Algunas décadas atrás, Matanzas contó con un envidiable servicio gastronómico, sin salirse del corazón de la ciudad. Puedo resumir los establecimientos existentes en su centro histórico, al recordar una veintena de bares, restaurantes y cafeterías, entre otras instalaciones de diversas categorías, desaparecidas con el tiempo.
Una enumeración seguramente inexacta, da cuentas del hotel Riomar, en la justa esquina de la calle Río a la subida del puente de Tirry, que brindó servicios de restaurante y cafetería hasta la segunda mitad de los sesenta cuando cerró por su marcado deterioro.
Hoteles como el Florida en la calle Jovellanos y el Yara en Contreras, cerraron por igual suerte. También en la calle Jovellanos el Dos Amigos, se entregó en calidad de viviendas y haciendo esquina con la céntrica calle de Medio, la cafetería La Oriental, la convirtieron hace años en un comedor obrero.
En la propia calle Medio, las recordadas canchas del llamado Tencent, donde hoy se levanta la tienda Variedades, y la del Club 66, que fuera lugar de encuentro de los miembros clandestinos del Movimiento 26 de Julio en la ciudad, cambiaron significativamente el diseño de sus locales y servicios.
Muchos recordarán las ricas ensaladas de pollo, los pay de frutas y los helados que hábilmente servían en el Tencent. Tal vez Carilda, las contara entre las ilusiones compradas en la calle de Medio, más allá del frívolo injerto del agresor inmueble.
Los primeros helados Coppelia, disfrutados en Matanzas se expendían en el hotel Louvre. Con un horario ajustado a sus demás servicios, desde la mañana y avanzada la noche el usuario podía consumir los deliciosos sonday supremos, turquinos y ensaladas, entre sus variadas ofertas y el amplio surtido de sabores.
Frente a la catedral, en el actual edificio central de Etecsa, la Crema, era otro espacio de obligada visita para disfrutar de su oferta, desaparecida en los propios 60, tras lamentable siniestro.
El Baturro en Dos de Mayo, y el Primer asador en la acera del frente, luego convertido en pizzería La Gondola, que a su vez sería ampliada más adelante, eran otros de los centros disfrutables de la Atenas de Cuba. Las fabadas del Baturro hacían historia.
Precisamente al doblar del Baturro, por la calle Cuba frente a la antigua Plaza, el Shangai, restaurante de comidas chinas, compartía con el Pekin, el expendio de los apreciados platillos enriquecedores de la cocina cubana.
Y es justamente en la Plaza del Mercado, inexplicablemente derrumbada a finales de los 60, donde se concentraba un número importante de cafeterías, fondas y bares, entre otros establecimientos. Incluso en su patio central, recuerdo las dos heladerías que funcionaban una frente a la otra, a cielo abierto, donde los empleados y clientes de una podían observar desde su localidad el servicio ofertado por la otra.
Frente al parque de La Libertad, en la esquina del Comité Provincial del Partido, donde hoy funciona un pequeño centro de Palmares, La Viña surtía comidas españolas y gustados vinos. Algunos la bautizaron como la fuente de la juventud, porque los comensales que acudían al establecimiento y libaban un par de jarras de sus gustados licores, podían salir del lugar gateando como niños.
Pequeños establecimientos donde consumir el café expreso, algunas golosinas y cigarrillos funcionaban en los cines Velasco y Moderno, así como en los bajos de la actual ampliación del hotel Louvre, frente al parque de La Libertad, entre otros.
Clubes y cabarés donde compartir unos tragos y disfrutar de la música se podían hallar en el salón Primavera, del hotel Velasco, y en el café Biscuit , con privado incluido.
El emblemático parque Antillano, presumiblemente clasifica entre los escasos espacios públicos de los años 60 donde se disfrutaba cada semana de la actuación de grupos intérpretes de la música de la llamada “Década Prodigiosa.”
Su amplio escenario, camerinos, pista de baile y cafetines, gozaban de un diseño avanzado y amplias facilidades para artistas y público. En el 70 al Antillano le levantaron paredes perimetrales para convertirlo en cabaré. Finalmente desapareció durante la remodelación del área por la construcción del viaducto.
Otro espacio que se ganó la rápida acogida del público más joven se conoció como la patana, ubicada a orillas del río San Juan, a donde se accedía por la calle Magdalena. Se cuenta que muchos disfrutaron en el lugar de inolvidables noches matanceras, incluido alguno que otro chapuzón.
Con el cierre de muchos locales y el rediseño de otros, la apertura de nuevos establecimientos, como los bares de la calle Narváez, supone nuevos retos para satisfacer la demanda y variedad requeridos.
En nuestros días, dificultades extremas como consecuencias del bloqueo a que es sometido el país, resienten la calidad de los servicios gastronómicos.
No obstante la búsqueda de alternativas, la aplicación de las múltiples medidas aprobadas para procurar el acceso de los aseguramientos necesarios, y un racional y dirigido diseño de los servicios pudieran mejorar y diversificar las ofertas.
Establecimientos hay que a la vuelta de unos pocos años, modifican una y otra vez sus servicios. Se les realizan intervenciones constructivas a tono con las nuevas ofertas que casi nunca llegan a establecerse con un servicio óptimo, estable y duradero. Un reciente trabajo periodístico publicado en el semanario Girón se refiere a dos de ellos.
Con las nuevas formas de gestión se procuran solventar muchas de las dificultades. Pero ello no significa abandonar el control del buen hacer y de una sostenida cultura gastronómica.
El número reducido de establecimientos existentes, respecto a décadas anteriores, permite ordenar mejor el control y la exigencia, dinamizar la gestión y regalar un servicio de calidad a los yumurinos y visitantes que decidan pasar un rato ameno entre bares y restaurantes.