Respetar las diferencias, ya sean de raza, cultura, religión o incluso discapacidades físicas, no solamente es importante, sino que indica que somos personas solidarias, que valoramos y aprendemos de otros, y que somos tolerantes y respetuosos. Ello nos permite evitar que tomemos decisiones basadas en prejuicios y estereotipos.

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, el respeto a la diversidad es una habilidad profundamente interpersonal, es decir, que se da entre cada una de las personas, y se puede definir como el entendimiento de que las personas participan de manera igual en un mundo ético, en virtud de su condición humana, al tiempo que se reconoce la singularidad y diferencias de cada individuo.
El respeto por la diversidad va más allá de la tolerancia y la comprensión, pues implica reconocer y promover activamente el valor de igualdad entre todas las personas, sin condescendencia.
Como seres humanos somos todos iguales, aunque nos diferencian algunos valores, o alguna condición, según la familia de la que hacemos parte y de la sociedad en la que vivimos.
Por esta razón, el respeto a las diferencias, sobre todo entre adolescentes, a lo diverso, a las distintas culturas y razas, también hacer parte de la educación que damos y recibimos.
En la adolescencia, esa etapa de la vida en la que se forja y consolida nuestra personalidad, es posible forjar fuertes y positivas amistades, con las cuales podemos comunicarnos y potenciar la conciencia de uno mismo. Las amistades pueden ayudar en ese proceso de descubrimiento esencial para el desarrollo de nuestra identidad personal.
Sin embargo, la dependencia puede desvirtuar esas relaciones. En una amistad nuestras opiniones deberían ser respetadas aunque sean distintas de las de los amigos, pero, muchas veces tememos tanto estar solos que no nos atrevemos a discrepar y hacemos cualquier cosa para evitar discutir y conservar la amistad. Es como si tuviéramos interiorizado que es difícil hacer nuevos amigos y que si los perdemos estamos perdidos.
Por eso mismo es muy importante que todas las personas, y en especial los adolescentes, sepan que respetar, pensar y actuar positivamente sobre los demás y sobre nosotros mismos significa preocuparse por el impacto de nuestras acciones en los demás, ser inclusivos y aceptar a los demás por lo que son, incluso cuando son diferentes. El respeto comienza con la confianza, y eso está vinculado a la empatía, la compasión, la integridad y la honestidad.
Una falta de respeto o un acto de discriminación, incluso inconscientemente, provoca heridas irreparables, si no se hace algo al respecto. Puede generar conflictos, peleas, rencores y muchas veces, odio. Además, provoca desconfianza, y llega a destruir parejas y amistades.
El respeto es esencial para el desarrollo de la sociedad, incluido el progreso educativo, profesional, económico y científico. La falta de empatía y el no respetar las diferencias entorpece la comunicación y la colaboración; y provoca entornos poco saludables para todas las personas. Cuando nos sentimos respetados, nuestro cerebro libera neuroquímicos del bienestar: las hormonas oxitocina y serotonina, y una falta de respeto provoca que se liberen neuroquímicos del estrés como la adrenaliana y el cortisol.
Lo más importante es saber que si se respeta a todas y todos, con base en la dignidad, la comprensión y la aceptación, podemos lograr que como adolescentes lleguemos a convertirnos en personas adultas responsables, libres y autónomas, con una mayor capacidad de disfrute de la existencia y eso, sin duda, lo legarán a sus hijas e hijos.