José Martí rindió culto al conocimiento científico. Este aspecto de la obra martiana estuvo en correspondencia con una concepción integral del mundo y la influencia del tiempo en que vivió.

Martí adquirió a lo largo de su vida una amplia cultura científica. Esto influyó de manera decisiva en la formación de sus concepciones humanistas y revolucionarias. La época en que vivió, convulsa políticamente, pero aleccionadora y polémica desde el punto de vista científico le propició el interés por la ciencia.

Los criterios que sostuvo acerca de la ciencia y lo que hizo en favor de la divulgación de los conocimientos científicos, son apenas dos aristas de esta faceta martiana.

La ciencia como actividad humana

Desde 1875, durante su estancia en México, José Martí comenzó a conformar ideas generales, como parte de su amplia cultura científica, acerca de la ciencia como actividad humana. En esta etapa planteó una primera definición al respecto:

“Ciencia es el conjunto de conocimientos humanos aplicables a un orden de objetos, íntima y particularmente relacionados entre sí”.

Ese mismo año, meses más tarde, diría que

“…ciencia es lo inmutable e innegable…”.

También argumentó en uno de sus apuntes:

“Una idea vale poco más o menos lo que la palabra con que se expresa significa. Por eso ciencia, de Scio, significa saber…”.

Años después, valorando a una personalidad, emitió un criterio sobre la responsabilidad de la ciencia en el estudio de la naturaleza:

“El no veía la ciencia como un libro escrito en letras mágicas, entendible sólo para los privilegiados, sino como el cúmulo de respuestas que la naturaleza daba a las preguntas del hombre tenaz”.

José Martí defendió la necesidad de la divulgación científica, al comprender que era una vía de educación popular poco utilizada. En México escribió:

“…apenas si alguna vez hallan cabida en las columnas de los periódicos, las solemnes palabras de la ciencia, madre amorosa que descompone, elabora, estudia, crea en pro de tantos hijos que la desconocen, la desdeñan o la olvidan”.

Sin embargo, en Guatemala reconoció que

“La ciencia amena se va haciendo amable, como que amenizar la ciencia es generalizarla”.

Años más tarde abordó nuevamente el tema, cuando valoró que

“De oscuridad en el lenguaje científico se hacía gala en otro tiempo, y solía tenerse la oscuridad por elevación. El reinado del pueblo se conoce ahora en que los que escriben sobre [las] más sabias materias, gustan de exponerlas de modo que el pueblo llano las entienda y aproveche”.

El Apóstol otorgó un valor extraordinario a la relación entre ciencia y libertad, seguro de que sólo en libertad plena podía el ser humano dar lo mejor de sí en pro de la creación científica. Así lo expresó:

“El siglo XVIII fundó la libertad: el siglo XIX fundará la Ciencia. Así no se ha roto el orden natural: y la Ciencia vino después de la libertad, que es madre de todo”.

Consideró que

“Ciencia y libertad son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero”.

Reflexionó ampliamente sobre la influencia de la espiritualidad en la ciencia y la labor del científico, siendo capaz de defender que

“…el sentimiento es también un elemento de la ciencia”.

Asumió que

“…toda ciencia empieza en la imaginación, y no hay sabio sin el arte de imaginar, que es el de adivinar y componer, y la verdadera y única poesía”.

Confió igualmente en que “La imaginación es la vanguardia y como el profeta de la ciencia”. Logró entender, sin embargo, que la ciencia debía establecer verdades sólidas, aun con cierta relatividad:

“Se debe poner tierra primero antes de adelantar un paso en ciencia; pero se puede hacer calzada al cielo”.

Para Martí la ciencia debía ser un factor que impulsara el desarrollo integral de los pueblos, en lo económico y en lo social y humano. En relación con esto planteó que

“No se viene a la vida para disfrutar de productos ajenos: se trae la obligación de crear productos propios”.

