Acabo de leer ¡Peso Pluma llegó a mi barrio!, comentario del periodista Arnaldo Mirabal, publicado recientemente por el periódico Girón. El sujeto de referencia con epíteto de boxeador, posiciona simultáneamente 25 temas en la lista de Hot Latin Song. Así lo asegura el diligente comentarista, como simple advertencia de lo que puede sobrevenir. La globalización cultural y la hiperconectividad hacen el milagro, sugiere.

Milagro, sí, pero construido. Hay que tener bien engrasadas todas las cuerdas de la sugestión y la imposición de gustos y preferencias, para alcanzar semejantes resultados gracias a un público que se reduce a simples receptores acríticos y las pretendidas academias, cómplices del proceso colonizador.

Intentos de escapar a las tendencias establecidas se han manifestado desde siempre, conscientes o no del desacato. La llamada contracultura, entendida como aquella que se legitima al margen del mercado y de los medios de comunicación, lo intentó una y otra vez. Pero una y otra vez la gran industria se apropió de sus voces para desmovilizarlas o castrarlas de su espíritu rebelde, convertidas en elementos de la propia maquinaria.

Paulo FG, uno de los principales exponentes de la música popular bailable en Cuba. Foto: Ariel Cecilio Lemus/Granma/Cubadebate.

Recordemos la insurgencia de The Beatles, The Rolling Stones y otras agrupaciones, que en los sesenta marcaron una ruptura con la música y las normas sociales de la época. En poco tiempo la gran industria dominó la producción musical, impuso su sistema de estrellas y convirtió en fetiches sus ropas, calzados, el corte de pelo y hasta el modo de conducirse y pretender el amor.

Así funciona hasta el presente, aunque no se cumpla la condición contracultural ni en sus propuestas iniciales, cuando nacen subsumidas por las leyes de la industria y el mercado.

Con estas valoraciones no doy crédito a la inutilidad del empeño descolonizador. Todo lo contrario, asumo la inmensa complejidad de la tarea.

Como he dicho en comentarios anteriores, repitiendo algunas ideas de Abel Prieto, la tarea no admite dilaciones, pero tampoco metas y compromisos temporales.

No voy a ocupar la atención de los lectores con una extensa relación, siempre incompleta, de las manifestaciones de la colonización. Por demás, instituciones como la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Casa de Las Américas y otras muchas en el país y en el mundo, las tienen bien identificadas.

La prioridad que ha dado nuestra política cultural al tema de la descolonización se manifiesta en el nacimiento de nuevas entidades que sumaron sus esfuerzos a este empeño.

Pero quiero referirme a unas pocas que proliferan a ojos vistas y dada su naturaleza, no cabe dilatar su enfrentamiento.

Abel Prieto nos ha dicho que enfrentar la colonización cultural demanda un trabajo inteligente, persuasivo, donde no caben censuras ni prohibiciones. Ya conocemos el encanto de las frutas prohibidas.

Lo anterior supone que no se trata de andar por ahí a la cacería  de brujas. Entiendo la misión como un conjunto de acciones sistémicas.  Sin embargo, acepto con Mirabal la puntualidad con que la mala música llega a nuestros barrios.  Me pregunto qué debemos hacer, en tanto el sistema finalmente funcione eficazmente.

No me detendré en la música con que muchas veces amenizan las fiestas infantiles, incluidas las celebraciones en algunas escuelas y círculos infantiles. Tampoco las que seleccionan los sonidistas en espera del inicio de cualquier actividad pública. De todos modos los organizadores y responsables están allí, aunque no parecen estar al tanto. ¿Acaso desconocen el bodrio que están cocinando? ¿Lo disfrutan tal vez?

Los gustos musicales de la juventud varían, amén de adeptos o cuestiones estéticas.

En cambio, escuchar los temas que usualmente acompañan los servicios de algunos bares y restaurantes, me llama la atención. Son lugares públicos, pero de propiedad privada. Siempre me pregunto por la existencia de las normativas que antes regularon los contenidos y hasta el volumen de la música utilizada en esos lugares. ¡Se escucha cada cosa!

Unos cuantos ofrecen espectáculos a donde asisten figuras reconocidas de nuestra cultura. Esos, pasando por encima de los precios habituales, no ocupan al comentarista, al menos en esta ocasión.

Espectáculos hay que se anuncian a todo bombo. Con profusión de recursos que llegan a invadir el espacio de todos. Por estos días proliferan los pasquines, que en cualquier poste del alumbrado público te venden sorprendentes espectáculos. Casi siempre con palabritas inglesas al uso, que denotan cierto “calentamiento” de la oferta. ¡Seguramente hacen alusión al verano!

Faltas ortográficas incluidas y dejando a un lado las ingenuidades, los anuncios incluyen fotos de muchachas apetecibles, con regalías para las solteras u otra suerte de propuestas. Los juegos que se anuncian, muchas veces no rebasan la simple copia de similares comerciales venidos desde otras latitudes. ¡Puro ingenio!

Los patrones de consumo de las sociedades alrededor del planeta se desplazan a los nuevos medios, y donde antes reinaba la televisión o la radio, se posicionan internet y los dispositivos móviles.

Sin ánimos de estropearle a nadie el entretenimiento, voto por concebir una oferta capaz de llenar vacíos manifiestos y contribuir a la formación de gustos más edificantes. Tampoco imponerlos, al fin y al cabo los que imponen sus modelos son otros y apenas nos enteramos. Descarguemos, pero tengamos cuidado con las intoxicaciones.

Sobre filmes, seriales y otras propuestas, podremos hablar en otros comentarios.

Me sumo a la batalla desde mi modesta trinchera, aunque entendemos que algunas regulaciones deben hacerse cumplir con mayor premura. Y que cuando lleguen al barrio las propuestas de cualquier supuesto Peso Pluma, no falte la ofensiva, en buena lid, de cualquiera de nuestros pesos completos. Sin abusos, eso sí. (ALH)

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