Mi primer acercamiento a un manatí y sus proporciones agigantadas fue a través de sus huesos, exhibidos en un museo de mi ciudad natal. Recuerdo mi sorpresa de niña curiosa que apenas entendía del mundo y sus tesoros naturales.
Allí mismo, conocí a los antepasados de los cuchillos de mamá, aquellos trozos de piedra afilada utilizados por los aborígenes de la zona, y entendí, por impactantes imágenes de época, de las barbaries de Valeriano Weyler en tiempos de la reconcentración.
Una colección de relojes antiguos de pared y pedestal, junto a la primera bomba de agua con la que se apagaron los incendios más potentes que afectaron a la villa, quedaron archivados en mi memoria, luego de aquella visita, y para siempre.
Los museos no constituyen muros fríos, ni una mera exhibición de objetos tras un cristal. Cuentan una historia, narran una trama, te vuelven cosmopolita gracias a sus habilidades para trasladar a regiones y tiempos pasados.
Las ruinas del ingenio de Triunvirato que albergan la historia de Carlota, la esclava rebelde; el ferrocarril y la industria azucarera, del central José Smith Comas; la otrora botica francesa con las recetas de Triolet; las preciadas colecciones del Palacio de Junco; los carros bombas que cobran vida en el museo-cuartel de bomberos; la atractiva sección de osteología en el de Anatomía Humana y Antropología Física; las gruesas paredes del San Severino; las pulgas del Oscar María de Rojas… Matanzas cuenta con importantes y completas instituciones museísticas con superpoderes para cautivar a grandes y chicos.
Muchos son los retos que tienen los centros en la era actual, donde las tecnologías acaparan atenciones, por lo que constantemente formulan estrategias y se diversifican en sus formas de contar  y mostrar.
De ahí que existan instituciones en el mundo que desafíen lo convencional, desde su arquitectura hasta el centro de sus colecciones, como el subacuático de arte de Cancún, que promueve la conservación de los arrecifes y donde 500 esculturas se encuentran sumergidas en la aguas de la Riviera Maya; el del cabello de Turquía, con una muestra que supera los 16 000 mechones; el de los fideos instantáneos en Osaka; el de las brujas en Zugarramurdi, España;  o el de las “relaciones rotas” de Croacia.
Otros resultan “salvadores” como el del Arte Malo de Massachusetts, Estados Unidos, donde retratos desproporcionados, colores extravagantes y perspectivas inusuales, en obras que quizás no fueron apreciadas por la crítica, encuentran su espacio como un homenaje y segunda oportunidad, que habla de autenticidad por encima de perfeccionismo.
Fusión de historia, cultura y tradiciones, los museos juegan un imprescindible rol en la conservación del patrimonio y constituyen aulas abiertas para el conocimiento, donde el aprendizaje trasciende los libros y está al alcance de todos: de los autóctonos y de los foráneos, de los grandes y los chicos, de todo el que quiera volverse cómplice de sus historias.

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