Cuando lo mataron tenía apenas 18 años de edad. Fue un día como hoy, el 5 de enero de 1961. Su gran «crimen» era el de ser maestro; el «delito» era llevar la enseñanza a los campesinos en las serranías espirituanas.

No portaba más armas que sus libros.

Fue por eso que bandas de alzados contrarrevolucionarios, elementos sin escrúpulos al servicio de EE. UU., le troncharon la vida luego de torturarlo con saña.

Odiaban el ejemplo que se materializaba con la noble idea de la campaña de Alfabetización, protagonizada por cientos y cientos de jóvenes en las montañas y los lugares más apartados.

Bueno, también lo mataron por «ser negro, pobre y revolucionario», como aseguró Fidel algún tiempo después.

Conrado Benítez, nacido en el seno de una familia humilde, en la barriada de Pueblo Nuevo, en esta ciudad, se convertiría de tal suerte en el primer mártir de la Alfabetización, y en una de las primeras víctimas del terrorismo desatado por el Gobierno estadounidense contra la Revolución Cubana.

Su tía paterna, Herminia, Miní, como cariñosamente le decían; se había hecho cargo del cuidado del menor. Recordó alguna vez, todavía en vida, cómo Conrado se puso muy contento cuando supo del llamado de Fidel a los jóvenes que estaban dispuestos a dar clases.

Le comentó que iban a ir por casa con unas planillas, y que él las llenaría. Y así fue.

Muy poco tiempo después, la noticia de la muerte del muchacho la golpeó tremendamente. «Aquel fue de los peores días de mi vida, siempre lo llevé grabado en mi corazón», evocaría Miní, conmovida por el dolor y la añoranza.

Meses más tarde, Cuba fue declarada territorio libre de analfabetismo, y el nombre del maestro Conrado Benítez continuó perpetuando e iluminando a muchos que siguieron y siguen el camino del magisterio.

Quizá como el mejor símbolo de su legado, cada familia cubana tiene la tranquilidad de que la educación de sus hijos está garantizada.

En memorable discurso, Fidel afirmaría, al referirse al joven alfabetizador: «Ese maestro, que murió cruelmente asesinado, no será una luz que se apague, será como una llama de patriotismo que se enciende».

Su ejemplo se multiplicó en decenas de miles de brigadistas. Dicen que, lejos de amedrentarse por el despiadado asesinato, los jóvenes de entonces se incorporaron masivamente a la Campaña de Alfabetización. La brigada llevaba su nombre con orgullo. (ALH)

Ventura de Jesús/Granma

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