El cantautor de butaca en el centro, guitarra abrazada por inmensas manos y vestimenta sobria que ayuda a estilizar a más de cien cubanos kilos, se presentó en el Monumento Nacional Teatro Sauto. Regaló a Matanzas una noche sabatina digna. Un concierto de Frank Delgado es una oda al despelote refinado, una invocación al pensar en forma de canto, un azote a burócratas y carcajadas con ecos de reflexión.
Uno de los rostros de la Nueva Trova, que por edad tan nuevo no está (63 años), recibe la luminaria de los focos fin de semana tras fin de semana, los martes y miércoles también, y algún que otro lunes y viernes. Las presentaciones terminan con un esfigmomanómetro enredado en su brazo marcando la tensión. Entiendes que dominar tantas plateas pasa factura, y, sobre todo, los brindis del después.
“No estoy cansado, no me siento mal. Fíjate, estoy sorprendido porque hace poco en Santa Clara me sentí fatal después del concierto que, por cierto, fue en un lugar rarísimo. Pero ahora estoy bien. Fueron dos horas, normalmente en los bares, que es lo que más estoy haciendo, y meto tres, cosa que el médico ya me prohibió”.
Frank Delgado pinta cuadros costumbristas con canciones. En su presentación entrelaza las interpretaciones con historias desternillantes que involucran a su hijo “el americano”, a Fito Páez, a la maestra de su escuela y a la gaguera de su hermano de cuerdas Santiago Feliú.
Los monólogos que cuento los he ido elaborando poco a poco. Nunca los he escrito, algún día
se me ocurre contar algo y al final del concierto lo apunto, oye, tengo que repetir esto. De tantos años encima del escenario, hay cuentos que he ido perfeccionando. La mayoría de las historias no solo son ciertas, sino verídicas (se ríe), como diría Les Luthiers.He tenido que asumir la guitarra, después de mucho tiempo que no lo hacía. Me pasé 7 años trabajando con un grupo, de formato reducido, pero con un guitarrista que me acompañaba, tresero, percusionista y bajista. Vino la pandemia y quedé solo. No es fácil decir voy a Matanzas, y no existir transporte y agenciarte algo con al menos cuatro ruedas para venir a este Monumento Nacional.
Pero tengo que alejarme un poco de Matanzas. Estoy viniendo mucho, se van a aburrir de mí. Los pobres se preguntarán si no hay otro trovador que quiera venir a esta ciudad. La vez última me presenté en El Jardín de Pelusín, en diciembre, y antes en el nefasto 5 de agosto, el día del incendio…
Aquella tarde, este periodista había ido a ver al compositor.
Un trovador ante el incendio
Frank Delgado tocaba el viernes de aquel día de agosto a las 8 y media en el Teatro Sauto. Pero el cantautor, pez apaciguado en aguas turbulentas, conoce que los conciertos nunca empiezan a la hora prevista, y más de una vez un concierto suyo se ha retrasado porque no hubo fluido eléctrico.
El trovador atisbaba la hahía de Matanzas en espera del fluido eléctrico. Son más de 40 los años sobre taburetes con la guitarra como para sobrexcitarse por no poder probar el sonido. Allí, en un balcón de la zaga del Teatro permanece sosegado, hasta que la explosión de uno de los tanques contenedores de petróleo crudo en la Zona Industrial destroza la impavidez.
Con una bahía de por medio percibe absorto el humo que gravita hasta contaminar el cielo. El artista se estremece. Baja hasta el patio para esquivar las ramas del roble blanco que impiden divisar las llamas. Mirando hacia el calamitoso horizonte flexiona sus resentidas rodillas para subirse sobre un banco de mármol. Se ciñe a guardar las sorprendentes imágenes en su teléfono y preguntarse: ¿Qué habrá pasado allí?
Los matanceros recorrían la calle frente a Frank Delgado, pero el paisaje tan desalentador domina los ojos. Nadie se percata que es el trovador el que en las rejas se sostiene. A toda velocidad transitan las ambulancias con sus alarmas que dramatizan la escena. Mientras el fuego se alimenta del combustible, crece el humo denso y negro.
El concierto no se suspendió, inimaginables las consecuencias de aquel histórico desastre.
Ocho meses después, Frank cantó a la Atenas de Cuba
Vine en guagua con Arnaldo y su Talismán, que tocan ahora cerca de aquí, y te voy a decir, me encanta montarme en guaguas con gente desconocida. Últimamente lo he hecho mucho: fui a Camagüey, Santa Clara y Trinidad, y lo gocé. Esa mecánica la hice hace muchos años, conocí completa a Latinoamérica montado en una guagua. Entonces, me invade la sensación de que voy a descubrir algo nuevo cada vez que subo a una.
