En 1892 el escritor cubano Manuel de la Cruz publicó el libro Cromitos cubanos, en el que destacó la obra un grupo de intelectuales cubanos.

Dentro de la obra escrita de Manuel de la Cruz Fernández (1861-1896), un “mambí de las letras”, el libro Cromitos cubanos (1892), ocupó un lugar de relevancia. Este texto puso de manifiesto sus dotes como escritor, pero, además, dejó clara su condición de batallador por la causa de la independencia. Fue un texto en defensa de Cuba, de los legítimos valores culturales de su pueblo, que no escatimó adjetivos en resaltar la cubanía como valor incuestionable.

Manuel de la Cruz. Imagen publicada en el Diario de la Marina en 1929, a propósito de un homenaje de la Academia de la Historia de Cuba. Archivo del autor.

Según declaró el propio Manuel de la Cruz, parte de las “…semblanzas de escritores cubanos…”, incluidas en Cromitos cubanos, ya se había dado a conocer anteriormente. Lo había hecho durante 1886 en el semanario La Habana Elegante, en artículos que tituló “Esbozos de cera”, con el pseudónimo de Juan Sincero. Más tarde, en El Fígaro, en la Revista Popular, editada en Key West, y en la Revista Cubana, publicó otra serie de estas semblanzas, denominadas “Cromitos”, firmadas esta vez como Bonifacio Sancho.

Estas pequeñas biografías fueron mejoradas en unos casos y eliminadas en otros, así como incluidas algunas nuevas, para conformar el libro Cromitos cubanos. Este formaría parte de “…una serie de estudios críticos de autores hispano-americanos”. Según declaró en el “Prólogo”, con las

“…personalidades que componen esta galería he procurado presentar ejemplares típicos en las varias manifestaciones de la actividad humana, prefiriendo en lo general dar más relieve y colorido a aquellas figuras en que más enérgicamente laten y se producen el conjunto de ideas y afectos que caracterizan al moderno hijo de América…”.

Anuncio de la publicación de Cromitos cubanos en el Diario de la Marina, noviembre de 1892. Archivo del autor.

En Cromitos cubanos, Manuel de la Cruz incluyó 20 intelectuales cubanos. Estos fueron, por su orden, los siguientes: Rafael Montoro, Antonio Zambrana, Rafael María Merchán, Ricardo del Monte y Manuel Sanguily. Les siguieron Bernardo Portuondo, José Silverio Jorrín, Cirilo Villaverde, Miguel Figueroa y Esteban Borrero Echevarría. A continuación, aparecían Enrique Piñeyro, Francisco Calcagno, José Joaquín Palma, Diego Vicente Tejera, Aniceto Valdivia. Por último, estaban, Julián del Casal, José María de Heredia, Ramón Meza, José Varela Zequeira y Enrique José Varona.

La inmensa mayoría de estos escritores, todos vivos al momento de publicarse el libro, se destacaba por su producción literaria. Sobre todo, como poetas, críticos, ensayistas y periodistas. Algunos sobresalían por su actuación política, en especial como oradores. Varios de ellos ocupan, por derecho propio, un lugar en la historia de la ciencia cubana. Así lo reconoció Manuel de la Cruz en las semblanzas de nueve de ellos.

Filósofos: Montoro y Varona

Por los aportes que realizaron a la filosofía en Cuba, se deben mencionar dos de las personalidades que Manuel de la Cruz incluyó en Cromitos cubanos. Uno de ellos, Rafael Montoro, inauguró la galería de semblanzas. El otro, Enrique José Varona, le dio cierre. Ambos están incluidos en el volumen Cien figuras de la ciencia en Cuba (2002), elaborado por un colectivo de autores que dirigió el investigador Rolando García Blanco.

Grabado de Rafael Montoro en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

Rafael Montoro Valdés (1852-1933), ha sido reconocido en nuestra historia por su militancia autonomista y su oposición a la independencia de Cuba. Vivió en España entre 1868 y 1878, etapa en la que se vinculó al Ateneo de Madrid, influencia decisiva en su vida, que Manuel de la Cruz señaló. Después de 1902 ocupó varias responsabilidades en los gobiernos republicanos. Fue autor de estudios sobre crítica literaria, economía, política y pedagogía. Buena parte de la obra de Rafael Montoro se recogió en el volumen Discursos políticos y parlamentarios. Informes y disertaciones (1894). Allí aparecen “La música ante la filosofía del arte” (1883), “La trascendencia moral de las artes y especialmente de la literatura” (1884) y “Elogio del señor D. Antonio Bachiller y Morales” (1889), entre otros trabajos de carácter científico.

