Vivimos en la era de las ballenitas, ChatGPT, Raphael y una serie de aplicaciones de Inteligencia Artificial (IA) que en apenas unos segundos son capaces de entregarte el más completo resumen sobre cualquier materia que te soliciten en la escuela. Por eso, quizás, el esfuerzo que en otras épocas significaba ir a una biblioteca, leerse par de libros y extraer lo esencial, ahora quede simplificado en teclear la pregunta y que, en breve, te devuelvan la respuesta.
De esta manera, acudiendo a la IA y sus múltiples bondades muchos estudiantes de los diferentes niveles de enseñanza hacen sus tareas, trabajos investigativos, seminarios y cualquier otro ejercicio docente que se les solicite, en la mayoría de los casos sin ni siquiera esforzar las neuronas.
Lo que pudiera ser un complemento para, ciertamente ahorrarnos tiempo, se ha convertido en un burdo corta y pega, al que se acude sin ni siquiera razonar, discrepar o asegurarnos de que esté bien el contenido de lo que debemos entregar. Peor es habituar desde edades bien tempranas a los estudiantes a usar estas herramientas sin control, pues se corre el riesgo de minimizar otras habilidades vitales para el desarrollo del pensamiento como el análisis, la síntesis y el razonamiento lógico.
Es cierto que no solo para los estudiantes, sino también para los padres acudir a ChatGPT u otros sitios de IA es bien práctico, pues la dinámica cotidiana de la mayoría de las familias, unida a los apagones, la falta de agua, y los pluriempleos para intentar sobrevivir, hagan que muchas veces no tengamos tiempo de calidad para dedicarles a nuestros hijos y encontremos una alternativa más rápida y práctica en el uso de la IA.
Y sí, la IA cuando se integra y usa adecuadamente y sin excesos en función del proceso de enseñanza aprendizaje tiene múltiples ventajas, entre ellas permite adaptar el contenido, la velocidad y las actividades educativas según las necesidades, intereses y ritmo de quien la usa; facilita el aprendizaje a estudiantes con distintas capacidades y estilos, ofreciendo materiales en formatos variados; y ayuda a la búsqueda de información, generación de ideas y creación de textos o proyectos, entre otras bondades
Sin embargo, si le preguntas a cualquiera de estas herramientas sobre las desventajas de su uso constante encontraremos que puede disminuir el desarrollo de habilidades cognitivas críticas como el análisis, la creatividad y la resolución de problemas, debido a que los estudiantes pueden apoyarse demasiado en ella para hacer tareas o resolver ejercicios.
Exactamente ahí está el principal peligro de recurrir una y otra vez a esta novedosa tecnología, en que en lugar de utilizarla como un complemento que nos ayude a ahorrar tiempo y recursos, copiemos y peguemos directamente sin analizar cada una de sus respuestas, que además no siempre son las correctas o las que necesitamos.
Entre los retos que plantea el Tercer Perfeccionamiento de la Educación se encuentra precisamente el desarrollo de una mayor creatividad en el uso de estas herramientas que más allá de complementar la labor del maestro o el momento de la clase, se convierten en un elemento indispensable para que el estudiante construya y desarrolle habilidades críticas ante el conocimiento.
De ahí que aprender a utilizarlas como un complemento y no como un reemplazo del conocimiento que podemos adquirir mediante el aprendizaje diario sea una premisa en la que padres y maestros debamos insistir. Su uso, sin crear dependencia es clave para emplear las nuevas tecnologías de manera equilibrada, ética y consciente. Un concepto que todos no hemos entendido y, por lo tanto, no aplicamos. (ALH)

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