Carlos de la Torre y Huerta fue uno de los científicos cubanos más reconocidos internacionalmente. El pasado 19 de febrero se cumplieron 75 años de su fallecimiento y hoy 15 de mayo es aniversario de su natalicio.
El guía lo miraba con ojos incrédulos. No podía creerlo. ¿Cómo se atrevía aquel forastero a cuestionar la clasificación de esos caracoles de las Indias Occidentales? ¿Acaso no había sido revisada por autoridades de reconocido prestigio? Le llamaba la atención la forma en que se refería a esos animales. Tal parecía que hablaba de sus hijos o de un familiar muy cercano, con un cariño entrañable de enamorado. Lo dejó concluir la erudita explicación. No se debía interrumpir en el Museo Británico. Después dijo: “con todo respeto señor, además del director de este museo, sólo hay alguien en el mundo capaz de rectificar esos errores. Es cubano y se llama Carlos de la Torre y Huerta”. El visitante no hizo caso. Sonrió y su imaginación voló a su infancia. A su niñez feliz en las márgenes del río San Juan, en Matanzas, en Cuba.
A la orilla del San Juan
En 1858 la ciudad de Matanzas, y el territorio circundante, estaban en la plenitud de su desarrollo económico y cultural. Ese año, el 15 de mayo, nació en la calle Río, Carlos de la Torre y Huerta. Las bondades del entorno natural influyeron en su futura dedicación a las ciencias naturales, como investigador y profesor, particularmente a la malacología. Existían amplias posibilidades para satisfacer la infantil curiosidad y dedicarse a la recolección de minerales, rocas, fósiles, plantas y animales. Décadas después, su nombre era titular en periódicos y revistas de todo el mundo.

El núcleo familiar de Carlos de la Torre estaba conformado por su padre, Bernabé de la Torre Fernández, y su madre Rosa de la Huerta y Roque de Escobar, además de once hermanos. Su padre era maestro en el afamado Colegio La Empresa y fue una influencia determinante en su vida. Así lo expresó en 1921, al reconocer que había “Nacido en un ambiente saturado de enseñanza…”. Realizó los primeros estudios en importantes colegios matanceros, como el afamado Colegio La Empresa, y también en el Colegio Los Normales, fundado por su padre en 1869.

Después ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, que fue clausurado por las autoridades en 1871. Entonces continuó estudiando en Los Normales, donde tuvo como maestros a Guillermo Gyssler y Gaspar Hernández, quienes le enseñaron el arte de la taxidermia y la conservación de animales. En este colegio se inició como profesor, aunque no de manera directa, pues fue como ayudante de su padre. En 1874 obtuvo el título de Bachiller en Artes, con notas de sobresaliente en todas las asignaturas y matriculó en la Universidad de La Habana.

Dos años más tarde, Carlos de la Torre debió regresar a Matanzas enfermo de paludismo. Este hecho posibilitó su dedicación exclusiva como docente al Colegio San Carlos. Durante esta etapa de vinculó a la Sección de Ciencias del Club de Matanzas, de la que fue secretario. En la revista de esta institución publicó, en 1880, el artículo “Breve exposición del darwinismo”. Este trabajo, escrito cuando solo contaba 22 años, fue una temprana evidencia de su pensamiento científico y de la defensa del darwinismo como teoría biológica. En 1881 presentó en la Exposición Internacional de Matanzas la muestra “Colección completa de conchas de la isla de Cuba”, por la que obtuvo una medalla, primer galardón que recibió en su larga vida.
Los maestros
En su temprana juventud, Carlos de la Torre recibió el magisterio fecundo de dos figuras relevantes de las ciencias naturales cubanas: el célebre erudito matancero Francisco Jimeno y el reconocido investigador y pedagogo Felipe Poey. De la Torre comenzó a visitar a Jimeno en 1873, para recibir clases particulares. Esto le permitió consultar libros en su biblioteca y ejemplares naturales de su museo particular. Fue Jimeno quien lo motivó por el estudio de los caracoles, junto al malacólogo cubano Rafael Arango. Jimeno, además, elaboró la carta de recomendación a Felipe Poey cuando matriculó medicina en la Universidad de La Habana en 1874.

