Hace 120 años murió el patriota y maestro bayamés José María Izaguirre, destacada personalidad de la historia de Cuba.
El 26 de agosto de 1908, el ministro de Educación de Nicaragua envió una circular a todo el país en la que promovió la realización de una suscripción voluntaria
“…con el fin de erigir un monumento que mantenga viva en el corazón de las generaciones futuras la memoria del esclarecido maestro que fue protector y apóstol de una idea magna”.
Tal homenaje no estaba dirigido a un nicaragüense. Se trataba de un maestro cubano recientemente fallecido. Su nombre era José María Izaguirre y era uno de los miembros de la Asamblea de Guáimaro que aún vivía.
Maestro y constituyente
La bella ciudad de Bayamo vio nacer a José María Izaguirre Izaguirre el 25 de abril de 1828. Allí conoció las primeras letras y a los 12 años pasó a La Habana, donde obtuvo un título de maestro. Al regresar a su ciudad natal abrió un colegio. Allí fue maestro de muchos de los que se destacaron en las luchas por la independencia, entre ellos Tomás Estrada Palma y Nicolás Heredia. Se trasladó a Manzanillo en 1865, lugar en el que continuó la labor magisterial.
Un aspecto a destacar, de esta etapa de su vida, es que José María Izaguirre estuvo entre los iniciadores de la literatura infantil en Cuba con El narrador bayamés. Libro de cuentos para los niños (1854). Según la investigadora Mercedes Muriedas
“Los cuentos de Izaguirre están narrados en estilo sencillo y claro, propios para la comprensión del niño, y entre ellos se mezclan algunas poesías bastante agradables, abundando todo en aplicaciones y sentencias morales, discretamente sembradas”.
Tuvo temprano vínculo con los conspiradores que preparaban el inicio de la Guerra Grande. Por esta razón sufrió prisión y, tras el 10 de octubre de 1868, se incorporó a las tropas de Carlos Manuel de Céspedes, de quien fue gran amigo y seguidor. El Padre de la Patria le escogió entre los representantes de Oriente a la Asamblea de Guáimaro, donde se redactó la primera de las constituciones mambisas.
En la bella crónica “El 10 de abril”, José Martí lo mencionó al destacar su andar callado “…del mucho amor…” y resaltó “…que en los de Céspedes tiene sus ojos…”. El 11 de abril, en la tercera y última sesión de la Asamblea, Izaguirre propuso una enmienda al artículo tercero. Sostuvo que el orden en que se mencionaban los cuatro estados de la República (Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente), debían ser mencionados en el texto según “…la cronología de la revolución, o sea, Oriente, Cama güey, Las Villas y Occidente”, lo cual se aprobó.
José María Izaguirre permaneció en Cuba, con el cargo de diputado a la Asamblea de Representantes, hasta 1871. Recibió en esa fecha el encargo de viajar a Jamaica para conseguir pertrechos de guerra, para lo cual fue propuesto por Máximo Gómez. Cumplida la misión y a punto de regresar al campo de batalla, se le nombró secretario de la Agencia General de Asuntos Cubanos establecida en Nueva York. Renunció al cargo en 1874, hastiado de las luchas intestinas de la emigración.
Ese mismo año aceptó un contrato para la fundación de la Escuela Normal Central para Varones de Guatemala, proyecto que auspiciaba el gobierno del general Justo Rufino Barrios. Allí recibió en 1877 a José Martí, quien sobresalió como miembro del claustro y en el folleto Guatemala (1878) comentó sobre esta institución
“Hay en la Escuela Normal, que, en la educación generosa, tolerante, aplicable y liberal, completa la obra del Gobierno en la política, unas muy animadas reuniones de hogar, donde, a tiempo que se familiarizan con la vida social los educandos, se hace buena música, se dicen discursos, se cantan correctamente bellas piezas y se leen a menudo buenos versos. Cosa de familia, con buena voluntad y con perfume. Gozo yo con que el que la haya establecido y recoja ya sus frutos de apostolado sea un cubano, amigo de los hombres: José María Izaguirre”.
Al año siguiente José María Izaguirre fue depuesto injustamente del cargo por Barrios, lo cual motivó la renuncia de Martí y su salida del país. Continuó vinculado a la docencia en el Colegio Cosmopolita, el Instituto de Chiquimula, la Escuela Politécnica, el Instituto Nacional y la Escuela Normal para Niñas. Debido al prestigio que cimentó en Guatemala, se le ofreció la dirección de la Escuela Normal de Costa Rica, que no aceptó. Poco tiempo después se radicó en Nicaragua, donde dirigió el Instituto de Granada. Fundó una institución similar en Managua con el nombre de Instituto Nacional, de la que fue director y catedrático.