Fue el más destacado representante de la filosofía clásica alemana en Cuba y se le consideró un seguidor del filósofo Federico Hegel. Manuel de la Cruz lo reconoció como “…el orador filósofo de la Autonomía…”. Además, agregó:

 “Montoro, más que un discípulo, es un sectario del insigne Hegel. Acaso no exista en todo el mundo ibero-americano, sin omitir a Castelar, ningún alumno que esté tan penetrado del espíritu y de las doctrinas del gran pensador alemán. Ninguno, por de contado, tiene como Montoro semejanzas tan grandes con aquel denodado ingeniero de la Metafísica…”.

En relación con los trabajos filosóficos de Montoro, señaló que “…reunidos en volúmenes formarían selecta y riquísima ejecutoria de exposición luminosa y crítica sagacísima…”.

Grabado de Enrique José Varona en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

Por su parte, Enrique José Varona Pera (1849-1933) fue filósofo, pedagogo, escritor y político. Cursó estudios en Camagüey y La Habana. Participó brevemente en la Guerra de los Diez Años. En 1884 fue elegido diputado a Cortes por el Partido Liberal Autonomista. Fundó en 1885 la Revista Cubana. Al iniciar la guerra de 1895 se trasladó a Nueva York, donde dirigió el periódico Patria. Concibió en 1900 ó la reforma educativa conocida como Plan Varona. Fue profesor de la Universidad de La Habana. Se le reconoció como maestro cívico de la juventud universitaria durante la dictadura de Gerardo Machado. La bibliografía de Enrique José Varona como hombre de ciencia fue extensa. Incluyó La evolución psicológica (1879), Conferencias filosóficas. (Primera serie). Lógica (1880), Estudios literarios y filosóficos (1883), Conferencias filosóficas. Segunda serie. Psicología (1888), Conferencias filosóficas. (Tercera serie). Moral (1888), entre otros textos.

La semblanza que Manuel de la Cruz le dedicó a Varona en Cromitos cubanos fue muy elogiosa. Lo consideró “…un filósofo, un poeta, un literato, un escritor de primer orden”, representante y heredero del pensamiento filosófico cubano. Acerca de sus libros señaló que tenía “…un sello distintivo de sobriedad y concisión supremas o inauditas…” y añadió: “…con creces tiene ganado el título de filósofo del separatismo…”. Además, expresó con convicción: “Quizás sea hoy Varona el más conspicuo crítico de filosofía del Nuevo Mundo, y el más notable de los que se producen en lengua española”.

Sobre el conjunto de la obra de Varona, Manuel de la Cruz escribió que

“…es obra didáctica, llena de enseñanzas originales y sugestivas; y ora enseñando deliberada o involuntariamente, ora combatiendo con ardor viejos sistemas o funestos y torpes métodos y doctrinas, ha ganado en esta actividad el mismo encumbrado sitio que Varela y Luz, sus genuinos ascendientes en la genealogía del intelecto cubano”.

Ante la acusación de que no era educador, resaltó el aporte realizado por Varona con sus libros sobre psicología:

“Y si el filósofo, como ocurre en el caso de Varona, tiene acreditado su carácter de precursor en las investigaciones psicológicas, en aquellas que constituyen el fundamento del más útil y fecundo de los sistemas de enseñanza, ¿cómo negarle un título que hoy se otorga a cualquier obscuro expositor de las más recientes conquistas de la Pedagogía que no se ve más allá del texto que comenta en estilo desmayado y con observaciones resobadas e insulsas?”.

Historiadores: Piñeyro, Jorrín, Sanguily, Calcagno

Por los aportes realizados a la historiografía cubana, se destacan cuatro personalidades incluidas por Manuel de la Cruz en Cromitos cubanos: Enrique Piñeyro, José Silverio Jorrín, Manuel Sanguily y Francisco Calcagno. De ellos, sólo Jorrín apareció en Cien figuras de la ciencia en Cuba (2002).

