Hace tres años que recorro los pasillos de TV Yumurí. A la casa grande de la televisión matancera llegué con el miedo de un estudiante sin graduar, con la incertidumbre de un reto mayúsculo y casi seguro de que «el vidrio no era lo mío».
Sin embargo, la magia del lente hizo conmigo lo que quiso. Aprendí a amar a mi trabajo como una parte visceral de la cual cuesta desprenderse. Paso a paso y con la ayuda de un equipo profesional invaluable, las puertas de TV Yumurí no parecían tan gigantes para este guajirito de monte adentro.
Mi pasión por el deporte germinó en un proyecto audiovisual, y las coberturas en contingencias aparecieron cuando menos se esperaban, pero cuando más urgían. Aquí hemos llorado y reído todos. Hemos aprendido a sabernos útiles, a preocuparnos por cada detalle personal y laboral del compañero.
En TV Yumurí no hay tiempo que perder y las horas detrás de un papel en blanco o el teclado de un computador corren a prisa. Sin embargo, nada supera el gusto de hacer y hacerlo bien.
La casa está de cumpleaños. Veinticinco diciembres no se cumplen todos los días. Hacer de cada salida al aire, cada texto o material en pantalla la mejor versión que esperan los matanceros es mi quimera. La mía y la de todos los que hacen tu imagen más cercana.