En tiempos como los actuales se precisa de una gran dosis de empatía. Pero dicho así, de forma tan simple, no da la medida de cuánto puede ayudar a una persona o un colectivo elevar esta cualidad.
La empatía se describe como la capacidad que tiene una persona para ponerse en el lugar de otra, entender su situación y sus sentimientos. Además, es uno de los requisitos de la inteligencia emocional y se relaciona con la compresión, el apoyo y la escucha activa.
Puede también definirse como la posibilidad de entender a una persona incluso cuando lo está pasando mal. No debe confundirse con la compasión, que incluye que la persona, además de ponerse en el lugar del otro, también intenta poner fin a su sufrimiento.
Las personas empáticas son sensibles y entienden a los demás. Les gusta escuchar y lo hacen de manera activa, es decir, no se limitan a oír lo que la gente dice, sino que se concentran en lo que la otra persona les está diciendo, analizan el porqué de lo que siente y lo legitiman y dan respuestas acordes a ello.
Otra característica es que no son extremistas, y no creen que todo sea blanco o negro, porque saben que existen los grises. Son además respetuosas y tolerantes: respetan las decisiones de los demás, aunque no las aplaudan.
La persona empática generalmente entiende la comunicación no verbal, y atiende a gestos, miradas, inflexiones y tonos de la voz, entre otros elementos, con lo que consigue extraer el mensaje emocional.
También cree en la bondad de quienes le rodean, y presupone que la persona es buena. Dicho de otra forma, confía en que la gente es buena por naturaleza, y en ocasiones deja de lado sus propios intereses y derechos.
Elementos que las caracterizan son hablar con cuidado, porque conocen que según cómo digan las cosas pueden hacer daño, y entender que cada persona es diferente y tratarla de acuerdo con sus características.
Ser empático tiene muchos beneficios, como el aumento de la autoestima y el desarrollo emocional, además de favorecer a quienes nos rodean.