Los años 60 fueron marcados por el auge de los movimientos sociales. Desde entonces, muchas veces vimos a los protagonistas portar entre sus banderas y carteles la imagen del Che.

Una y otra vez, en cualquier lugar del planeta, asociada a las más legítimas luchas por la justicia social y la libertad de los pueblos, la repetida imagen del Che emerge como un símbolo.

Cuestión de símbolos (I Parte)

Pero no podemos desconocer, la existencia de una industria presurosa a convertir  en mercancía cualquier símbolo que le ofrezca seguras ganancias.

La imagen del Guerrillero Heroico, dignamente representada en diversas y numerosas obras de arte y sobre todo en la voz de los más humildes, también es vendida sin el menor  pudor en cualquier mercadería, muchas veces alejada de su real significación.    

En ello estriba una buena parte de las propuestas seudoculturales imperialistas a las que nunca faltarán el oculto o explícito mensaje ideológico, según sean los objetivos.

Deben convencer para vencer, aunque para ello tengan que imponer sus conceptos y valores valiéndose de cualquier medio.

La agresión a nuestros símbolos mediante la colonización cultural anda en marcha, y nadie pierde el tiempo en justificar el atropello.

En tiempos de fake news, postverdades y hechos alternativos, las    infundadas narrativas se despliegan desde la demonización del héroe o líder social contrario a los intereses imperiales, o desde la práctica sostenida de idealizar y vaciar los contenidos de su significación simbólica.

El ejercicio cotidiano de la manipulación, a la sombra de las nuevas herramientas, se halla a la orden del día, pero existen numerosos ejemplos históricos de cómo proceder para enajenar a los pueblos de sus propios y verdaderos símbolos.

Durante la preparación y desarrollo de la Guerra Necesaria y aún después de la arrebatada victoria mambisa sobre las armas españolas, por la injerencista intervención norteamericana, la imagen revolucionaria y antimperialista de José Martí, fue denostada por todos los medios al alcance de cuantos se opusieron desde siempre a la verdadera soberanía del pueblo cubano.

Sobran las publicaciones de quienes pretendieron demonizar al héroe acusado entonces como enamoradizo, llevado por el abuso de los licores o aventurero ramplón. Como un vulgar traficante de armas se encargó de tratarlo años más tarde un infame filme norteamericano.

 

Pero cuando la imagen martiana emergía una y otra vez del pretendido escarnio, entonces algunos optaron por su beatificación, o su inmovilización en los mármoles de las estatuas, siempre que su magnífico ejemplo quedara limitado a un objeto de veneración.

Aún otros, que pueden resultar los más peligrosos, disputan el símbolo, desmienten sus esencias y resaltan citas, conceptos o frases sacadas de contexto, en el empeño de apropiarse del héroe.

Era necesario, para los intervencionistas y sus lacayos, destruir el símbolo que Martí representaba o al menos convertirlo en un mito inalcanzable.

Hombres como Mella dieron su batalla por rescatar el pensamiento martiano del ultraje y colocarlo al frente de los mejores empeños de su pueblo. Largas décadas de desgobierno y entreguismo parecían que nunca se cumpliría la voluntad del Apóstol. La generación del centenario colmó ese esfuerzo.

Para caracterizar aquellos años previos al triunfo revolucionario de enero de 1959, el hondo intelectual José Lezama Lima expresó “Se decía que el cubano (…) estaba desilusionado, que era un ensimismado pesimista, que había perdido el sentido profundo de sus símbolos. Como una piedra de frustración, el cubano contemplaba a Martí muerto, expuesto a la entrada de Santiago de Cuba, o a Calixto García obligado a quedarse contemplando las montañas sin poder entrar en la ciudad. Pero el 26 de Julio rompió los hechizos infernales, trajo una alegría, pues hizo ascender como un poliedro en la luz, el tiempo de la imagen”…

La extensa pero insustituible cita, viene a sustentar el convencimiento de que solo la estoica resistencia y el enfrentamiento ante las reales carencias que agobian a nuestro pueblo, consecuencias de las  crisis epidemiológicas y económica, agravadas por el recrudecido bloqueo imperialista,  vencerán las tercas dificultades que se nos imponen.

Nuevos Halcones, Rambos y Supermanes, listos para salvar un sistema en franca decadencia, vienen a desvirtuar la historia y perpetuar sus símbolos imperialistas. Sus viejos arquetipos se adjudicaban las más temerarias y decisivas acciones combativas durante la Segunda Guerra Mundial, o más tarde en Corea y Viet Nam.

Los nuevos, por supuesto, son auténticos héroes capaces de todas las hazañas, al menos en sus delirantes historietas. 

Dejarse arrebatar el proyecto colectivo de una sociedad justa, próspera y sustentable que debemos y podemos construir, sería una cobardía y un suicidio político y social. Defender la Patria, pensarla y construirla, aún desde las más difíciles circunstancias que hoy postergan muchos de nuestros sueños, es una necesidad de primer orden.

El pueblo cubano no habrá de sucumbir ante la imponente agresión imperial a que se enfrenta, ni admitirá que caigan con esa fuerza más -como diría José Martí- a imponernos ajenos símbolos colonizadores. A nuestros pueblos corresponde librar la batalla definitiva por la dignidad plena del hombre.  

 

 

 

 

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