En varios escritos aportó valiosos criterios acerca de la ética del hombre de ciencia. Esta labor debía estar estrechamente ligada a la defensa de la libertad y el decoro:

“El genio tiene menos derecho que nadie a ser apóstata, por lo mismo que es genio”.

Esto lo impulsó a resaltar el compromiso de los hombres de ciencia con la paz:

“En un soldado la rapiña puede ser natural, pero todo atentado contra el derecho, en tierra propia o ajena, es crimen en un hombre de pensamiento”.

Sobresale la importancia que otorgó Martí al conocimiento de la historia de la ciencia. Lo reflejó al decir:

“Para estudiar las posibilidades de la vida futura de los hombres, es necesario dominar el conocimiento de las realidades de su vida pasada. Del progreso humano se habla tanto, que a poco más va a parecer vulgaridad hablar de él. No se puede predecir cómo progresará el hombre, sin conocer cómo ha progresado”.

Reconoció que “De la ciencia es padre el tiempo”, pues la asumió como la acumulación de conocimientos por parte de la humanidad a través de la historia.

Muy ligados a su concepción ética de la ciencia y a su papel histórico, estuvieron sus concepciones sobre la utilización de los avances científicos del hombre. Enfatizó su concepción progresista y humanista del desarrollo científico y tecnológico, al escribir:

“¿Para qué, sino para poner paz entre los hombres, han de ser los adelantos de la ciencia?”

La divulgación científica

En los escritos martianos aparecen numerosas valoraciones sobre los nuevos conocimientos científicos obtenidos por la humanidad a partir de los avances, acontecimientos, eventos y publicaciones de su época. Fue, por esta razón, uno de los más importantes popularizadores del conocimiento científico en la América Latina durante la segunda mitad del siglo XIX.

Tuvo muy en cuenta para esta labor que:

“Los libros y periódicos científicos hablan de todas estas cosas de manera que, por venir en el dialecto técnico, aprovechan poco a los que no recibieron su instrucción en tiempos recientes, o no se han dedicado especialmente a este género de estudios. Poner la ciencia en lengua diaria he ahí un gran bien que pocos hacen”.

Casi veinte años antes, en 1865, el joven científico matancero Manuel Presas reclamó: “Poner la ciencia al alcance de todos: he aquí un bello fin que nuestros escritores debían adoptar…”. Esto revela la coincidencia, en todas las épocas, del pensamiento científico cubano.

Como periodista en México, José Martí divulgó conocimientos científicos. Así lo hizo cuando destacó el contenido de las obras paleontológicas de Mariano Bárcena. También en este país valoró los aportes de sociedades como la Mexicana de Historia Natural, El Porvenir y la Filoiátrica. Además, comentó acerca del proyecto de la Biblioteca Didáctica Mexicana, impulsado por el Instituto Científico Literario de Jalapa.

Una importante labor de divulgación científica la desarrolló desde las páginas de La Opinión Nacional, de Venezuela, sobre todo en la “Sección constante”, donde presentó y comentó variados conocimientos. Entre ellos los trabajos bacteriológicos de Pasteur, los avances de la electricidad y una expedición científica al polo norte. Lo mismo hizo con los nuevos inventos de la Academia de Ciencias de París, el petróleo del mar Caspio y el descubrimiento de una nueva especie de antílope en Sumatra.

También la última obra de Darwin, la conservación de los bosques en Australia, los lugares más fríos de la tierra, una nueva ley educacional en España y el túnel bajo en canal de la mancha. Escribió acerca la revista francesa L‘Astronomie, la Sociedad Biológica de París, las esponjas, un Congreso Industrial en Moscú, el explorador francés Révoil en Somalia y el árbol chileno Quillaja saponaria. Dio a conocer igualmente descubrimientos arqueológicos en Japón, enfermedades de la garganta, el libro Viaje en El Rayo de Sol, el cuidado de los cedros en el Líbano, el diccionario Larousse, los Anales de Higiene en Francia, la duración de la vida humana y el libro El mito y la ciencia, de T. Vignoli, entre muchos otros.

