Había desafiado tantas veces a la muerte que poco le temía. Su cuerpo, robusto y curtido al calor de más de 600 batallas, había demostrado muchas veces su fortaleza. No hubo tiempo para dispersarse pensando nimiedades, los españoles arremetían contra el Ejército mambí y, como tantísimas otras veces, subió a su caballo para enfrentarlos.
Al nacer, el 14 de junio de 1845, en Santiago de Cuba, lo nombraron Antonio de la Caridad Maceo Grajales; pero la historia lo inmortalizaría como el Titán de Bronce, en alusión al color de su piel, su braveza y extraordinaria trayectoria combativa, donde demostró en incontables ocasiones sus dotes como estratega militar y líder de elevado prestigio.
Al Ejército Libertador se unió apenas dos días después del estallido independentista. Hijo de Marcos Maceo y Mariana Grajales, resultó el quinto hijo del matrimonio. Creció en un hogar sin grandes posesiones económicas; pero en el cual la disciplina y el respeto fueron inculcados como máximas.
Su procedencia humilde impidió que debutara en la contienda armada como oficial , tal y como sucedió con otros blancos letrados, sin embargo alcanzó el grado de Mayor General del Ejército Libertador, mérito ganado a fuerza de valentía, empeño y muestra de entrega absoluta a la independencia de la Patria.
Maceo protagonizó uno de los momentos más trascendentales de la historia de Cuba cuando con férrea convicción patriótica se negó a la firma del vegonzoso Pacto del Zanjón, documento que proponía a los cubanos una paz sin independencia. Allí, en Mangos de Baraguá, ratificó su voluntad y la de todos los que como él creían en la libertad de la Isla, de continuar la lucha en tanto no se alcanzara lo que tanta sangre y sacrificio había costado. El hecho demostró su intransigencia revolucionaria.
Organizador, junto a Martí, de la Guerra del 95, fue además de un combatiente con una alta preparación militar, un hombre con un pensamiento profundo, que convencido del valor de la unidad se enfrentó con firmeza al regionalismo, al caudillismo y al racismo que hicieron mella en la Guerra de los Diez Años entre las tropas cubanas.
Era ejemplo, siempre en la primera línea de combate, por ello admirado y respetado por la tropa. En extremo respetuoso con sus subordinados, defensor de la justicia y oponente asérrimo del mal comportamiento.
El Lugarteniente General del Ejército Libertador había liderado, la Invasión a Occidente teniendo no pocas victorias. Planeaba reunirse con Máximo Gómez en Villa Clara, pero antes estaba decidido a embestir contra Marianao, hacerse sentir en La Habana.
Era la tarde del 7 de diciembre de 1896 en la finca Purísima Concepción, del barrio de San Pedro de Punta Brava en la antigua provincia de La Habana, cuando cayó en combate el mambí que parecía inmortal. Sus ayudantes con absoluta desición se lanzaron al rescate de sus restos para evitar que el cuerpo sin vida cayera en manos de enemigo. Por un momento reinó el caos. Persiguiendo ese fin y en un gesto de enorme valentía y lealtad, Panchito Gómez Toro, hijo del Generalísimo, y quien era uno de los ayudantes del Titán de Bronce, se lanzó en su búsqueda, a pesar de estar de baja de servicio y llevar un cabestrillo en el brazo izquierdo.
Gómez Toro resulta blanco fácil de las armas españolas. Herido, debilitado por la sangre que pierde, trata de suicidarse para que no lo cojan vivo. Es rematado de un machetazo por un soldado español.
Los cadáveres fueron rescatados y enterrados secretamente en la finca El Cacahual, en el sur de la capital, donde años después se levantó un complejo monumental.
