Los perros del amanecer*

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La libertad está hecha de madera, una chispa cualquiera la puede hacer caer
Pedro Aznar

Leíamos La guerra y la paz sentados en los muros del preuniversitario, nos preguntábamos si era posible el amor en los tiempos del cólera mientras los primeros en la fila apartaban las mejores frituras y a nosotros, siempre los últimos, nos guardaban los ripios. Nos conformábamos con dormir la noche entera sin ninguna interrupción.

Éramos los negros, los de corto tamaño, los homosexuales, los distintos. Otros tenían el poder y la libertad de sentirse parte, nosotros pedíamos paz, nunca derechos; queríamos huir de los juicios y el miedo. Usábamos espejuelos, caíamos en todas las trampas, vivíamos para demostrar valor, pero en el fondo estábamos solos, aislados incluso entre nosotros, vulnerables, ansiosos. Pertenecer a una misma comunidad es una utopía si las diferencias marcan el paso, si el respeto es palabra y no ley.

Sentíamos vergüenza de hablar con nuestros padres y pedir ayuda; el bullying nos hizo inseguros, niñas y niños con baja autoestima, sin acceso a un recreo feliz. Caminábamos los pasillos con cautela, solo nos resguardaba la figura de un profesor, mientras tanto, éramos la diana del mundo. La vida parecía un agujero por donde solo merecíamos caer, pero nadie se escapa del tiempo, y hoy, cuando la sociedad estremece los sentidos comunes, empezamos a romper las paredes de los callejones, a mostrar orgullosos lo que somos y deseamos ser, a escalar el agujero para asomar la cabeza y respirar el oxigeno de la libertad.

¿Y si los blancos hubiesen sido los esclavos de los negros? ¿Si una vez liberados, tuviesen que cargar con los prejuicios construidos por sus propios dueños para justificar la opresión y el castigo? “No confíes en ningún blanco”. ¿Si tuviésemos el poder para fundar imaginarios y un heterosexual tuviese que explicar por qué le gusta el sexo opuesto? Si las ucronías que se nos cruzaron por la cabeza fuesen posibles, también seríamos una sociedad injusta.

Vivir en comunidad implica respeto, una construcción permanente de armonía en la diversidad, establecimiento de límites propios y reconocimiento de los límites ajenos; un aprendizaje de la paciencia, de la escucha, de no hacer a los otros lo que no esperamos de vuelta.

Nuestros hijos escuchan música y revisan sus perfiles de Instagram sentados en los muros del preuniversitario, se preguntan qué harán en el futuro, cómo será el amor en los tiempos de la distancia. Dos muchachos caminan de la mano por los pasillos, se besan libremente, y no les hacen creer que les toca de últimos en la fila. Lo de atrás son otros, siempre hay quien no se siente parte, siempre a alguien le guardan los ripios; allí escondidos, están los que sienten vergüenza, miedo y culpa.

A los distintos de una mayoría, siempre nos llega la época de ser iguales en otra. Cuando somos más tenemos la responsabilidad de hacer por los que se sienten menos y marginados, y cuando somos apartados, tenemos el deber de respirar. Abrimos los ojos en contra de toda discriminación, de toda violencia; un mundo mejor era posible, hoy, es urgente.

*En Cuba es conocida la canción homónima de Joaquín Sabina perteneciente al popular fonograma El hombre del traje gris, de 1988. Los perros del amanecer, es también un título del músico y compositor argentino Pedro Aznar, incluido en su álbum Quebrado, del año 2008.

Rey Montalvo/Cubadebate

Acerca Redacción TV Yumurí

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