Jesús Orta Ruiz, a quien la población reconocía como El Indio Naborí, regaló a los cubanos el primer poema dedicado al triunfo de la revolución: Marcha Triunfal del Ejército Rebelde.
Considerada la obra poética más reproducida en Cuba, refleja los sentimientos que despertó la caída de una cruenta tiranía asesina, y recrea las imágenes que perduran en la memoria de aquellos que tuvieron el privilegio de vivir el avance de aquel peculiar ejército.
El autor falleció en La Habana, 29 de diciembre de 2005. A 63 años de su creación, la obra se convierte en clase de Historia y motivo de remembranza para quienes la memorizaron, recitaron y enaltecieron.
Marcha Triunfal del Ejército Rebelde
¡Primero de Enero!
Luminosamente surge la mañana.
¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero
de la redimida bandera cubana.
El aire se llena de alegres clamores.
Se cruzan las almas saludos y besos,
y en todas las tumbas de nobles caídos
revientan las flores y cantan los huesos.
Pasa un jubiloso ciclón de banderas
y de brazaletes de azabache y grana.
Mueve el entusiasmo balcones y aceras,
grita desde el marco de cada ventana.
A la luz del día se abren las prisiones
y se abren los brazos: se abre la alegría
como rosa roja en los corazones
de madres enfermas de melancolía.
Jóvenes barbudos, rebeldes diamantes
con trajes olivo bajan de las lomas,
y por su dulzura los héroes triunfantes
parecen armadas y bravas palomas.
Vienen vencedores del hambre y el frío
por el ojo alerta del campesinado
y el amparo abierto de cada bohío.
Vienen con un triunfo de fusil y arado,
vienen con sonrisa de hermano y amigo,
vienen con pureza de vida rural,
vienen con las armas que al ciego enemigo
quitó el ideal.
Vienen con el ansia del pueblo encendido,
vienen con el aire y el amanecer
y, sencillamente, como el que ha cumplido
un simple deber.
No importan los días de guerra y desvelo,
no importa la cama de piedra o de grama
sin otra techumbre que ramas y cielo.
No importa el insecto, no importa la espina,
la sed consolada con parra del monte,
las lluvias, el viento, la mano asesina
siempre amenazando en el horizonte.
¡Sólo importa Cuba! Sólo importa el sueño
de cambiar la suerte.
¡Oh, nuevo soldado que no arruga el ceño
ni viene asombrado de tutear la muerte!
Los niños lo miran pasar aguerrido
y piensan, crecidos por la admiración,
que ven a un rey mago rejuvenecido
y con cinco días de anticipación.
Pasa fulgurante Camilo Cienfuegos.
Alumbran su rostro cien fuegos de gloria.
Pasan capitanes, curtidos labriegos
que vienen de arar en la Historia.
Pasan las Marianas sin otra corona
que su sacrificio: cubanas marciales,
gardenias que un día se hicieron leonas
al beso de doña Mariana Grajales.
Con los invasores, pasa el Che Guevara,
alma de Sarmiento que trepó el Turquino,
San Martín quemante sobre Santa Clara,
Maceo del Plata, Gómez argentino.
Ya entre los mambises del bravío Oriente
sobre un mar de pueblo resplandece un astro:
ya vemos la cálida frente, el brazo pujante,
la dulce sonrisa de Castro.
Le sigue radiante su hermano Raúl,
y aplauden el paso del Héroe ciudades quemadas,
ciudades heridas que serán curadas
y tendrán un cielo sereno y azul.
¡Fidel, fidelísimo retoño martiano,
asombro de América, titán de la hazaña,
que desde las cumbres quemó las espinas del llano,
y ahora riega orquídeas, flores de montaña.
Y esto que las hieles se volvieran miel, se llama
¡Fidel!
Y esto, esto que la ortiga se hiciera clavel, se llama
¡Fidel!
Y esto que mi Patria no sea un cuartel, se llama
¡Fidel!
Y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,
y esto que la sombra se volviera luz,
esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre:
¡Fidel Castro Ruz!