Lejos de lo que muchos piensan, dormir no es tiempo perdido. Cuando uno duerme, el cerebro se mantiene sumamente ocupado y en el organismo ocurren numerosos cambios.
Se trata, pues, de una conducta adaptativa muy compleja, cuya definición más extendida alude a una relativa calma y al incremento del umbral o de la respuesta a los estímulos externos en relación con el estado de vigilia.
Incluso, para quienes aún sostienen la errada teoría, cabe recordar que diversos estudios han demostrado la posibilidad de aprender mientras se está dormido.
Sucede que el cerebro continúa procesando la información recibida durante el día. Examina en detalles todas las memorias formadas, estabilizándolas, copiándolas y llenándolas para que tengan más utilidad en la jornada siguiente.
Dormir bien convierte a estas en más resistentes a “interferencia” de otras informaciones, en tanto, ayuda al cerebro a “revisar” y decidir con qué quedarse.
Aunque algunos científicos continúan derivando interrogantes en torno a lo que constituye una actividad natural y sencilla, las estadísticas refieren que un tercio de la población mundial padece trastornos del sueño.
TRASTORNOS DEL SUEÑO
Los trastornos del sueño han sido leitmotiv para muchas investigaciones. En la actualidad se conocen más de 80 formas en que se presentan, aunque clásicamente se agrupan en tres grandes ramas: insomnios, hipersomnias y parasomnias.
La primera de ellas y la más común, abarca distintas manifestaciones y se origina por diversas causas. En dicha categoría se incluyen la dificultad para conciliar el sueño o para permanecer dormido, así como el despertar demasiado precoz.
Se produce, por lo general, por preocupaciones y estrés, pero igual puede ser síntoma de un número considerable de problemas somáticos (enfermedades del corazón, dolores, problemas respiratorios o apneas, diabetes, úlcera, etc); psiquiátricos (de presión endógena, alcoholismo, psicosis, neurosis); y farmacológicos (alimentación y horarios de ingestión, actividad física, hábitos sociales y de trabajo, la siesta…). También existen determinados tipos vinculados a la predisposición genética.
La hipersomnia consiste en una excesiva somnolencia o aumento en las horas habituales de sueño. En muchos casos se trata de un estado pasajero, provocado por distintos motivos, como realizar tareas que demanden un gran esfuerzo físico o considerable gasto de energía. Cuando no cede debe investigarse.
Por último, las parasomnias se atribuyen al despertar parcial desde los niveles más profundos y se presentan cada noche, normalmente en las dos o tres primeras horas. En este grupo figura una serie de comportamientos que aparecen de manera anormal: terrores nocturnos, pesadillas, sonambulismo, somnoloquio, calambres nocturnos en las piernas, el síndrome de muerte súbita en niños y adultos y las crisis epilépticas asociadas al sueño.
CONSEJOS PARA DORMIR BIEN
De acuerdo con los expertos, un recién nacido (0-3 meses) ha de dormir entre 14-17 horas cada día. A partir de los 4 meses y hasta el primer año se recomienda entre 12 y 15 horas; mientras, de 1 a 2 años, entre 11 y 14 horas.
En edad prescolar (de 3 a 5 años), se considera ideal de 10 a 13 horas. Los niños de 6 a 13 años deben hacerlo entre 9 y 11 horas. Para los adolescentes, basta con aproximadamente 10 horas de sueño.
A partir de los 18 años y hasta los 64 se recomienda permanecer en los brazos de Morfeo —Dios al que se le atribuyó el sueño en la mitología griega—, entre 7 y 9 horas al día. Por último, los adultos mayores deben descansar de 7 a 8 horas.
Aunque lo anterior puede variar más o menos en el criterio de los especialistas, en lo que sí coinciden todos es en la importancia del buen dormir para lograr un perfecto equilibrio físico y mental. Recomiendan, por tanto, acostarse y levantarse siempre a la misma hora.
No hacerlo durante el día y realizar ejercicios bien temprano, nunca antes de ir a la cama, momento en que tampoco se deben ingerir abundantes comidas ni tener hambre. Un vaso de leche tibia o té de tila, puede ayudar.
Dejar de fumar, tomar cafeína solo por la mañana y en reducidas cantidades, no beber alcohol –al menos cuatro horas antes de dormir– y mantener la habitación en óptimas condiciones (sin ruido, exceso de luz, temperatura agradable) se suman a las sugerencias.
Bueno conocer, además, que un baño caliente contribuye. También usar ropas cómodas y practicar acciones relajantes como escuchar música, leer textos sencillos…
De tomarse medicamentos que desencadenen actividad como micción (diuréticos) hacerlo lo más temprano posible. Si se trata de alguno usado para dormir, intentar tomarlo por un tiempo limitado.
Aunque alguna de las normas anteriores suponga renunciar a costumbres arraigadas, bien vale la pena hacerlo, pues, al descansar nuestro cuerpo y mente estarán más atentos para resolver los retos que se presentan en el día a día.
Una vida despierta y plena contribuye mucho a un sueño reparador. Cuando logras este último entiendes, entonces, que dormir no es para nada un tiempo perdido. (ALH)