Cuatro ases al tiro

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Cada vez aprecio menos la profesión del despedidor de duelo de los trabajadores de la prensa. Parece un arte exclusivo solo para algunas plumas, esperanzadas de que de cuando en cuando algún pobre diablo le dé la oportunidad de destacarse a costa de su pellejo.

Uno termina por ser no la persona que en vida fue, sino la imagen no pocas veces distorsionada que ofrece el periodista elegido para darnos sepultura pública en los medios. Pido a Dios no verme en esas manos que pueden ser tan piadosas como malditas.

La nota necrológica en nuestro medio encuentra siempre un espacio para resaltar aquello que menos te enalteció en vida. Y, lamentablemente, sin derecho a réplica.

Mientras los familiares y amistades más cercanas al fallecido no encuentran cómo actuar ni qué decir con las palabras adecuadas, el despedidor de los periodistas no solo halla las frases apropiadas para reflejar empatía, sino que lo pone en un peldaño jamás soñado por el difunto.

Por desgracia o por suerte no hay modo de deshacerse de ese final y nadie está capacitado para saber si fue despedido como merecía. Nada, que la vida da cierta ventaja a quien te sobrevive.

Es inevitable impedir la «inspiración» de alguien que te conoció en vida y desea escribir un par de cosas «muy sentidas» y de paso mostrar sus dotes de sabihondo (a).

Pensaba en estos asuntos existenciales al ver a decenas de colegas reunidos para dar el último adiós al fraterno Reynaldo González Villalonga, de los más voluntariosos reporteros que ha tenido en sus filas el periódico Girón.

Reynaldo González Villalonga y su amor por el periodismo

En fecha también reciente el sector debió lamentar la pérdida de otros tres periodistas que marcaron una época, no menos gloriosa, en dicho rotativo.

Fueron los casos de Pedro Padilla, Roberto Riera Villar e Ignacio López Marrero. Fueron cuatro ases del periodismo en Matanzas, y serán recordados con cariño y respeto por quienes los conocieron. Ignacio escribía con precisión y devino sobre todo un gran conocedor del sector azucarero.

Villalonga fue un ferviente apasionado de los temas históricos y del béisbol; a Riera lo entusiasmaba escribir acerca de temas de la economía, y a Padilla lo distinguió la disposición de desempeñarse donde fuera necesario, ya fuera en prensa escrita o en el medio radial.

De Padilla guardo una anécdota reveladora de cómo era la dinámica de trabajo allá por los años 80, cuando Girón salía de martes a domingo. El incidente entraña a su vez la mejor galantería a la fotografía periodística. Fue un sábado y estaba yo de guardia editorial.

Padilla y el fotógrafo habían recibido la misión de cubrir uno de esos recurrentes actos muy de moda por aquellos tiempos, nada menos que en la distante ciudad de Colón. Era un día ardiente de verano y cuando ambos regresaron, muy cerca de las once de la noche, sus ropas advertían una jornada agotadora. Cuarenta y cinco líneas de texto y una foto a tres columnas era el espacio reservado.

Ya el periodista redactaba su segunda cuartilla en la antiquísima máquina de escribir cuando el director lo interrumpió: «Padilla, es necesario dejar el texto en 35 líneas., no cabe nada más». Apenas media hora después (con aquel terrible sentido práctico de los directores de entonces) regresó y le dijo dulcificando la voz: «Creo que no entran más de quince líneas, la foto levanta mucho».

Ya al filo de la una de la madrugada, cuando no habían transcurrido 20 minutos, se hizo notar de nuevo la llegada de Othoniel González Quevedo, el director, quien dio ese día la mejor prueba de admiración por la fotografía de prensa y confirmó la creencia generalizada de que una imagen puede valer más que mil palabras.

Ante el desconcierto del redactor, quien lo observaba incrédulo, con el cabello desgreñado y visibles muestras de cansancio, le soltó sin clemencia: «Lo siento, Padilla, deja eso en un pie de foto. Es todo lo que cabe.”

Acerca Ventura de Jésus

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