Limonar celebra su fundación. El terruño nacido a los pies del legendario Guamacaro, hace ya 215 años, cumple un nuevo aniversario de historias y tradiciones.
Lejano en el tiempo, aquel 28 de octubre de 1808, Limonar nació signado de sueños y realizaciones que validaron su devenir histórico.
Digo Limonar y un manojo de añoranzas me habitan más acá de sus mayores relatos. Son las pequeñas cosas que anidan en el recuerdo. Hincarse de rodillas a beber el agua de sus manantiales, regresar a casa con un ensarte de sorprendidas biajacas y guabinas, sumarse al guateque donde se calienta la última controversia y devolver el cálido beso de una mujer enamorada.
Pero Limonar es pródigo en aconteceres. De Canimar a Yaití, del Moreto a Triunvirato, de Sumidero a Jesús María, no hay una hectárea de su fértil suelo que no haya sido regada con la sangre y el sudor de sus mejores hijos.
Aún se escuchan las voces de Carlota y Fermina al toque de los bravos tambores, cansados de la explotación y el azote; el grito viril de Juan Gualberto y de López Coloma al llamado de la guerra necesaria y el discurso encendido de Antonio Berdayes defendiendo el derecho de los henequeneros. Duele la sangre generosa de Nelson Fernández Oliva, ofrendada en el Goicuría, y la de Horacio Rodríguez, erigido como un sol combatiendo la tiranía en el histórico Manzanillo.
Pero la sangre vertida se hizo luz una mañana de enero y el trabajo creador, la voluntad de superación y la defensa de sus mejores conquistas se hicieron firmes en el compromiso de construir un mundo mejor.
Entonces la caña y el henequén premiaron el empeño laborioso, y sus ganaderos regalaron una raza mambisa al sueño de Fidel. Se multiplicaron sus maestros y médicos para que la educación y la salud llegaran hasta todos. Y sus hijos disfrutaron más plenos del baile que Faílde regaló a la nación cubana. Cantó a la sombra de la ceiba glorificada por Chartrand y le ilusionó la última finta de su mago mayor. Entonces se admira de la hornada de rapsodas que desvelan el verso de la Alondra del Moreto, e inspiran el nuevo canto que se levanta en la Casa Naborí.
Lo mismo que Emiliano Ayllón, revivido con cada batazo del papá de los jonrones, y el vuelo de su pueblo a las alturas con el salto que más lo acercó a las estrellas.
Limonar está de fiesta y con él me levanto, por ese amor que un día me prendió a sus calles como un hijo suyo, para siempre. (ALH)