Grabado de Enrique Piñeyro en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

El primero, Enrique Piñeyro (1839-1911), fue alumno y profesor destacado en el Colegio El Salvador. Salió de Cuba en 1869 a causa de la guerra de independencia, que había estallado pocos meses antes y desempeñó importantes cargos y misiones diplomáticas a nombre de la Revolución. Regresó a Cuba por breve tiempo en 1879. Después se estableció en París, donde vivió largos años. En esta ciudad desarrolló una notable actividad como crítico y escritor sobre temas históricos relacionados con Cuba. Publicó Biografía del General San Martín (1870), Estudios y conferencias de historia y literatura (1880) y Poetas famosos del siglo XIX. Sus vidas y sus obras (1883).

Manuel de la Cruz, lo consideró un “…historiador crítico…”. Reconoció que en su obra palpitaba un “…severo y levantado anhelo de verdad y justicia…”, así como “…una simpatía por el cultivo de la historia, que es el empleo más noble del arte literario”.

Acerca del libro Morales Lemus y la Revolución de Cuba (1871), que consideró “…precioso…”, señaló que era

“…sin disputa, su obra maestra. Es un libro pequeño, un episodio externo, por decirlo así, incruento y doloroso, en la historia do la Revolución Cubana; es, conjuntamente, un episodio de la vida pública de Piñeyro; un episodio, el más intenso, de su vida de patriota”.

“Narra la vida de un hombre distinguido, relacionándola con aquellas fases de la evolución política de su pueblo en que intervino decisivamente, o que impetuosamente lo envolvieron y arrollaron en el torbellino de sus olas, hasta el instante en que, vencido por los hados adversos, enfermo y triste, muere en la tierra dura y fría del extranjero. Es la historia de un empeño diplomático que concluye en un fracaso irreparable: Morales Lemus que impetra el amparo del coloso del Norte para la incipiente República de Cuba…”.

Sobre otros textos históricos de Enrique Piñeyro, añadió Manuel de la Cruz:

“…otros ensayos de maestro en el género histórico, como el estudio titulado Bosquejo de la fundación de los trece primeros estados de la Unión Americana, del que es epílogo y complemento la conferencia que lleva por título Los Estados Unidos en 1875, y las conferencias en que hace la crítica de las vidas y caracteres de los dos grandes próceres de la Libertad del Nuevo Mundo Latino, en que destaca a Simón Bolívar revolviendo sus ojos de águila sobre el raudo pisador de los llanos, en el conjunto de sus cualidades y de sus defectos, exaltados por su fogoso temperamento, y a José de San Martín, sereno y frio como un bronce ecuestre, en la excelsitud de su genio de guerrero, con su austeridad espartana en contraste con sus extraviados sueños de realeza americana”.

Grabado de José Silverio Jorrín en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

José Silverio Jorrín Bramosio (1816-1897), fue alumno de José de la Luz y Caballero en el colegio San Cristóbal de Carraguao y estudió en el Seminario de San Carlos. Realizó varios viajes por diferentes países, donde conoció avances científicos y educacionales. Fue vocal de la Sociedad Colombina Onubense y miembro correspondiente de la Sociedad Histórica de Nueva York. Llegó a ser Senador por el Partido Liberal Autonomista en 1884. Dentro de la bibliografía colombina de Jorrín, aparecen:  Cristóbal Colón y la crítica contemporánea (1883), Cristóbal Colón y los Estados Unidos de América (1884), Los autógrafos inéditos del primer virrey de las Indias (1888), Varios autógrafos inéditos de Cristóbal Colón y el cuarto centenario del descubrimiento de América (1888) y El descubrimiento de América (1892).

En relación con la labor científica de José Silverio Jorrín, expresó Manuel de la Cruz en Cromitos cubanos:

“Sus disquisiciones sobre el gran Descubridor habrán de figurar entre las más doctas y sugestivas en la incipiente biblioteca colombina; sus recuerdos de viajes serán leídos con provecho y deleite, como páginas de un turista muy curioso y muy culto; sus labores y sacrificios como educacionista, le dan derecho a ocupar propincuo sitio entre los precursores de nuestra preparación para emanciparnos de todas las tutelas; su célebre discurso sobre la Filosofía del Arte, único en su época en lengua española, tiene verdaderas iluminaciones, ojeadas de vidente que otea complicado y vastísimo panorama”.

