Muchas son las personas que se quejan de que sus vecinos o algún centro recreativo nocturno entorpecen sus vidas con ruidos desproporcionados. Estos pueden ir desde una bocina con una música estridente hasta sonidos cotidianos como taladrar, clavar o derrumbar una pared que, en horarios inadecuados, pueden constituir una verdadera tortura.

Lo cierto es que vivimos en una sociedad contaminada acústicamente. En la que lo mismo te puedes levantar a las seis de la mañana con el pregón del panadero (cuando hay harina para hacer pan) que acostarte a las 12 de la noche con tu vecino de los altos gritando “tacto que llegó el reparto”. Todo ello sin que nadie le ponga el cascabel al gato.

La mayoría de las veces estos altos decibeles se alcanzan en cualquier momento del día o de la noche, delante de todo el mundo. Hay quienes ya se han adaptado a convivir de esta manera y creen que este fenómeno no les afecta. Sin embargo, hay otros que, incluso denunciando estos comportamientos, no perciben una solución al problema y quedan obligados a permitir estas conductas invasivas.

Lo cierto es que de una u otra forma casi todos hemos sido víctimas del ruido, ya sea de manera inconsciente o conscientemente. A veces hasta hemos sido nosotros mismos la fuente que lo genera y en otras nos convertimos en cómplices de quienes lo emiten, sin creer que este puede traer aparejadas consecuencias irreversibles a nuestra salud física y emocional.

Conocer qué es la contaminación acústica es clave para saber cómo debemos reducirla. La Organización Mundial de la Salud se refiere a ella como la presencia de ruido o vibraciones en el ambiente que tienen un efecto negativo tanto en la salud de las personas como en la conservación de la naturaleza y el medio ambiente.

Cualquier tipo de sonido superior a los 65 decibelios durante el día y 55 durante la noche se considera ruido. Además, la Organización Mundial para la Salud apunta que el ruido procedente de actividades vinculadas a la recreación y tiempo libre supera, en numerosas ocasiones, los 70 decibelios durante las 24 horas del día.

Padecer problemas auditivos no es la única consecuencia que tiene la exposición prolongada al ruido. Otro de los efectos más comunes es un aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria que puede derivar en problemas relacionados con el corazón, el sueño y el descanso. En definitiva, esta es una amenaza silenciosa a la que debemos hacer frente.

Existe clara conciencia del efecto negativo que sobre las personas tiene un entorno ruidoso. Las molestias que ocasiona pueden ser de muy distinta índole y van desde trastornos a la hora de dormir e incapacidad para concentrarse hasta lesiones propiamente dichas, dependiendo de la intensidad y duración del ruido. La contaminación que éste produce se ha convertido, en las grandes concentraciones urbanas y centros de producción, en un grave problema.

La reducción de la contaminación sonora es posible mediante la aplicación de medidas legislativas vigentes en nuestro país a los infractores. Desde el ámbito institucional, se impone la necesidad de efectuar controles al transporte público tanto estatal como privado, ser exigente en las inspecciones a las obras en construcción, talleres, fábricas, locales de esparcimiento público y actividades festivas.

También se debe exigir el cumplimiento de las reglamentaciones y los horarios adecuados para realizar actividades que generan ruidos, como reuniones y fiestas familiares. De igual forma se hace necesaria la elaboración de un programa de educación, comunicación y divulgación ambiental, con su correspondiente cronograma de ejecución, en materia de contaminación sonora.

La atención a este tema debe fortalecerse en las comisiones provinciales y municipales de enfrentamiento a las indisciplinas sociales e ilegalidades, debido a que resulta un tema de queja recurrente en la población, que la mayor parte del tiempo se siente desprotegida ante este fenómeno que se acrecienta.

 

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