Yo, por ejemplo, soy un tipo que no tiene manager, ni productor. Conozco a gente que disponen de una infraestructura, de un grupo, que te dicen: «Habla con mi productor… ah, no, eso no es con él, eso es con mi manager.” Me quedo frío, manager y productor.
Cae, súbitamente el micrófono y aterriza en el suelo, Frank lo recoge en un santiamén, y dice jocosamente: “Soy mi manager, mi productor. En Internet molesto a la gente para que me busque las actividades. O sea, lo hago todo, y me siento muy feliz así».
Primera vez que hago este formato de A lo Juglar, y con la diadema en un teatro, lo he hecho en lugares pequeños, en los bares. Ahí se presta más, voy mirando los ojos a la gente. Aquí es muy difícil porque tenía las luces metidas en el frente y no veía absolutamente nada. Pero yo me lo imagino. Cuando escucho las reacciones, me doy cuenta de que se lo están pasando bien. Quise hacer algo muy minimalista, con una guitarra moviéndome por el escenario. Me parece que salió correcto.
El trovador, panfleto de textos y partituras ajenas, sube a la platea con Pablito, con Santiago, Vicente, Noel Nicola, Juan Formel. Relata anécdotas con ellos, les rinde homenaje, interpreta sus letras. Los sentados escuchan, conscientes de que ocurre algo extraordinariamente valioso: una peregrinación por 60 años de trova. Los trovadores se perciben en el rosto de los presentes. El cuerpo queda, la obra trasciende, y han calado profundo en Frank y el tarareo del Sauto demuestra que en Matanzas también.
Ellos van con la estima de Frank Delgado. ¿Quién tiene el respeto de uno de los rostros identitarios de la canción a cuerda y garganta?
A mí me merece respeto la gente culta, los que saben hacer historias. Desde niño, me sentaba con mi abuela, allá en Consolación del Sur, a escucharla hablar con sus amigas. Los chismes me encantaban, me enteraba de todo, de quién se había muerto, quien le pegaba los tarros a Mengano. En mi vida he escuchado mucha narración oral. Me he convertido en un fanático de los que tienen la capacidad de contar. La gente que ha ido a lugares y saben transmitir esas historias, a mí siempre me han gustado mucho.
Pero sobre todo me gusta la gente coherente. No soporto al que hoy piensa de una manera y al día siguiente pensó todo lo contrario. Son como veletas, ¿no?, esos cambia-casacas repentinos. Respeto a los gusanos de toda la vida, son mis socios. Pero a los neogusanos, esos que dijeron de todo, y me machacaban y ahora quieren que la gente salga a la calle. Por ejemplo, esa gente, no puedo con ellos.
Frank Delgado escribe mordaces versos y con trazos sutiles. La hilaridad que causa en el público se sustenta en un fino ojo detector de conflictos.
Intento rasgar las vestiduras, ser auténtico a la hora de crear. Hay un meme de esos, muy cómico que dice: -En la canción digo que es bizca, tartamuda y sin dientes… Silvio, coño, eso no se puede decir en una canción… Ah, bueno: Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa la sonrisa perfecta… Decir de ciertos modos te permite llegar más.
Nunca soporté las canciones revolucionarias panfletarias. Algunas tienen hasta importancia histórica, las canciones de la Guerra Civil Española, o las canciones de los Corridos Zapatistas. Como fundamentos históricos, les perdonaría la vida, pero a mí no es la música que más me gusta.
Disfruto la poesía dentro de las canciones políticas, por ejemplo, la Estaca, himno que Franco prohibió de Lluís Llach, catalán, letra bella, o Grandola Vila Morena, canción de la Revolución de los Claveles en Portugal. Hay maneras de decir cosas muy fuertes, pero poéticamente. A lo mejor yo no las digo con tanta poesía, sí con humor, porque reírse es un antídoto, es una manera de que las cosas entren más suave.
Hubo una época en que escribí muchas canciones sobre el Periodo Especial. Temas que no eran tampoco ¿políticamente incorrectos?, pregunto. Imagínate que una canción tan boba como Cuando se vaya la luz, mi negra, no se podía poner ni en los centros espirituales. La única canción que trasmitían en la radio del disco Trovatur, era Utopías, las demás, Konchalovski, olvídate de poner algo de eso en la televisión.
Una de las voces más sugerentes y potentes de la trova cubana mantiene la avidez por escribir y cantar, como la de los primeros días en los Festivales de Artistas Aficionados de la Cujae. Hay mucha Cuba para contar, como para dejar la guitarra colgada en la pared. (ALH)
Ernesto Arturo Santana García del Busto, estudiante de Periodismo