Sobre la otra faceta de su obra científica, destacó:

“Socio de honor de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, ha ganado en buena lid este su pergamino de benefactor cubano. Símbolo vivo de la ilustre corporación, que hoy preside con tino excepcional, la vida de este obrero es la compilación individualizada de la vida de la Sociedad”.

Grabado de Manuel Sanguily en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

En la semblanza sobre Manuel Sanguily Garritte (1848-1925), Manuel de la Cruz lo consideró el futuro “…historiador de la guerra de Cuba…”. Este célebre patriota y escritor estudió en el colegio El Salvador, donde fue discípulo  de José de la Luz y Caballero. Participó en la Guerra de los Diez Años y alcanzó el grado de coronel. Salió de Cuba y viajó por Europa y Estados Unidos hasta 1879. Emigró en la Guerra del 95 y en la República ocupó cargos administrativos y políticos. Entre los escritos históricos de Manuel Sanguily se destacan Los caribes de las indias. Estudio crítico (1884), Verdad y justicia. Discurso pronunciado en el Círculo de la juventud Liberal de Matanzas en el aniversario del fusilamiento de los estudiantes de medicina (1890) y El descubrimiento de América. El IV Centenario: elementos mentales y sociales que determinan la obra y carácter de Cristóbal Colón (1892).

Para Manuel de la Cruz, Sanguily poseía “…una filosofía del individuo y de la historia” y consideró que “…su labor es fundamentalmente la del historiador-crítico”. Elogió su “…erudición literaria, filosófica o histórica…”. Declaró que “…su oración—elegiaca, austera y fulgurante—, de las víctimas del 27 de Noviembre, la obra más perfecta de la tribuna cubana”. La biografía de Luz escrita por Sanguily, José de la Luz Caballero. Estudio crítico (1890), la consideró una “obra maestra”. Además, añadió:

“En su gran óleo del santo y sabio José de la Luz ha puesto más verismo, más verdad humana que en toda su galería puso el arte y la ciencia del gran escrutador y pintor de caracteres. Su biografía de Luz, á que acabamos de aludir, es por la doctrina y la composición el bosquejo de su presunta Historia de la Revolución Cubana: la historia de la personalidad presagia y permite augurar el calibre y proporciones de la historia de la colectividad. Su obra maestra y sus estudios críticos de la política cubana lo impulsan y determinan a construir el gran panteón del alma cubana”.

Francisco Calcagno (1827-1903) fue un escritor natural de Güines, donde se destacó como introductor de la imprenta y publicista. Fue además novelista, con títulos de variado mérito. Su novela En busca del eslabón. Historia de monos (1888), se considera la primera novela cubana de ciencia ficción. También fue importante la compilación Poetas de color (1878).

En relación con la obra de Calcagno, resaltó Manuel de la Cruz:

“Calcagno ha compuesto dramas, monólogos, novelas imaginativas, novelas históricas, novelas calcadas en el género híbrido que ha hecho popular Julio Verne; conferencias, catecismos políticos, pero todos esos frutos de una laboriosidad infatigable, apenas nacidos, se han sepultado en el silencio y en la sombra”.

“…por el carácter de su estilo, por los temas de su predilección, Calcagno resulta un biógrafo a la antigua, un escritor adecuado para escribir biografías cuando estas eran sencillas narraciones, pequeñas crónicas personales, encerradas en un marco ritual, como una fe de vida escrita con soltura, claridad y notas de erudición inofensiva y corriente”.

Grabado de Francisco Calcagno en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

En su desempeño como historiador la principal obra que publicó Francisco Calcagno fue el Diccionario biográfico cubano (1878-1886). Este texto ha sido objeto de numerosos análisis, en los cuales se han destacado sus errores y deficiencias, pero, al mismo tiempo, su indudable valor para los estudios sobre la historia y la cultura cubanas. En su contenido aparecen personalidades destacadas de Cuba, o relacionadas con ella. Derivados de este libro fueron sus Apuntes biográficos del ilustre sabio cubano D. Tranquilino Sandalio de Noda (1891).

