Francisco de Albear y Fernández de Lara es un nombre mayúsculo en la historia de la ingeniería cubana, reconocido por su notable contribución al desarrollo de infraestructura de la ciudad de La Habana en el siglo XIX.
Nacido el 11 de enero de 1816 en el Castillo de los Tres Reyes del Morro, Albear demostró desde joven una inclinación por el estudio y el desarrollo personal. Su dedicación lo llevó a concluir exitosamente una ardua formación en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, España, destacando con las más altas calificaciones en un contexto de intensa demanda académica debido a la inestabilidad política de su tiempo.
La carrera de Albear no se limitó a sus notables hazañas en el campo militar durante las guerras carlistas, donde su valor le mereció la Cruz Militar de San Fernando. Su verdadera pasión y legado radican en la vasta cantidad de obras públicas que emprendió tras su regreso a Cuba.
Entre 1845 y 1854, se encargó de más de 200 proyectos diversos que iban desde la construcción de puentes y carreteras hasta el establecimiento de las primeras líneas telegráficas de nuestro país, demostrando así su compromiso con el progreso social y económico de su tierra natal.
El proyecto más emblemático de Albear es, sin duda, la conducción de aguas de los manantiales de Vento hacia La Habana: el acueducto de La Habana, o como es conocido aún hoy, el acueducto de Albear, una de las siete maravillas de la ingeniería civil en Cuba.
Esta monumental obra, que Albear planificó en dos fases, fue un logro de ingeniería que transformó radicalmente el suministro de agua en la capital cubana. A pesar de las limitaciones económicas y políticas de la época, y la ardua labor que la construcción de esta infraestructura implicaba, Albear perseveró, asegurando una fuente de agua potable que beneficiaría a generaciones de habaneros.
A lo largo de su carrera, Albear enfrentó retos no solo técnicos, sino también burocráticos y políticos. Los conflictos con el Ayuntamiento habanero y el Gobierno Superior Civil, junto con las críticas inmerecidas publicadas en medios como el Diario de la Marina, no frenaron su empeño.
En respuesta a estas dificultades, Albear publicó artículos defendiendo su obra, lo que atrasó considerablemente los proyectos debido al desvío de recursos y tiempo hacia la resolución de estos conflictos.
El legado de Albear trasciende al acueducto de La Habana. Fue miembro influyente en numerosas sociedades científicas y profesionales internacionales, llevando el nombre de Cuba a foros de alto nivel. Su obra fue reconocida en 1878, cuando obtuvo una Medalla de Oro en la Exposición Universal de París, confirmando la excelencia técnica y visión de futuro de sus proyectos.
Francisco de Albear falleció el 23 de octubre de 1887, dejando un legado indeleble en el ámbito de la ingeniería cubana. Sus obras, especialmente el acueducto de La Habana, continúan siendo un testimonio de su genio y dedicación.
Nunca involucrado en conflictos políticos de independencia, Albear dedicó su vida al servicio público, mostrando que su verdadero campo de batalla fue siempre el progreso social de nuestro país.
Finalmente, la historia hace justicia a Francisco de Albear: más que un ingeniero, fue un visionario cuyas obras establecieron una base crucial para el desarrollo futuro de Cuba. Su trabajo ejemplifica cómo la ingeniería puede generar un impacto positivo y duradero en la sociedad, preservando así su lugar como uno de los grandes benefactores de La Habana. (ALH)