Todo por Cuba
Al iniciarse los preparativos de lo que sería la Guerra del 95, José Martí recabó el apoyo de José María Izaguirre. A ese efecto le dirigió varias cartas, en las que le llamó “Mi amigo muy querido…”. Conocedor de que el afecto era recíproco en una carta de 1894 le confesó:
“…me queda el placer de que hombres como Vd. me hayan amado”.
Además, le añadió:
“…de Vd. le sé su vida entera—sus felices amores,—la veneración de sus discípulos,—la consideración del país,—el cariño íntimo y acendrado con que sé que lo quiere su mujer…”.
La respuesta de José María Izaguirre no se hizo esperar. En un cablegrama al Apóstol le respondió:
“Pobre estoy, pero escríbame antes de irse; yo quiero con todas mis fuerzas contribuir”.
Tras el fracaso de la Fernandina su aporte no se hizo esperar y meses después, en 1895, se le nombró subdelegado de Cuba en la República de Nicaragua. En este país desplegó una intensa actividad durante el tiempo que duró la guerra, dirigida al acopio de fondos para el Ejército Libertador y la propaganda en favor de la libertad de Cuba. Con ese fin, publicó artículos patrióticos en el periódico nicaragüense El Pueblo. Una vez concluida la contienda libertadora regresó a la patria.
Formó parte de los colaboradores de la revista Cuba y América. En ella publicó “Filomena Batres (Un crimen horroroso)” (1901), “Las cubanas” (1901), “Los contemporáneos” (1902), “El amor en pedagogía” (1901), “Una excursión a Santo Domingo (Apuntes de mi cartera)” (1901) y “La República Argentina” (1903), entre otros.
El 20 de agosto de 1902 recibió el nombramiento de jefe de Negociado de la Sección de Instrucción Primaria en la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, durante el gobierno de su coterráneo Tomás Estrada Palma, quien también era maestro. En virtud de esta responsabilidad colaboró con artículos pedagógicos en la revista La Instrucción Primaria, órgano de esa secretaría, de la que fue nombrado redactor en jefe en 1905, cargo equivalente al de director.

Entre los que publicó se destacaron “El maestro” (1902), “Educación” (1902), “El dibujo” (1902) y “Congresos pedagógicos” (1902), donde promovió la realización de estos eventos en la naciente República. Al año siguiente fue autor de “Instrucción pública” (1903), “La Escuela Normal de Verano. Una conferencia del Sr. Valdés Rodríguez” (1903), “Puntualidad” (1903) y “El Maestro considerado como obrero del adelanto social” (1903).
Otros trabajos suyos en esta revista fueron “El manejo de la clase” (1904), “Estética escolar” (1904), “Escritos cortos” (1904) y “Fiesta escolar” (1904). Por último, escribió “Mis propósitos” (1905), “Alfabeto de Rothschild” (1905), “Manera de obtener provecho del estudio” (1905), “Libros de texto” (1905), “El 10 de octubre de 1868” (1905), “Educación.—Sus diferentes denominaciones. Condiciones necesarias para ejercerlas” (1905) y “Educación musical. Educación religiosa. Educación social” (1905).
Tradujo “La disciplina escolar” (1902), escrito por J. Gaillart; “El honor” (1902) y “Entusiasmo” (1903), de E. Pecaut. Además, “Plan para la enseñanza de la Geografía Histórica” (1903) y “La nueva educación” (1904), traducidos del The School Journal. De esta misma revista dio a conocer en español el trabajo “Juan Amós Komensky, Biografía” (1903). Esta fue, quizás, la primera vez que se divulgó en Cuba la vida y obra del gran educador checo.
Dentro de su pensamiento pedagógico merecen ser citadas las “Reglas generales que deben observarse al dar una clase”, las cuales mantienen hoy una vigencia extraordinaria:
“1ª Cada cuestión debe ser comprendida por toda la clase.
2ª Procúrese que las lecciones sean aprendidas de modo que puedan recordarse en cualquier tiempo.
3ª Varíense los métodos de ejercicio de manera que no cansen.
4ª Persístase tanto en los detalles, que queden fijos en la memoria de un modo permanente.
5ª No debe interrumpirse a los niños cuando dan la lección.
6ª Espérese que un paso haya concluido para proceder al inmediato.
7ª Repítase todo conocimiento adquirido de nuevo.