Aunque lo consideró “…meritísimo autor del Diccionario Biográfico Cubano…” y resaltó como “…su obra capital, a su Diccionario Biográfico Cubano, estadística de los méritos y servicios de los hijos de Cuba, legítimos, naturales y adoptivos”, lo enjuició por

“…la ausencia del sentido crítico, la miopía para las proporciones, el gusto por el acopio del dato, sin depurarlo, sin extraerle la substancia, vertiéndolo en urna rotulada,—sin descomponerlo, fundirlo y asociarlo como elementos de una figura”, pues

“…convierte a los cubanos célebres o casi célebres, en una estirpe de hijodalgos, que exhibe a la consideración y al amor dé los suyos con veneración y orgullo”.

“Calcagno, con sus facultades, con los recursos adquiridos, pudo hacer de la obra de todos sus afanes un libro superior, precioso y ejemplar. La precipitación en darla a luz, en gran parte, la ha convertido en curiosidad arqueológica…”.

Reconoció sin embargo, que Calcagno

“…echó sobre sus hombros la carga de una legión, dicho se está que tiene derecho a que se juzguen sus esfuerzos con la más holgada equidad. Si se piensa en la tenacidad que supone ese trabajo, en el tiempo que ha tenido que emplear en el acopio de noticias, en un país sin archivos, sin crónicas escritas, sin verdaderos precedentes de compilaciones de esa índole, todos los afanes y todas las angustias que implica una estadística intelectual de ese calibre; el derecho a la equidad se convierte en una bula de indulgencia. Calcagno ha sido el primero que ha intentado entre nosotros, y llevado a término, esa enciclopedia sucinta, á que han debido contribuir todas las artes y todas las ciencias, y la conquista del derecho de prioridad es de suyo un mérito relevante”.

También Manuel de la Cruz criticó con fuerza, que

“Los revolucionarios, que figuran en el Diccionario en exigua minoría, han sido lastimosamente falsificados; las escasas y confusas notas de sus biografías son inexactas o están trabucadas…”.

No obstante, consideró que el balance final era positivo, pues el Diccionario biográfico cubano

“…es el diseño de una gran fábrica, el boceto de un libro superior, y, en medio de sus yerros, un empeño cívico digno de alabanzas”.

“…registro civil de la actividad cubana, documento humano por su fuerza de persuasión superior a todos los alardes de la lógica y a todos los milagros de la elocuencia”.

El ingeniero Portuondo

Bernardo Portuondo Barceló (1840-1920) fue un militar y político cubano. Estudió en España, donde ingresó en el ejército. Fue alumno de la Academia de Ingenieros, así como profesor. En 1864 fue destinado por el gobierno para estudiar las campañas militares europeas. Al año siguiente regresó a Cuba, donde dirigió la construcción de obras civiles y militares. Desde 1868 participó en la campaña contra los mambises cubanos. A este aspecto de su vida, hizo referencia De la Cruz, en Cromitos cubanos:

“…su ciencia de ingeniero, que pobló de fuertes el Centro y la región oriental, y con su instinto topográfico, que tan útil fue al general Puello después que la metralla cubana despedazó sus huestes en el memorable combate de Minas de Tana”.

Grabado de Bernardo Portuondo en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

Sobre su condición de hombre de ciencia, reconoció que como: “…facultad dominante posee la de técnico militar, por lo que goza en España de gran predicamento”. En 1874 Bernardo Portuondo regresó a España y se reincorporó a la Academia de Ingenieros. En 1879 fue electo diputado a Cortes por Santiago de Cuba en representación del Partido Autonomista. Fue ardiente defensor de la abolición de la esclavitud y de la autonomía cubana. También fue Senador. En relación con la labor que desarrolló en el Parlamento español, añadió Manuel de la Cruz:

“Nació su fama de su demostrada pericia en matemáticas y en economía política, de su competencia en la ciencia de los números, de sus críticas a los presupuestos cubanos”.

El libro más célebre de Bernardo Portuondo fue Lecciones de arquitectura (1877), que editó en dos tomos. Publicó. además, Estudio sobre organizaciones militares extranjeras (1864), Guerra entre Alemania y Dinamarca en 1864 (1865) y Discursos y rectificaciones (1883), entre otros libros. Participó en la traducción del Tratado de geometría elemental (1878) de E. Rouch y Ch. Comberousse y de las Lecciones de álgebra elemental y superior (1880) de Ch. Briot.

