El mago ensaya delante del espejo

porque la honestidad del vidrio es otra.

Alexis Díaz Pimienta

Cuando se publicó Rayuela, texto consagratorio del argentino Julio Cortázar, y La Maga, enigmática protagonista de la novela cortaciana, hacía de las suyas en el viejo París, Serruchini, El Mago limonareño, hacía tiempo escamoteaba ilusiones, cual auténticas joyas de un arte milenario.

Joya, Joya, se le oía decir, como simple expresión, amistoso saludo o sugerente exclamación.

Distinto a La Maga, a quién le era “mucho más fácil hablar de cosas tristes que de las alegres”, Serruchini, hilvanaba fantasías, construía sueños, procuraba alegrías.

Diwaldo Ventosa Pakar, el Kid Ranchuelero de sus años boxísticos, el Mago Serruchini de los disímiles escenarios, nació en Limonar el 3 de abril de 1941.

En tiempos difíciles había subido al ring, donde se le recuerda como un pugilista fajador. Pero ya en los años 50 se acerca autodidactamente al ilusionismo, para con dedicación y estudio profesionalizarse en 1961. Desde entonces su arte obró milagros para el deleite de un público felizmente asombrado.

Con su mirada pícara, magullada en sus años de boxeador, gruesos labios siempre dispuestos a la sonrisa, dedos regordetes y una estatura mediana no más afinada, Serruchini ostentaba el don de la sabiduría.

Aunque casi siempre se le recuerda como el pugilista destacado o el mago virtuoso que formó una legión de destacados ilusionistas, apenas se comenta su fácil oratoria, su conocimiento de la historia universal o su disfrute de la poesía y los atinados comentarios que le merecían.

Con el Rancho, como solía llamarle –otros muchos le llamaban Serrucho–, jugué largas partidas de ajedrez. Cualquier domingo en la pequeña sala limonareña del viejo Capica, donde nos reuníamos decenas de jugadores, enfrenté a Serruchini, a sabiendas de que una sola partida podía ocuparnos toda la tarde. Su juego cerrado y su larga meditación, muchas veces requerían de un par de horas, no carentes de tácticas arriesgadas y duro batallar por la victoria.

Era posible escucharle hablar de Winston Churchill, el Emperador Hiroito o las hazañas del Mariscal Zhukov, tanto como remontarse a la antigua Roma para citar breves frases de Cicerón.

Le escuché comentar los versos de Martí y los de Machado y aportar elementos valorativos sobre sus obras, por referirme solo a dos de los más sobresalientes poetas de la lengua española. Seguramente leyó a muchos otros.

En ocasiones, cuando escuchaba alguna frase o palabras mal expresadas, sin herir en modo alguno al que las pronunció, dirigiéndose a sus contertulios le escuché recitar de memoria los conocidos versos de Moratín: Admirose un portugués/ de ver que en su tierna infancia/ todos los niños en Francia/ supiesen hablar francés. / «Arte diabólica es»,/ dijo, torciendo el mostacho,/ «que para hablar en gabacho/ un fidalgo en Portugal/ llega a viejo, y lo habla mal/ y aquí lo parla un muchacho».

Dotado de palabras «jocosas» y canciones para cada ocasión, ante un servicio innecesariamente demorado abría los ojos pronunciadamente y solía decir: Burrrrocracia! Lo mismo que en las fiestas de cumpleaños, luego de las felicitaciones, se le recuerda simular el corte del pastel mientras cantaba «… y a picar el cake, chuan, chuan».

Andariego feliz, en cualquier esquina del pueblo convertido en improvisado escenario, rodeado de chiquillos y adultos, adivinaba cartas, desaparecía pequeñas pelotas, ensartaba aros o producía cintas y monedas, con igual esmero que en la pista del Circo Atenas cuando presentaba una limpia y novedosa versión del baúl mágico.

Pero Serruchini, podía dedicar horas a contarte el origen de la magia artística, diferenciándola de otras prácticas ocultistas o sobrenaturales; enumerar números clásicos o narrarte la historia de los grandes ilusionistas del mundo. Difícilmente enseñara un número a cualquiera de los muchos jóvenes que se acercaban interesados, si antes no los introducía en la historia de esta singular manifestación artística.

Humilde hasta los huesos, muchas veces subió a la escena con el traje facilitado por conocidos y admiradores.

Merecedor de importantes premios y homenajes, promotor de  recordados eventos, reconocido profesor de decenas de ilusionistas, integrante del jurado nacional evaluador  de la disciplina, Serruchini es cuerpo y alma de la mejor tradición del arte del ilusionismo cubano.

Durante los festejos limonareños por el aniversario 215 de su fundación, Luis Enrique (Licho) Alpízar, natural de la localidad, mereció la condición de Hijo Ilustre de Limonar durante la Asamblea solemne por la celebración. Destacado realizador de materiales audiovisuales, ahora se empeña en dar vida a la historia del inefable Serruchini.

Junto a otros integrantes del Cine Club Baiguana, de Boca de Camarioca, trabaja en la realización de un documental sobre el ilusionista limonareño, que pudiera quedar concluido en diciembre próximo.

Serruchini, el rey del escamoteo, daría vida a la memoria de uno de los ilusionistas más geniales, humildes y sencillos de la escena cubana.

“…A La Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre”. Serruchini, en cambio, siempre encantaba a su público con las fantasías inverosímiles de su arte inolvidable. Joya, Serruchini, Joya. Donde quiera que esté, Serruchini, ¡Joya! (ALH)

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