Pude escribir estas memorias hace un par de meses. Pero es ahora, justo cuando se han cumplido 65 años del Triunfo de la Revolución Cubana, que  asumo  la necesidad de contar la historia.  Las imágenes de la celebración santiaguera y la salida de la Caravana de la Libertad me remiten a tantos abriles atrás ­_ mejor decir eneros_ como los vividos por los cubanos aquellos días de pasión y leyendas, cuando un ejército de rebeldes bajó de la Sierra, por los días que solían llegar los Reyes Magos. Esta vez habían llegado otros reyes, de estirpe mambisa.

Entonces contaba yo 8 años, pero los acontecimientos fueron tan deslumbrantes que puedo recordarlos vívidamente, al menos desde el imaginario que para esa edad podemos construirnos los muchachos, llevados por el entusiasmo de sus mayores.

Pocos meses antes del desenlace más feliz que alcanzo recordar, las calles matanceras infundían terror.  Entonces vivía en una cuartería de la calle San Rafael, en la barriada de Pueblo Nuevo. Las conversaciones de los adultos en casa se hacían cada vez más apremiantes y sigilosas.

Eran los días que el cuerpo sin vida de Miguel Sandarán, cuya familia era visitada por mi padre, fue arrojado junto al de Franklin Gómez, en las proximidades de la Loma del Pocito, salvajemente torturados en venganza por las acciones del Movimiento 26 de Julio.

Poco después Juan Ripoll cayó junto a otros compañeros durante los sucesos de la Huelga del 9 de Abril. Velado su cadáver en el Callejón de la Sacristía, la soldadesca daba vueltas al lugar amenazadoramente.

Recuerdo una tarde entrar presuroso a la casa, mientras escuchaba las amenazas de muerte de una patrulla de la tiranía a un joven presuntamente revolucionario, que pasaba por la acera del frente.

Cierta noche en medio de la atmósfera asfixiante que se vivía ocurrió en la cuartería un suceso atemorizador.

Mi padre salió a la calle de forma inadvertida, en busca de unos refrescos, mientras  la familia de mi padrino, otros vecinos de total confianza y un primo de mi madre que había sufrido los golpes y cárceles de la dictadura, alrededor de un pequeño radio, escuchaban una emisora clandestina. Violeta Casals, actriz de la televisión nacional unida a las tropas rebeldes, presentaba la emisora: “Aquí Radio Rebelde, desde la Sierra Maestra, territorio Libre de Cuba”.

De regreso mi padre tocó a la puerta con una de las botellas que traía en las manos. Ni que decir el desconcierto que se armó en la casa ante el presunto golpear de una culata de pistola. Los chiquillos corrimos a escondernos y los mayores a ocuparse de otros menesteres, en tanto mi padrino se adelantó a abrir la puerta. Cuando vio el rostro despreocupado de mi padre apenas le espetó: “C… Angel”.  Pasado el susto una sonrisa regresó al rostro de la familia.

Aquel 31 de diciembre visité con mis padres la casa de Lola, mi tía, junto al parque Watkin, para conocer noticias de Basilio, mi primo. Exiliado en México, escapó a la muerte tras las golpizas del régimen y ahora preparaba el regreso para reincorporarse a la lucha. La conversación era agitada. Se comentaba que en Santa Clara un argentino al frente de las tropas rebeldes combatía en la ciudad.

Regresamos temprano.  Ese año no despedimos el año como era usual. Creo recordar la extrañeza de mis padres por no escuchar las notas del himno en las emisoras. Algo grande estaba por acontecer. Tan grande que el corazón se salía de los pechos de cada cubano y cubana.

Entonces me dieron algún refrigerio y me conminaron a acostarme, porque ya era tarde.

“Se fue Batista”. “Se fue Batista”. Mis padres me abrazaban, aún en la cama. Era Primero de Enero. Corrí donde los demás chiquillos. Todo era euforia. El himno de la Patria se cantaba una y otra vez y nunca lo escuché más hermoso. La calle era un alboroto de gentes con brazaletes rojos y negros. Los carros pasaban pitando a todo dar. ¡Fidel habló en Santiago! ¡Viva Cuba Libre!

Los días se precipitaban. La gente acudía a ver pasar los barbudos. Camilo, Che, pasaron antes. Almeida, Raúl, Fidel, avanzan provincia a provincia, palmo a palmo de la Patria redimida. Avanza la Caravana de la Libertad y un mar de pueblo daba vítores a los libertadores.

Matanzas los recibió el 7 de enero. Todo era alegría, firmeza, compromiso. “Marchando vamos hacia un ideal,/ sabiendo que hemos de triunfar…»  Y los nuevos Reyes Magos bajaron la empinada cuesta de la Sierra para regalar a su pueblo la gloria inmensa de sentirse libre.  Nunca más ninguneados en su propia tierra, nunca más olvidados, porque unos Reyes Mambises, esos de fusil en ristre y el corazón en la mano, devolvieron a los cubanos la Patria libre y soberana, como nunca, para siempre. (ALH)

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