El nombre de José Raúl Capablanca impone respeto en el propio Reino de Caissa, allí donde los balaustres atesoran sigilosos pedazos de la historia que los monarcas de un juego han tejido entre escaques y defensas.

Comentan que no ha nacido otro igual. Genialidad pura y estrafalarias jugadas, de esas difíciles de estudiar por los eruditos, caracterizan el dinamismo de un genio nacido en Cuba.

Sobornó al tiempo para convertir sus movimientos en cápsulas eternas. Cual guardián de los mismísimos peones, refrendó el baluarte de prodigio y mimetizó las cofradías de los trebejos.

También río, perdió y fue humano. En los libros se recogen los vestigios de un ser extraordinario, un campeón del tablero y de la vida.

Al talismán del ajedrez sólo se le puede reservar un pináculo tan grande como su leyenda. A Capablanca, sólo lo podrá emular aquel hereje que un día consiga convertir el deporte en símil de brillantez.

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