgó en la prensa de la ciudad el homenaje que se empezaba a gestar. No había dudas: los premiados en el Centenario de Martí tenían que ser Carilda y Salvador; es decir, la poetisa y destacada intelectual Carilda Oliver y el naturalista y maestro Salvador de la Torre.

«Se le dio seguimiento a la noticia hasta el día 23, en que se ratificó en la prensa matutina el lugar, programa, la hora, los artistas invitados, el público y la gran expectativa de la ciudad. Se anticipó y se cumplió con creces el pronóstico de que iba a celebrarse «el más grande homenaje que jamás había visto esa ciudad». Y así fue. Después el regocijo y el orgullo de los matanceros, pues Matanzas seguía siendo lo que siempre fue.

«Pasaron días y hasta semanas y volvían a aparecer noticias o reseñas del acontecimiento. No sólo en Matanzas, sino en periódicos nacionales como el Diario de la Marina, El Mundo y algunas revistas importantes. Matanzas brilló como solo la Atenas de Cuba lo sabía hacer. Yo misma, en lo que llevo de vida, nunca he visto cobertura mayor, no solo de la prensa escrita, sino de la radio y la incipiente televisión.»

¿Qué significación posee para nuestro tiempo la entrega de la Medalla de Matanzas a estas dos figuras tan significativas con una obra tan diferente?

«Esta pregunta me encanta y yo misma me la hice cuando escribí un breve texto para otra publicación que saldrá por este aniversario también. Creo que nos recuerda, por un lado, que la cultura no es el arte y la literatura, sino todo el saber. Por otro lado, que en la República hay mucho valor olvidado, donde, además de los patriotas, artistas y escritores más reconocidos, hubo muchas personas decentes, defensoras de la cubanía, que consagraron su vida al sueño de construir una mejor nación.

«Aquí recuerdo unas palabras de Don Carlos que para mí abuelo fueron también inspiración y que mi padre siempre repitió: Sean nuestros libros de texto cubanos, por autores cubanos, con ejemplos cubanos, tomados de nuestros patriotas, de nuestras guerras libertadoras, de nuestra hermosa naturaleza. Evitemos que libros extranjerizantes deformen nuestra nacionalidad. Eso lo practicaban tanto los hermanos de la Torre (todos) como Carilda Oliver.

«Yo escribí ayer mismo para OnCuba, que lo común de ambos, aparte de las diferencias en edad, profesión y trayectorias, era mucho más fuerte que lo que aparentemente los diferenciaba. Los dos eran adorados por su ciudad:  toda Matanzas los conocía y los leía en la prensa local. Ambos tenían en común, aunque en diferente prioridad, el magisterio y la poesía, además del amor por Matanzas y por la cubanidad. Mi abuelo y Carilda eran simpáticos, pizpiretos, populares, y en cierto sentido en términos más actuales, eran promotores culturales, aglutinadores y símbolos de identidad.»

¿Alguna otra consideración?

«Solo la suerte de haberme encontrado contigo y tu disposición para dar a conocer esta historia, de haber conocido de tu amor por Matanzas y por la educación. También agregaría que me satisface mucho hacer esta entrevista por mi padre, por mis antecesores de tantos naturalistas y profesores, y por mi extensa familia cubana actual, descendientes de los de la Torre y Huerta y de los Callejas Meitzler.  Amantes todos – sí, creo que todos hasta hoy- de la naturaleza, de la historia de Cuba y todos orgullosos, además de estudiosos, de nuestra tradición familiar.

«Muy agradecida por ayudarme en mi deuda con mi abuelo y mi papá.» (ALH)

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