Desde ese año, Poey estableció una sólida relación afectiva con Carlos de la Torre. Le recomendó, incluso, la revisión de manuscritos sobre peces ciegos y la determinación de nuevas especies de moluscos. Las lecciones de Poey y los métodos que utilizaba, dejaron una profunda huella en el joven naturalista. Motivado, realizó los ejercicios para ayudante preparador de Física y Química y conservador del Museo de Historia Natural en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. En 1880 matriculó la carrera de Ciencias Naturales en la Universidad de La Habana, aleccionado por el ejemplo de su anciano maestro. La relación se profundizó al ingresar como profesor de la Universidad de La Habana. Con tal fin se presentó, en 1884, a los ejercicios de oposición a la cátedra de Anatomía Comparada, con el tema: “Anatomía comparada de la columna vertebral”. El tribunal estuvo presidido por Poey, quien declaró:
“…he aprendido mucho durante la disertación, y al tener que hacerle observaciones por un deber reglamentario, me felicito de ello, porque me proporciona la ocasión de aprender más… (…) Estoy satisfecho y lo que es más convencido, porque he de advertir, que yo opinaba, antes de oírle, de una manera contraria… (…) felicito a la Universidad que puede contar en su seno a un profesor de tan altas dotes…”.

La estrecha relación maestro-discípulo establecida entre Poey y De la Torre, pudo evidenciarse nuevamente a propósito de la incorporación del joven matancero a la Real Academia de Ciencias de La Habana, el 12 mayo de 1889. Su discurso de ingreso trató sobre “Consideraciones anatómicas acerca de los manjuaríes”. Correspondió a su maestro Felipe Poey pronunciar el discurso de contestación, durante el cual declaró su admiración por el científico matancero:
“Mucha satisfacción me ha causado ver de esta suerte rectificada por mi discípulo mi opinión particular y la del profesor Agassiz, en la determinación de seis huesos de la cabeza del Manjuarí. El acierto con que aplica a esta cuestión los conocimientos adquiridos en Filosofía Zoológica, lo ponen tan alto en mi concepto, que no temo ser tachado de adulación diciendo que se ha labrado a sí mismo una corona, donde el coro de los naturalistas inscriba su nombre. ¡Joven atleta, noble soldado de la ciencia, yo, humilde veterano te saludo, y de ti me despido. Sea tu vida larga; sean tus días prósperos; brilla con el astro que nos ilumina; calienta con tus rayos mi tumba fría!”.
El largo camino de la ciencia
El 22 de septiembre de 1881, Carlos de la Torre obtuvo el título de Licenciado en Ciencias Naturales, por la Universidad de La Habana. Alcanzó, además, el premio extraordinario con Matrícula de Honor para realizar el doctorado en la Universidad Central de Madrid. Allí se graduó de Doctor en Ciencias Naturales el 6 de noviembre de 1883. El tema que presentó fue “Distribución geográfica de los moluscos terrestres de la Isla de Cuba en sus relaciones con las tierras vecinas”. Desde entonces, Carlos de la Torre sobresalió por su desempeño como profesor e investigador en ramas de las ciencias naturales, particularmente la malacología, la paleontología y la arqueología.

Después de unos meses como catedrático en el Instituto de Segunda Enseñanza de Puerto Rico, donde publicó el libro Programa de la asignatura de Historia Natural con principios de fisiología e higiene (1884), se incorporó al claustro de la Universidad de Habana. Estuvo entre los fundadores y redactores de las revistas científicas La Enciclopedia y Revista Enciclopédica, que vieron la luz en 1885. Realizó, en 1890, un viaje de exploración científica por Puerto Rico y zonas orientales de Cuba, comisionado por la Real Academia de Ciencias de La Habana. Al regresar, expuso los trabajos realizados ante la institución habanera.
En noviembre de 1895 se vio obligado a emigrar a Francia, debido a la situación política. Debido a su ausencia del país fue despojado de su cátedra universitaria el 25 noviembre de 1896. Aunque en 1898 los profesores exiliados fueron invitados a ocupar sus puestos por el gobierno autonómico, De la Torre se negó a ello y se mantuvo en el exilio, junto a los emigrados revolucionarios. Además de su permanencia en Francia, donde fue tutor de Pedro Estévez Abreu, hijo de los patriotas Luis Estévez y Marta Abreu, viajó a Estados Unidos y México en 1897. En este último país impartió clases de ciencias en el Liceo Francés, Chihuahua. Una vez finalizada la guerra en 1898, regresó a Cuba en compañía de su familia. El 31 de diciembre fue reincorporado a su cátedra universitaria.

