El 2 de noviembre de 1965, hace 60 años, con un maletincito de tela al hombro y mil preguntas en la cabeza, llegué al Instituto Tecnológico de la Caña de Azúcar Álvaro Reynoso, en las afueras de Matanzas.
Meses antes, había manifestado el deseo de ingresar a la misma. Llegada la hora, mientras avanzaba por el cuidado paseo que conducía al edificio central de la institución, entre arecas y árboles del viajero, sellaba la suerte de los años futuros.
El instituto, que ostentaba el nombre del eminente científico cubano del siglo XIX Álvaro Reynoso Valdés, formaba técnicos medios especializados en el cultivo de la caña, adscrito al Viceministerio de la Enseñanza tecnológica militar.
El recibimiento no pudo ser más caluroso. A poco de ubicarme en uno de sus grupos, recibir uniforme, ropas de cama y albergue, me hicieron dueño del machete que habría de acompañarme durante las próximas semanas.
Los emplazamientos militares, los amplios bloques que acogían más de 1000 estudiantes de todo el país, las extensas áreas verdes y los numerosos terrenos y espacios deportivos, se mantenían y alistaban celosamente. Al propio tiempo marchábamos varias horas del día en la preparación de una revista militar que tendría lugar en un mes.
Vencida la etapa preparatoria a finales de diciembre, los alumnos de las provincias distantes recibieron un pase de fin de año hasta el 2 de enero próximo. Por su parte los que residíamos en las provincias más cercanas, fuimos divididos en dos grupos, para asegurar el mantenimiento y protección de unidades e inmuebles. El primer grupo disfrutaría en casa los días 24 y 25 de diciembre, que hasta entonces eran celebrados como parte de nuestras tradiciones. El segundo grupo celebraría en familia la llegada del nuevo año, este relator entre ellos.
La forja de un machetero
En enero, de regreso en la escuela de la que aún no conocíamos sus aulas, fuimos informados que partíamos de inmediato para la zafra. Era de entender que futuros técnicos cañeros participaran de las campañas azucareras.
De tal modo en par de días me hallé movilizado en el campamento cañero San Ignacio del entonces municipio matancero de Agramonte.

Ni que decir que fue allí, donde aprendí a despalmar un machete, cortar caña para normas técnicas e incrementar poquito a poco las escasas arrobas que derribaba durante las primeras semanas. Todavía Eliseo, el viejo amigo jefe de brigada andará exigiendo todavía, el cumplimiento de la tarea.
Llegar al albergue con la caída de las tardes de invierno, desentenderse del baño con inusual frecuencia y procurar una bandeja de comida con otro tanto si se propiciaba la ocasión, enrumbaban los últimos pasos de la jornada. Caer como un saco de plomo en la litera nuestra de cada día, se convertía en la más cara de las urgencias.
Ante la amenaza imperialista
Graduados de macheteros a inicios de mayo retornamos a “Reynoso” para disponernos a iniciar el curso, pasados ya los primeros 6 meses de nuestro ingreso. Pero aún no era tiempo para clases. La última movilización general del país ocurrida en mayo de 1966, ante la amenaza inminente de una agresión imperialista puso a todas las unidades del instituto en pie de guerra.
Los alumnos de primer año que aún no habíamos jurado bandera fuimos consultados sobre nuestra ubicación. En un par de horas partíamos sobre un camión militar más allá de la raspadora, próxima a las Cuevas de Bellamar, donde emplazamos las baterías de cañones 37 milímetros de nuestra unidad.
Con el objetivo de proteger la ciudad de Matanzas de un posible ataque enemigo las horas se hicieron escasas para alcanzar la total preparación de las dotaciones. El esfuerzo fue extraordinario pero nunca fallaron las fuerzas ni la convicción de enfrentar al criminal agresor al precio que fuera necesario.
Allí, guarecidos bajo las piezas de artillería en los escasos momentos de descanso, compartiendo la tierra mojada por la permanente lluvia de mayo, con una legión de mancaperros, cumplí los 16 años.
Al compañero Lupa, así llamado por los gruesos lentes que gastaba, le debo un par de vistazos a la casa, que divisaba con la ayuda de un TZK*, que ampliaba varias veces la imagen de los objetivos.
Con la retirada de los aviones yanquis, que durante varias jornadas volaban amenazantes en las proximidades de nuestras aguas y concluida la movilización, regresamos de nuevo al instituto 6 meses después de nuestro ingreso.
Inicio de clases
Luego de medio año, cumplido el necesario mantenimiento a las armas, distribuido los materiales de estudio y dispuestas las condiciones para el inicio de clases, conocimos a nuestros primeros profesores.
La dilatada narración sobre el tiempo transcurrido y las misiones cumplidas antes del inicio de curso, no contienen una crítica al sistema de enseñanza ni al rigor de los estudios emprendidos. Más bien lo recuerdo como una etapa de formación que siempre agradecí. De algún modo al cabo de unos pocos meses, todos habíamos madurado, ganado en responsabilidad, compañerismo y avidez de conocimientos.
Para ello, el instituto contaba con un admirable claustro de profesores, un amplio programa de estudio, magníficos laboratorios y talleres especializados y una red de servicios que aseguraban el funcionamiento exitoso de la institución.
Dotado de clínica, gimnasio, panadería, tintorería y más de 220 ha de tierra ocupadas de caña y otros cultivos, ganado vacuno y porcino, turbinas y pozos de agua, el instituto cumplía importantes planes de producción y servicios.
Su piscina olímpica, terrenos de béisbol y fútbol, las canchas de baloncesto y volibol, hacían del movimiento deportivo de la entidad una importante cantera de atletas destacados.
de diversas manifestaciones artísticas aseguraba el desempeño de un sólido movimiento cultural. Aún recuerdo la aplaudida actuación del grupo de teatro dramático del plantel y la orquesta de Mozambique que replicaba el formato de la reconocida agrupación de Pello el Afrokán.
La formación científico-técnica
Antes del ingreso, no podía sospechar el volumen y diversidad de los estudios emprendidos. Una visión más completa llegó con el pasar de los días y las semanas.
A poco me hallaba inmerso entre microscopios o electrofotocolorímetros, en los laboratorios de suelo y agroquímica. Igual me vi corriendo tras las mariposas para confeccionar mi primer insectario.
Las aulas-talleres de mecánica automotriz o maquinaria agrícola gozaban de modernos medios para su enseñanza y en un pequeño “central” donde hicimos nuestras primeras “coladitas” **, recibimos las primeras nociones de química azucarera.
Riego y drenaje, agrometeorología, fitotecnia y tantas otras completaron la formación teórica y práctica de varios cientos de técnicos de nivel medio formados por el Instituto Tecnológico “Alvaro Reynoso” de Matanzas.
Con los años, muchos devinieron ingenieros, destacados especialistas y doctores. A 60 años de mi ingreso a la institución, expreso admiración y respeto por todos aquellos que a lo largo del país destacaron en múltiples disciplinas cuyas primeras enseñanzas recibimos en “Reynoso”.
*TZK: Instrumento óptico utilizado para dar seguimiento a las operaciones de la aviación enemiga.
** Destilación de alcohol etílico.
