Comentó un colega en cierta reunión sobre la cantidad de veces que han reparado determinada unidad, donde, sin embargo, es pésima la calidad de lo que se vende y la imagen proyectada por el sitio.

Situación similar se ha presentado con otras instituciones que hemos visto cerrar y reabrir una y otra vez, resultado de las desacertadas remodelaciones. Y es que cuando se ejecuta una obra y se obvian los pasos o elementos necesarios, el resultado nunca será bueno y habrá que destinar de nuevo tiempo, esfuerzo, dinero, recursos…

Lo mismo ocurre cuando al realizar una tarea o brindar un servicio no se le impregna tesón, pues para tener éxito en cualquier faena se precisa aprender ciertos preceptos esenciales acerca de la importancia de hacer las cosas correctamente.

Aún a sabiendas de eso, ya estamos acostumbrados a convivir a diario con la chapucería, ese flagelo que corroe y daña la imagen de muchas entidades pertenecientes a diferentes sectores. Presente está en las construcciones, la agricultura, la gastronomía, o en cualquier otro.

Por más vestiduras adicionales que les impriman, las opiniones de los matanceros acerca de los problemas que afectan a la provincia poseen, casi siempre, un fundamento real. Y es que desde el insensato comportamiento de empleados y administrativos, hasta las insuficiencias de algunos servicios básicos, inciden en nuestra calidad de vida.

De un lado vemos edificaciones con deficiente acabado y, por otro, contamos con establecimientos donde predomina en el colectivo la propensión a actuar sin arte ni esmero. Un problema del que, incluso, no escapan las tiendas que ofertan sus mercancías en moneda libremente convertible, ni tampoco algunas formas de gestión no estatal.

Así vemos, por ejemplo, cómo existen unidades en las que se expenden alimentos sin los requerimientos higiénicos necesarios. Frustración provoca, asimismo, encontrar la basura regada por calles y aceras como signo de que pasó el camión encargado de recogerla, pero no lo hizo como debiera. O, en el peor de los casos, no pasó.

En las inversiones ni hablar. No son pocas las que presentan, entre otras arbitrariedades, dificultades con los proyectos, problemas organizativos y falta de control de los ejecutores. A veces la premura por concluir atenta contra la calidad, aunque también las hay que, sin ser precisamente esta última cualidad la causa de su demora, parecen obras de nunca acabar.

Están los arreglos de redes hidráulicas realizados por operarios que concluyen su labor, quienes se marchan y dejan en los lugares huecos sin tapar o escombros. Aquí vale señalar que también asumen la tarea vecinos que, de la misma manera y ante los ojos de todos, dejan las ranuras sin pensar en los daños que ello acarrea.

La chapucería está arraigada en la mente de muchos cubanos. En la del chofer a quien se le entrega un auto nuevo y comienza a pegar o colocar en él objetos de mal gusto y, también, en la del dependiente de la cafetería o placita donde los productos que se ofertan en la pizarra aparecen escritos de manera ilegible y con faltas de ortografía.

A diversas causas pudieran atribuirse tales comportamientos: la carencia de valores como la responsabilidad, la incompetencia profesional y los incongruentes sistemas de pago. La influencia del entorno, la falta de sentido de pertenencia y hasta de la tan reclamada cultura del detalle atentan, asimismo, contra el buen quehacer.

Fue el propio Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien se encargó de advertirnos de este lastre en un discurso pronunciado en agosto de 1963. Para ello puso como ejemplo una empresa nacionalizada que funcionaba mal porque habían puesto allí a un administrador vago, que no atendía a nadie como sí lo hacía antes el capitalista que defendía sus intereses. “Que nadie se crea que eso es revolución, que nadie se crea que eso es socialismo. Eso es confundir la chapucería con el socialismo.”

Más recientemente, el presidente  cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha alertado sobre el asunto en los recorridos realizados por el país: “Trabajemos en el sentido de instalar la eficiencia y la cultura del detalle como prácticas de vida que favorezcan despojarnos de la inercia, la indolencia, las trabas, la burocracia, la falta de sensibilidad e inquietud revolucionarias, la chapucería, las demoras en las repuestas”.

Y es que, en verdad, una nación donde campee dicho mal pasa mucho trabajo para seguir adelante. El esfuerzo de quienes aspiran a la excelencia se debilita ante la indiferente conspiración de los chapuceros, para quienes todo se resuelve con el menor sacrificio. (ALH)

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