8ª Póngase punto en cada lección, y conclúyase”
También es digno de mención “El amor en pedagogía”, antecedente de lo que hoy se denomina “pedagogía de la ternura”, donde sostuvo:
“…sin amor no hay Pedagogía posible. El maestro representa al padre, y hasta cierto punto lo es, pues si el padre natural da el ser al niño, el maestro lo educa, le crea el alma y lo prepara para los grandes destinos de la humanidad. El maestro se apropia a los niños como si fueran positivamente sus hijos; no los enseña sólo por deber sino por gusto, estimulándose a sí mismo para enseñarlos mejor: procura engrandecerlos, y se enorgullece de ellos cuando, ya hombres, los ve ciudadanos distinguidos, pudiendo decir entonces como la madre de los Gracos presentando a sus hijos: «He aquí mi obra»”.
“En Cuba ha habido maestros que resplandecen como soles: un Varela, modelo de ciencia y de virtud: un José de la Luz y Caballero, comparable a Sócrates: un Guiteras, un Delgado, un Ituarte, un Casado y otros que nos han legado ejemplos dignos de imitación. No echemos en olvido sus lecciones, y procuremos que, para bien de nuestra tierra, cada maestro que salga de las aulas, sea un tipo de sabiduría y de amor a la juventud”.
Publicó el volumen Asuntos cubanos. Colección de artículos y poesías (1896). Los fundamentos de sus ideas sobre educación las dio a conocer en Elementos de pedagogía (1897), libro que editó en Nicaragua, y Plan para establecer una Escuela Normal (1901). Como obra póstuma quedaron sus Recuerdos de la guerra (1941). En Brisas del Cauto, publicación de Santiago de Cuba, dio a conocer en 1885 “La aparición del Jigüe. Tradición cubana”.
También escribió poesías de tema patriótico. Entre ellas “A la Sierra Maestra” (1869), “Canto bélico del anciano al pueblo” (1869) “La acción de Río Abajo” (1870), “Décimas” (1870), “La acción de El Horno” (1870), “A Cuba” (1896), “El boniato” (1896) y “La revolución de Cuba” (1902).
Homenaje al maestro
Tras una vida dedicada por entero a la patria y al magisterio, José María Izaguirre falleció el 12 de diciembre de 1905. La revista La Instrucción Primaria le consagró un tributo al publicar la biografía y el retrato de quien se desempañó, hasta su último día, como su redactor en jefe. En sentidas palabras, Sixto López Miranda lo evocó con estas palabras:
“Es imborrable la impresión que nos produjera al conocerle, después de reintegrado a su patria libre, aquel anciano de porte cuidado y sencillo, de aire reservado y casi adusto. Muy pronto, no obstante, y así que empezamos a honrarnos con su trato, hubimos de convencernos de que aquella aparente reserva, era algo así como el rebozo con que se resguardara, de irrespetuosas o extemporáneas solicitaciones, su natural comunicativo y abierto ‘.
“Apoderábase de la atención con su palabra, diáfana y serena como su espíritu, y, también como éste, experimentada y sugestiva. Siempre velaba su voz por cortesía”.
“Modesto por idiosincrasia, educó, además, su voluntad, llegando a su completo dominio durante toda una vida consagrada al ejemplo. Y habíase llegado a imprimir sobre toda su persona, ennobleciéndola, un marcado sello de resignación, que no pugnaba por cierto con las iniciativas e inquebrantables energías de su carácter formado”.
“Como segundo redactor, en un principio, y como Redactor en Jefe de esta Revista más tarde, colaboró siempre en ella, directa y activamente. Era, en su labor, perseverante y exacto”.
“Y en virtud de tantos y tales merecimientos, nada más legítimo que esta publicación consagre estas páginas, como último tributo, a la memoria del patriota ilustre que la enalteció con su espíritu y la dio autoridad con su indiscutible competencia”.

Una definición de su propia vida la ofreció el mismo José María Izaguirre, al caracterizar en qué debía consistir la labor de un maestro. En esa oportunidad escribió:
“…el Maestro no trabaja por recompensas mundanas, y sereno eimpasible en medio de las tormentas que le agitan, puede en cierto modo realizar aquella magnífica promesa. «Si el mundo se redujera a pedazos, yo me mostraría impávido sobre las ruinas». Y cuando su obra concluye; cuando examina su vida y ve que sólo beneficios ha sembrado: cuando ve que ha pagado la deuda que todo hombre tiene contraída con el progreso humano, exhala sin sobresalto su último suspiro, y va a reposar tranquilo y satisfecho en el seno de la inmortalidad”.