En marzo de 1899, Carlos de la Torre estuvo entre las personalidades que fundaron el Partido Nacional Cubano, defensor de la independencia de Cuba. Sería nombrado alcalde de La Habana por esta agrupación política y electo miembro de la Cámara de Representantes en 1901. Se destacó en la oposición a la imposición a Cuba de la Enmienda Platt. El 20 de mayo de 1902 ocupó su escaño como miembro de la Cámara de Representantes, cuerpo que presidió en 1904, en su tercera legislatura.

Vuelto a la patria, se sumó a los esfuerzos por establecer un sistema de escuelas públicas en Cuba. Con ese objetivo dio a conocer, en la revista La Escuela Moderna, la serie de artículos “Reformas al plan de estudios”. En 1899 integró la Junta de Educación de La Habana e impartió clases en la Institución Libre de Enseñanza. Un año más tarde asumió como catedrático en la Universidad de La Habana, de acuerdo al nuevo plan de estudios, y participó en la fundación de la Cátedra de Antropología. A partir de 1901 dirigió al grupo de autores del Manual o guía para exámenes de los maestros cubanos. Lo mismo hizo en 1902 con la publicación de los diferentes volúmenes de la Biblioteca del Maestro Cubano.

Editó textos para la enseñanza, como Principios de educación moral y cívica (1902), de Rafael Montoro, y Nociones de historia de Cuba (1904), de Vidal Morales. En 1904 comenzó la impartición de conferencias de extensión universitaria en la Universidad de La Habana, que se extendieron hasta 1920, en las cuales trató temas relacionados con la enseñanza y los resultados de sus investigaciones. También inició la publicación de libros de texto para la escuela primaria, como: Libro primero de lectura. Método fácil para enseñar a leer (1904), Tratado elemental de geografía de Cuba para uso de las escuelas (1905), Primeras lecciones de lenguaje arregladas para uso de las escuelas públicas de Cuba (1907), Libro segundo de lectura (1922), Libro tercero de lectura (1923), Libro cuarto de lectura (1924) y Libro quinto de lectura (1928), que tuvieron varias ediciones.

Carlos de la Torre se convirtió, además, en una autoridad mundial en el estudio de los moluscos. Por toda esa intensa labor científica y pedagógica recibió numerosos reconocimientos. En 1910 la Academia de Ciencias le nombró Académico de Mérito. Dos años después la Universidad de Harvard, Estados Unidos, le otorgó el título de Doctor Honoris Causa, primer latinoamericano que lo recibió. En 1924 la Sociedad Económica de Amigos del País le premió con la condición de Socio de Mérito. Recibió en 1935 la Gran Cruz de Carlos Manuel de Céspedes, la más alta distinción cubana. Fue exaltado como Profesor Emeritus de la Universidad de La Habana en 1938. Ese mismo año la Universidad Federico Schiller, de Jena, Alemania, le nombró Doctor Honoris Causa. Al año siguiente la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana le tributó un homenaje por sus 80 años.

Dentro de las investigaciones que desarrolló Carlos de la Torre se destacó el hallazgo de fósiles de Ammonites, en Viñales, Pinar del Río, y la restauración del esqueleto del Megalocnus rodens. En 1910 el gobierno cubano lo autorizó para iniciar las gestiones ante España con vistas a publicar la Ictiología cubana, de Felipe Poey. Integró, en 1911, la comisión oficial encargada de recopilar los trabajos relacionados con la historia natural en Cuba. El 26 mayo de 1913 fundó la Sociedad de Historia Natural “Felipe Poey”, la cual presidió, dedicada al estudio y divulgación de las ciencias naturales. En 1918 formó parte de la comisión nombrada por la Facultad de Letras y Ciencias para estudiar el proyecto de ley de las Escuelas Normales. Como muestra de su polifacético quehacer, alcanzó en 1921 el título de Doctor en Farmacia y en 1922 el de Doctor en Medicina.

Fue nombrado Decano de la Facultad de Letras y Ciencias en 1920, y, al año siguiente, Rector de la Universidad de La Habana. Su toma de posesión, el 8 diciembre de 1921, fue apoteósica, debido al prestigio de que gozaba entre estudiantes y profesores. En ese acto expuso su plan de reforma universitaria. Acompañó a los estudiantes en los inicios de la reforma universitaria en 1923. Compartió con Julio A. Mella varios momentos de aquel proceso, aunque por su edad, condición social, ideas políticas y compromisos institucionales, se vio superado por los acontecimientos y cuestionado en su rol de Rector por los enemigos de la reforma. Por estas razones, renunció al cargo el 22 de febrero del propio año. No obstante, siempre apoyó la justa causa de los estudiantes y, principalmente, la autonomía universitaria.

