Hacía   apenas un mes y pocos días, que Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, había arribado a la Prefectura de Guanimao. Instalado en un pequeño bohío en la finca San Lorenzo, quien fuera el iniciador de las luchas   por la independencia de Cuba, vivía sus últimos días.

Céspedes compartía la estancia con una pequeña comitiva integrada por su hijo, su cuñado y el fiel mulato Jesús Pavón, asistente personal suyo desde los mejores tiempos de La Demajagua. Allí se le asignó además una cocinera.

¿Cómo era posible que quien diera el grito de alzamiento el 10 de octubre de 1868, terminara olvidado en pleno corazón de la Sierra Maestra y sin la escolta necesaria?

De acuerdo con la Licenciada en Historia Zandra Rodríguez Carvajal: “En Céspedes confluía la singular comunión, en una sola persona, del hombre de espíritu exaltado a las aventuras y el de naturaleza reflexiva, amante del pensamiento y la soledad”, quizás fueron aquellos últimos días tiempo para la reflexión, tal y como lo dejó plasmado en su diario.

El hombre que vivió en San Lorenzo y cuyo corto período dedicó a enseñar a leer y a escribir a algunos niños del lugar, era un hombre que la vida había golpeado sobremanera; pero que mantenía una gran carga de fe en la  causa  independentista,  que  él  mismo encausara,  años atrás.

El hecho de que fuera depuesto de su cargo como Presidente de la República en Armas, por la Cámara de Representantes y la negativa de permitírsele salir al extranjero sumado a la gran cantidad de pérdidas familiares y las luchas internas de la vanguardia patriótica debieron tener lastimado, profundamente, su ser. No obstante, Céspedes no se sentía como un hombre derrotado y así lo dejó ver en su correspondencia durante ese tiempo en la finca.

Por razones mencionadas anteriormente se vio obligado a permanecer en condiciones extremadamente difíciles y peligrosas. En la última anotación que dejara en su diario, decía: «Hoy ha salido un criado en busca de cocos y trae la noticia de haber llegado una columna española». Era la mañana del 27 de febrero de 1874.

Veinticuatro horas antes, las cañoneras «Alarma» y «Cuba Española», que trajeron al batallón Cazadores de San Quintín,  desembarcon al sur de Oriente para  instalarse específicamente en la zona donde residía Céspedes.

«El desenlace fatal se avizoraba. El Padre de la Patria, luego de sus acostumbradas tareas diurnas, incluida la última partida de ajedrez con su coterráneo Pedro Maceo Chamorro, sale a visitar a algunos vecinos de la intrincada comarca, en donde enseñaba a leer y escribir a los niños y dialogaba con los campesinos de la zona».

“Una niña se aproxima a la casa de «Panchita» Rodríguez, donde se encontraba Céspedes, y por el camino descubre la presencia de soldados españoles. Al parecer, una traición ponía al descubierto su paradero”, según las investigaciones de Yoel Cordoví Núñez, Especialista Instituto de Historia de Cuba, sobre el día que murió el Padre de la Patria.

El patriota cubano portando su revólver salió del bohío. Los españoles abrieron fuego entre los maniguazos por los que atravesó Céspedes, en busca de refugio. Un disparo a quemarropa perforó su corazón. El cuerpo cayó por un barranco de alrededor de siete metros de profundidad.

Moría Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de las luchas emancipadoras del pueblo cubano. Según expresó Cordoví Núñez: nacía un símbolo de inicio y continuidad. (LLOLL)

 

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