Los médicos Borrero Echevarría y Varela Zequeira

Grabado de Esteban Borrero Echevarría en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

Entre los nueve hombres de ciencia que Manuel de la Cruz incluyó en Cromitos cubanos, sólo figuraron dos médicos: Esteban Borrero Echeverría y José Varela Zequeira. Esteban Borrero Echeverría (1849-1906), nacido en Camagüey, fue autor de escritos literarios en poesía y prosa, así como de trabajos sobre pedagogía, ciencias naturales y medicina. Participó en la Guerra de los Diez Años, fue maestro mambí y alcanzó el grado de coronel. Estudió medicina en la Universidad de La Habana. En 1895 emigró a Cayo Hueso. Se le nombró en 1899 catedrático en la Universidad de la Habana.

Reconoció Manuel de la Cruz, que Borrero, pudo “…saciar su avara y robusta inteligencia en los caudales de la Ciencia y el Arte…”, pues posee “…la sobriedad de una inteligencia habituada a las disciplinas de las ciencias de observación…”. Consideró que sus obras eran

“…cuadros simbólicos de consumada maestría literaria, doctas monografías científicas, estudios meritísimos de exposición y crítica filosóficas…”, pues “…muy pocos de los cubanos modernos están dotados de tan vigorosas y variadas aptitudes como ese médico y poeta, escritor originalísimo, pensador severo y profundo…”.

Al igual que Borrero, José Varela Zequeira (1859-1939) nació en Camagüey. Se graduó de médico en 1887. Al estallar la guerra de independencia en 1895, emigró a Costa Rica. Al regresar a Cuba obtuvo por oposición una cátedra en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana. Asistió a congresos científicos en Cuba y en el extranjero. Fue miembro de la Sociedad Antropológica, vicepresidente del Colegio Médico y correspondiente de la Academia de Medicina de Río de Janeiro.

Grabado de José Varela Zequeira en Cromitos cubanos. Archivo del autor.

Manuel de la Cruz elogió su condición de médico, pues “…organizó sus conocimientos dándoles por base y sólido cimiento la cultura científica”. Y añadió:

“Este rótulo: JÓSE VARELA ZEQUEIRA — MÉDICO CIRUJANO,—que se ostenta en la puerta de su hogar, traducido al romance literario, quiere decir:—Aquí yace un artista”.

Acerca de su formación científica, escribió:

“La base de sus conocimientos fundamentales lo preparaba para profesar en Letras o en Filosofía como en Ciencias Físicas o Naturales. Optó por el estudio de la Medicina, decisión que parecía determinada tanto por el hábito, que lo había familiarizado con la historia natural del hombre…”.

Entre los escritos científicos de Varela Zequeira, mencionó

La Adaptación y La Teoría Celular, principales estudios expositivos de Varela, bastan para acreditadlo de erudito y correcto en este ejercicio. No vemos entre nuestros médicos escritores, exceptuando entre los desaparecidos a Antonio Mestre, y entre los coetáneos a Esteban Borrero Echeverría, quien le aventaje ni iguale por la claridad y maestría en la exposición”.

La vida y obra de estos hombres de ciencia, le sirvieron a Manuel de la Cruz para valorar de forma positiva el esfuerzo de los médicos cubanos:

“…ambos manifestaron tanto interés y curiosidad por el estudio del arte literario como por el estudio de las ciencias, siendo coetáneas las adquisiciones de ambos géneros de conocimientos. Hay, en compensación, médicos que, sin invadir como intrusos aventureros el campo literario, escriben con propiedad y exponen con lucidez y tino, algunos con galanura y elegancia; el movimiento intelectual de la clase, profuso, vario y digno de todo encomio y de los más altos estímulos, es acaso el más activo y fecundo de todas las clases pensadoras del país, y ya demanda un libro histórico-crítico que bien pudieran trazar, asociadas, las plumas de Borrero y Várela. Pudiéramos citar anécdotas edificantes de la vida médica de Várela y de Borrero, pero ni corresponden a la índole de este libro ni debemos alargar esta digresión que, aunque pertinente, nos aleja de nuestro verdadero asunto”.

Al final del libro, Manuel de la Cruz presentó una selección bibliográfica de cada uno de los autores incluidos. Revisar la de estos nueve cubanos, ratifica su condición de hombres dedicados a la investigación científica. Cromitos cubanos fue escrito en defensa de Cuba y también la ciencia estuvo presente en sus páginas. (ALH)

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