Con más de 70 años se enfrentó a la dictadura de Gerardo Machado. En 1930 protestó contra el gobierno por la muerte de Rafael Trejo y el cierre de la Universidad y en 1931 participó en los funerales del estudiante Félix E. Alpízar, asesinado por el machadato. Por su actitud fue dictada orden de detención en su contra, modificada después por prisión domiciliaria. Temiendo por su vida, se exilió en Estados Unidos en 1932, lugar en el que fue electo presidente de la Junta Revolucionaria de Nueva York, que agrupaba a los elementos conservadores de la lucha antimachadista. Derrocado el tirano, el 12 de agosto de 1933, regresó a Cuba y se reincorporó a sus labores. En abril de 1934, fue designado presidente del Consejo de Estado por el gobierno de Carlos Mendieta, cargo al cual renunció meses después.

Alejado de la política de manera definitiva, continuó sus actividades científicas. En 1935 impartió una conferencia a los maestros participantes en el Cursillo Pedagógico Nacional y se le nombró miembro técnico del Instituto Finlay y director de su Departamento de Biología. Dos años después pronunció un discurso en la inauguración del Instituto Cívico Militar de Ceiba del Agua, institución de la que fue nombrado director honorario en 1938. Fue, además, miembro fundador de la Academia de Estudios Pedagógicos en 1936, delegado a la Comisión Reorganizadora de la Segunda Enseñanza por la Facultad de Ciencias y Letras en 1938, y designado, por decreto presidencial, integrante del Consejo Nacional de Educación y Cultura, en 1940, última actividad oficial en la que estuvo involucrado.

Durante su vida mantuvo un estrecho vínculo con diferentes instituciones y asociaciones científicas, como fue el caso de la Sección de Ciencias del Liceo de Matanzas, la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, el Liceo de La Habana, el Nuevo Liceo y la Sociedad Económica de Amigos del País. Fue miembro de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en cuya revista, Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Física y Naturales de La Habana, colaboró de forma sistemática a partir de 1886 y hasta 1941.

A pesar de su avanzada edad, realizó en 1941 uno de sus últimos viajes científicos a Estados Unidos. Por esta década publicó varios trabajos sobre moluscos cubanos y laboró en la organización de sus colecciones, con las cuales fundó en 1944 el Museo de Historia Natural Carlos de la Torre y Huerta. En 1942 participó en la constitución de la Sociedad Malacológica “Carlos de la Torre”, creada por sus discípulos. Ese año pronunció en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, la conferencia “Los naturalistas matanceros”, en la que rememoró su infancia, los colegios donde estudió, así como la figura de Francisco Jimeno.

Un sabio universal
Con la salud deteriorada y confinado en su hogar, Carlos de la Torre continuó el trabajo sin descanso hasta su deceso en La Habana, el 19 de febrero de 1950. Tenía 92 años y toda su vida la dedicó a la investigación científica, la enseñanza y al conocimiento. Había sido privilegiado por la naturaleza y esto le había posibilitado conocer a los grandes naturalistas cubanos del siglo XIX: Poey, Gundlach, Jimeno, Arango… Fue un puente de sabiduría y cubanidad entre ellos y la nueva hornada del siglo XX, los científicos que educó en el amor a la ciencia: Carlos G. Aguayo, Isabel Pérez Farfante, José Álvarez Conde, Arístides Mestre, Abelardo Moreno, Antonio Núñez Jiménez y otros más.

Mucho antes de que finalizara su larga vida ya eran reconocidos sus relevantes méritos. Si siendo joven se le llamó el “sabio sin canas”, en su venerable ancianidad se le consideró un sabio, real y cotidiano. Fue, en su tiempo, el científico cubano y matancero más universal. Así lo reconoció el historiador Gerardo Castellanos:
“Hizo devoción a las ciencias naturales, en la cátedra, en conferencias, en investigaciones. Su labor ha sido incansable y apasionada. La fecundidad de su obra es prodigiosa, casi sobrehumana. Es el único cubano actual que, por consenso nacional, con orgullosa unanimidad, se le da el título de sabio. Su sabiduría esplende por doquiera, en las Normales, en los Institutos, en colegios, en la Universidad, en los centros científicos, en congresos extranjeros, en artículos, conferencias, discursos, informes”.