Empezó a jugar fútbol a los cuatro años, motivado por su abuela materna. En un amistoso de barrio, al entrenador le faltaba un jugador, y la señora le dijo: “Poné a mi nieto”. El entrenador le dijo que era muy pequeño y le podía pasar algo, pero la abuela fue decidora: “Si le pegan y llora, lo sacamos”. Nunca más dejó una cancha.
Tercer hijo, su vida encontró un rumbo sin retorno en la pelota. El fútbol se volvió su respiración, su pulsación y su vida. Jugando en las inferiores de Newell’s, le diagnosticaron un retraso en la hormona de crecimiento, poniendo en riesgo su futuro. Él no se estresó. Con la humildad e ilusión de un niño y con el cariño de su abuela, siguió jugando, confiando en que su talento, esfuerzo y corazón lo llevarían lejos.

Se fue a probar a River y quisieron ficharlo, pero nunca ocurrió. Meses después apareció en la órbita de la familia la posibilidad de probarse en Barcelona, algo jamás imaginado. Viajó junto a su padre a España y en el primer amistoso que jugó, tuvieron que cambiarlo de equipo para que fuera más justo.
Cuando llegó el decisivo, lo ficharon de inmediato. Todo fue informal, casual, casi azaroso. En una servilleta firmaron un preacuerdo para contratarlo, que después se formalizó asegurándole un puesto de trabajo al padre y el pago del tratamiento médico. Así llegó a Barcelona e inició el camino. Años después debutó por el primer equipo y cambió el juego para siempre.

Paralelamente inició su relación con la selección. Estuvo tentado de jugar por España, pero la sangre fue más fuerte y se decidió por Argentina. Para el sudamericano sub20 del año 2005 fue convocado “para jugar los partidos como suplente”. Al terminar el torneo, su selección clasificó al mundial y él fue el segundo goleador en la tabla.
Ya en el Mundial de la categoría, logró ser campeón, goleador y mejor jugador, dando el salto a la atención internacional. Jugó el Mundial adulto de 2006 y en 2008 consiguió la cima olímpica, pulverizando todos los récords juveniles. De ahí en adelante, su carrera fue inigualable.

Súper campeón, súper goleador, súper asistidor. Ganó todos los torneos que jugó y en el ocaso de su carrera, cuando muchos lo daban por muerto, lideró a Argentina a ganar el Mundial. Cumplió así el último de los sueños de ese niño de cuatro años que decidió jugar al fútbol y que se convirtió, con humildad y talento, en un jugador revolucionario.
Lionel Messi ganó su octavo Balón de Oro, y llenó de orgullo a su abuela que lo espera en la cancha eterna y confía para siempre en él. (ALH)