En el mes de octubre de 1889 salió a la luz el último número de La Edad de Oro. La publicación mantuvo, en sus cuatro números, una permanente intención de contribuir a la educación científica de las niñas y niños de América.
De julio a octubre de 1989 José Martí publicó en Nueva York la revista La Edad de Oro. Para varios estudiosos de la obra martiana, como Cintio Vitier y Justo Chávez, esta fue resumen y esencia de sus concepciones científicas y educativas. En ella resaltó el amor a la naturaleza, la importancia de la ciencia y la necesidad del estudio. Entre sus artículos hay varios con una clara vocación de divulgación científico-técnica.
Según se expresó en el prospecto de la publicación, estos serían “…verdaderos resúmenes de ciencias, industrias, artes, historia y literatura…”. Así lo demostró Martí con “La historia del hombre contada por sus casas” y “Las ruinas indias”, en el número de agosto. Lo mismo puede decirse de “La Exposición de París”, publicado en septiembre. En octubre aparecería “Historia de la cuchara y el tenedor”, anunciado antes como “Historia de la cuchara, el tenedor y el cuchillo”. Además, en este número final pueden leerse “Cuentos de elefantes” y “La galería de las máquinas”.
En esta última salida Martí se lamentó por no haber podido publicar “…el artículo de La Luz Eléctrica, que cuenta cómo se hace la luz, y qué cosa es la electricidad, y cómo se enciende y se apaga, y muchas cosas que parecen sueño, o cosa de lo más hondo y hermoso del cielo…”.
La significación científica y pedagógica de esta revista fue reconocida por varios contemporáneos. Enrique José Varona la calificó como un periódico “…instructivo, útil y ameno, provechoso a la par para la inteligencia y el corazón”. El mexicano Manuel Gutiérrez Nájera se preguntó: “¿Dan al niño en la escuela nociones antropológicas y etnográficas e históricas, como las que le da La Edad de Oro en ‘La historia del hombre contada por sus casas’? ¿Le hablan de arqueología como en ‘Las ruinas indias’?”.
En otros artículos de La Edad de Oro, aunque no tratan de ciencia, Martí también estimuló esos conocimientos. Lo hizo al presentar el ejemplo de grandes personalidades históricas. Sobre Bartolomé de las Casas dijo a los niños: “…era grande su saber para un mozo de veinticuatro años”. Acerca de Miguel Hidalgo, que era “…de la raza buena: de los que quieren saber”. También mencionó al poeta Johann W. Goethe, quien a los ocho años estudiaba “…toda especie de ciencias”. Sobre Buda expresó: “…de niño sabía más que los doctores más sabios y viejos”.
Pese a los esfuerzos de José Martí, La Edad de Oro sólo tuvo cuatro números, debido a que el editor le exigió que hablase del ‘temor de Dios’. Queda claro que entre las causas del fin de esta valiosa publicación estuvo su defensa del aprender por sí, sin imposiciones extrañas, así como la promoción del conocimiento científico.
La importancia de La Edad de Oro quedó reflejada en un comentario que expuso el Apóstol en “Un paseo por la tierra de los anamitas”. En él resaltó la necesidad del estudio como vía para alcanzar el saber y la libertad: “…lo que se ha de hacer es estudiar con cariño lo que los hombres han pensado y hecho, y eso da un gusto grande, que es ver que todos los hombres tienen las mismas penas, y la historia igual, y el mismo amor, y que el mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento”. (ALH)