Veinte años no son nada cuando se trata de construir leyendas. Y el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve es precisamente eso: una leyenda viviente de batas blancas y corazón gigante que nació de la visión audaz de Fidel y que hoy, dos décadas después, sigue desafiando no solo desastres naturales y pandemias, sino la más feroz campaña de mentiras y presiones que haya sufrido nunca un acto de pura solidaridad humana.
Este 19 de septiembre, Cuba no celebra un aniversario más. Celebra una idea que se hizo carne en miles de hombres y mujeres que han cruzado mares y fronteras, no con armas, sino con estetoscopios; no con intenciones coloniales, sino con un único propósito: salvar vidas. El contingente Henry Reeve es la prueba irrefutable de que la Revolución Cubana, aún asfixiada por un bloqueo económico brutal que se recrudece cada día, exporta algo que el imperio no puede entender porque no tiene precio: amor al prójimo.
El contexto de su nacimiento en 2005 es crucial para entender su grandeza. Tras el devastador paso del huracán Katrina por Estados Unidos, Cuba –en un acto de enorme grandeza– ofreció enviar inmediatamente más de 1500 médicos especializados para atender a las víctimas. La administración Bush, presa de su orgullo y su anticastrismo visceral, rechazó la ayuda. Pero Fidel, que siempre veía más allá, convirtió el NO en una oportunidad.
Si no los querían allí, el mundo los necesitaría en otra parte. Así nació el Henry Reeve, bautizado en honor a un joven norteamericano que murió luchando por la independencia de Cuba en el siglo XIX. La historia siempre le da la razón a los que piensan en grande.
Desde entonces, sus hazañas son el currículum de un superhéroe colectivo. Más de 160000 profesionales de la salud han servido en 68 países, enfrentándose a lo inimaginable. Fueron los primeros en llegar a Pakistán tras el terremoto de 2005 y los últimos en salir. Se adentraron en el infierno del ébola en África Occidental cuando otras naciones evacuaban a sus ciudadanos. Y en la reciente pandemia de COVID-19, fueron un rayo de esperanza para decenas de países, desde la sofisticada Italia hasta el empobrecido Haití, demostrando que la prevención y la medicina comunitaria salvan más vidas que todos los recursos tecnológicos del mundo manejados sin voluntad política.
En un mundo donde el valor de todo se mide en dólares, ¿cómo se contabiliza el valor de millones de vidas salvadas? ¿Cómo se pone precio a la gratitud de una madre que recupera a su hijo, de un anciano que vuelve a respirar? Esa es la esencia del Henry Reeve: es un activo moral y político que rompe todos los esquemas del capitalismo.
Mientras el gobierno de Estados Unidos gasta billones en su maquinaria de guerra y aplica sanciones cada vez más crueles para asfixiar económicamente a nuestra isla –sanciones que, no olvidemos, son un acto de guerra en tiempo de paz y condenadas año tras año por la abrumadora mayoría de la comunidad internacional–, Cuba responde con brigadas de médicos. Es el softpower más poderoso que existe. Es la demostración práctica de que otro mundo es posible, uno basado en la colaboración, no en la explotación.
La respuesta de Washington no ha sido introspectiva, sino mezquina. Ha intensificado una campaña de desprestigio y presión sin precedentes contra el programa de colaboración médica cubana, llegando a amenazar a países que solicitaban las brigadas en plena pandemia y promoviendo leyes como la Ley de Libertad para los Pacientes y los Médicos Cubanos, un esperpento jurídico que pretende pintar la solidaridad como esclavitud.
La ironía es grotesca: el país que mantiene un bloqueo que limita el acceso de Cuba a medicamentos y recursos vitales, acusa a Cuba de explotación. ¡Le zumba…!
Pero el mundo no es tonto. Los pueblos y los gobiernos que han recibido a los médicos cubanos saben la verdad. Saben que estos profesionales trabajan en las zonas más remotas y pobres, aquellas que sus propios médicos suelen abandonar. Saben que no cobran fortunas, sino que su «pago», en muchas ocasiones, es la satisfacción del deber cumplido y el desarrollo de su país. Y saben que, detrás de cada bata blanca, hay una formación académica y ética de primer nivel, forjada en un sistema de salud público que, a pesar del bloqueo, es envidiado mundialmente.
Veinte años después, el legado del Henry Reeve trasciende lo médico. Es un símbolo de resistencia y dignidad. Es la prueba de que la solidaridad es el arma más eficaz contra la hegemonía. Cada médico es un embajador de la verdad de Cuba, desmintiendo con sus acciones las campañas de mentiras.
Mientras nos azotan las crisis climáticas, las pandemias y desigualdades obscenas, el ejemplo del Contingente Henry Reeve no es una anécdota; es una brújula moral. Demuestra que la salud no es una mercancía, sino un inalienable derecho humano, y que la cooperación internacional debe basarse en el respeto y la hermandad, no en la coerción y el lucro.
El bloqueo sigue. Es una cruda, y dura, realidad. Las amenazas continúan. Pero también continúa Cuba, y sus médicos, dispuestos a partir a donde los necesiten. Porque como bien dijo Fidel, el verdadero internacionalismo es compartir lo que se tiene, no lo que sobra.
Y Cuba, a pesar de tener mucho en contra, lo comparte todo. Ese es el activo más importante de la Revolución: la conciencia de que un mundo mejor no solo es posible, sino que se está construyendo, paso a paso, tras cada gesto de pura, desinteresada y rebelde solidaridad.