En la revista La América sobresalieron las valoraciones martianas sobre obras como Las leyes de la herencia, de W. K. Brooks; Cansancio del cerebro, de J. L. Corning Conceptos y teorías de la física moderna, de J. B. Stallo. Hay que mencionar a Estudios prácticos, de A. Bain y Registro de las facultades de familia, de F. Galton. Otros libros de ciencia cuyos contenidos divulgó, fueron: Recreaciones científicas, de I. Tissandier y Cartas de mi jardín, del Marqués de Chervillé.  Se incluyen El método científico y su aplicación a la metafísica, de G. Lewes; El teísmo científico, de F. Abbot; Métodos de la reforma social, de W. S. Jevons y La educación intelectual, moral y física, de H. Spencer.

En sentido general, abordó decenas de eventos científicos, resaltando participantes, acuerdos e incidencias fundamentales. Así hizo, por ejemplo, con el Congreso de Americanistas y el Congreso Médico Internacional, ambos de 1881; el Congreso de Educadores, el de Geólogos en Bolonia y el Internacional Geográfico celebrado en Venecia, todos de 1882; el Congreso Forestal Americano de 1883 y el Congreso Panamericano de Medicina de 1892.

En las crónicas Sobre la ciencia, acerca de la asamblea anual de Sociedad para el Adelanto de las Ciencias en 1887 y Un congreso antropológico en los Estados Unidos, de 1888, narró los candentes debates celebrados en ambos eventos, entre los defensores de la intervención divina en la naturaleza y los sostenedores de las ideas evolucionistas.

También reseñó el contenido de numerosas exposiciones desarrolladas en 1883, como la de material de ferrocarriles, celebrada en Chicago, las agrícolas de Louisville y Nueva Orleáns y la de caballos en Nueva York. También en 1884 comentó las de electricidad en Filadelfia y la sanitaria efectuada en Londres. Dos amplios reportajes escribió, en 1887 y en 1891, respectivamente, sobre la gran exposición de ganado y la exhibición de flores de Nueva York.

La divulgación de los resultados de múltiples expediciones científicas, variados descubrimientos y avances tecnológicos, también formó parte de la cultura científica de José Martí. Un artículo importante en este sentido fue La vuelta de los héroes de la ‘Jeannette’. También destacó, reconociendo sus móviles colonialistas, las famosas expediciones de Henry Stanley y sus descubrimientos geográficos en África.

Sobre inventos y avances tecnológicos trató ampliamente en La América, enfatizando en las ventajas para ser introducidos en los países de América Latina. Allí dio a conocer diferentes aplicaciones de la electricidad en los ferrocarriles, el telégrafo, encendedores y alarmas. Comentó además la necesidad de fomentar nuevos cultivos como el árbol de la cera, el té, el eucalipto y la quina. Por último, debe señalarse que valoró de forma positiva inventos como el glosógrafo, el horógrafo y los botes de papel.

Se refirió a cerca de cuarenta sociedades o instituciones de carácter científico, dentro de ellas la Sociedad de Historia Natural de México, la Sociedad Biológica de París, la Academia de Ciencias de París, la Sociedad Agrícola de Francia y las sociedades económicas de La Habana y Guatemala.

Varios centros educacionales fueron elogiados por la aplicación de novedosos métodos para enseñar y aprender y la presencia de profesores destacados por su labor educativa y científica. Este fue el caso de la Escuela de Artes y Oficios de Honduras, la Universidad de Cornell, el Instituto Cooper, el Colegio Vassar, la Escuela de Sordomudos en México y el Colegio de Estrada Palma en Central Valley.

La ciencia fue presencia permanente en la obra de José Martí. Esto fue posible debido a que fue capaz de mantener, toda su vida, una cultura científica en constante ascenso. Este aspecto también configura la trascendencia actual y futura de su ejemplo como hombre de todos los tiempos. (LLOLL)

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