Rolando despertó adolorido. Miró en el espejo y notó varios rasguños en su rostro, el cuello y los brazos. Su boca sangraba y el ojo izquierdo se tornaba morado.
Su orgullo estaba roto, pensaba en todas las burlas que recibiría por parte de sus amigos. ¿Qué historia puede inventar ahora para ocultar la identidad de su agresora? Él ya no quiere defender a su esposa. Pero tiene que callar, porque él es un hombre.
El joven alto y trigueño se sienta nuevamente en el suelo mientras recoge su larga cabellera y recuesta su atormentada cabeza sobre los brazos.
Por un momento se detiene a pensar: él es más fuerte que Laura, podría bloquear sus golpes fácilmente, y tal vez, devolverlos.
Pero se retracta de inmediato. Su padre le enseñó que golpear a mujeres no es cosa de caballeros.
Y él es un hombre cortés.
Cuando eran novios nunca faltaron los ramos de flores en cada cita, su disposición para abrirle la puerta o pagar las cuentas. Ella nunca costeaba sus lujosos antojos, y a él no le molestaba. Quería verla feliz.
Luego de casados sus gestos solo aumentaron. Él no tenía problemas en hacer las tareas del hogar después de sus 8 horas de trabajo. Para Rolando, curar la resaca de su mujer era más importante que aliviar su propio agotamiento.
Justifica su tristeza, y la naturaleza agresiva de Laura que despierta luego de media botella de ron.
Ella tenía planes, quería ser una reconocida neurocirujana. En cambio, fue «forzada» a dejar los libros por pañales desde los 21 años.
Ahora despierta con el llanto desconsolado de su hija sorda. Tres años de maternidad no le han ayudado a comprender (o amar) a su criatura.
Por eso ella solo siente rabia. ¿De qué sirve que él trabaje y se responsabilice de todo luego de las 4 de la tarde? Ocho horas en esa casa son más que suficientes para volverse loca.
Rolando también se siente culpable. Él convenció a Laura de que podrían salir adelante luego de tener a la niña. Pero todos sus planes se derrumbaron…
Por eso, cuando las ebriedades y las agresiones nocturnas de Laura se hicieron constantes, él aceptó sin rechistar.
Al inicio eran golpes insignificantes, y hasta hace poco para él aún lo eran. No le molestaban las uñas enterradas en sus brazos, los objetos que lanzaba a su cuerpo ni los tres puntos que tuvo que recibir en la frente.
Ahora cree que tal vez debió detenerla cuando derramó agua hirviendo sobre sus pies, o clavó una tijera en su muslo izquierdo. Tal vez sí fue demasiado cuando le dejó inconsciente por una hora, al golpearle con la plancha en la sien.
Pero él ama a Laura, y ella le quiere a su manera. Eso es lo que repite a sí mismo mientras llora cada noche.
Rolando intentó dejar todo ese sufrimiento detrás en dos ocasiones.
La primera vez, abandonó la casa junto a su pequeña hija y buscó refugio en sus padres. Pero no encontró el apoyo que necesitaba. «¿Tú eres hombre o gallina? Controla a tu mujer y deja el drama».
Ocho meses después, Rolando huyó hacia la estación de policía más cercana. Tenía un brazo fracturado y su oído derecho sangraba. Cuando citaron a Laura para comprobar esa historia, el mundo se cubrió de una nube gris. Su adorada cónyuge mostró un pequeño hematoma ocasionado por su marido mientras la agarraba por el brazo, y eso fue más que suficiente para que las autoridades confiaran en su coartada: «Fue en defensa propia porque obviamente él, que es hombre, me golpeó primero».
Desde ese día Rolando perdió las esperanzas. Nadie le cree, y probablemente no estén equivocados. No existe la violencia hacia los hombres.
Es por eso que en esa noche, como otras tantas, el joven ignoró el dolor y se acostó a dormir. Restándole importancia a la falta de aliento y la punzada tan grande que sentía en su pecho acalambrado.
Rolando murió con su dignidad intacta. Nunca le hizo daño a su mujer. Fue un caballero.
Y un caballero solo toca a una mujer con los pétalos de una rosa. (ALH)
Fotos tomadas de Internet