Elon Musk podría vender humo eléctrico en Marte, pero en Cuba su Starlink huele a viejo manual de la CIA. Lo que Washington vende como «internet libre» es, en realidad, un paquete tecnológico con bozal incluido: interferir redes, financiar mercenarios digitales y abrir brechas para una intervención «suave». Y aquí, donde el bloqueo tiene más capas que una cebolla, no nos tragamos el cuento.
Mientras ETECSA lucha por ampliar su cobertura con recursos limitados por el bloqueo, en Cuba opera un mercado negro de terminales Starlink que cuestan entre 1 300 y 1 800 USD. Un negocio redondo para contrabandistas que los camuflan en lavadoras o maletas, mientras los instaladores cobran hasta 300 USD por «activar» el servicio.
Pero hay un detalle: para pagar los 165 USD mensuales del plan itinerante, se necesita tarjeta bancaria internacional. O sea, este no es el «internet del pueblo»: es el Wi-Fi de una élite conectada a cuentas en Miami.
Las antenas piratas no solo inflan bolsillos: joden la señal de todos. Según Kevin Castro Rodríguez, de ETECSA, Starlink y otros dispositivos ilegales afectan seis por ciento de las celdas móviles nacionales y doce por ciento en La Habana. Ello se traduce en llamadas que se caen, datos más lentos que trámite en ventanilla, y una red ya saturada, al borde del colapso.
Y aquí viene la ironía: EE.UU., que acusa a Cuba de «controlar internet», incumple ¡cuatro! de sus propias leyes para colar Starlink en el país: las regulaciones de la OFAC, que SpaceX evade sanciones usando intermediarios en México o Paraguay; la ley Helms-Burton, ya que instalar terminales en propiedades nacionalizadas podría costarle a Musk millones en demandas; lo referido al Control de Exportaciones, porque esas terminales son tecnología de doble uso, pero no hay licencias; y las regulaciones de la UIT, ya que operar sin autorización en Cuba viola tratados internacionales.
Pero, ¿ya toda esta historia no es un tanto conocida? ¿Recuerda usted el caso de Alan Gross, el contratista de la USAID que pasó cinco años en prisión por meter equipos ilegales? ¿O Zunzuneo, el llamado «Twitter cubano», financiado por la CIA para crear caos en el año 2012? Pues Starlink es el remake, con mejores efectos especiales.
En 2024, el Congreso estadounidense destinó cinco millones de dólares al Open Technology Fund y 43.6 millones a tecnologías para «liberar» internet en Cuba. María Elvira Salazar, la congresista floridana que sueña con anexar la isla, hasta se reunió con Musk para exigirle: «¡Llévale Starlink a Cuba como a Ucrania!».
Por eso, mientras Musk y Salazar lloran por la «censura» en Cuba, EE.UU. bloquea el acceso a Zoom, GitHub, PayPal y hasta Cisco Webex para usuarios cubanos. Además, sabotea la conexión de la isla a cables de fibra óptica en el Estrecho de Florida.
Starlink no es neutral: es un vector de guerra no convencional. Detrás de su retórica de «libertad», hay cinco millones de razones –y dólares– para desestabilizar. A Cuba no se la hackea con satélites… se la defiende con ideas.