La larva parasitaria, también llamada síndrome de la migración larvaria cutánea, erupción reptante o dermatitis serpiginosa o del ‘gusano errante’, es una dolencia provocada por la infección de una o varias especies de unos pequeños gusanos nematodos (normalmente Ancylostoma braziliense o Ancylostoma caninum) que se alojan bajo la piel humana. En realidad acaban allí como consecuencia de un error de cálculo. Su huésped objetivo no somos nosotros, sino el intestino de los gatos o los perros, un lugar que estos parásitos necesitan colonizar si quieren alcanzar su ciclo vital.

Cuando infectan a una persona, intentan abrirse paso hacia los vasos sanguíneos, aunque no conseguirán avanzar más allá de la primera capa de la piel: la epidermis, bajo la que quedará atrapada permanentemente. Por lo general, la larva acaba muriendo al poco tiempo, y no causa más problemas que dolor o molestias -a nadie le gusta tener un gusano moviéndose bajo la piel del dedo gordo de pie-. Sin embargo, los picores pueden llegar a ser muy molestos si no se le da un tratamiento o en su defecto se extrae el gusano intruso.

Los gusanos que causan la dolencia de la larva parasitaria pertenecen a un género que sí pueden causar estragos: los anquilostomas. Se introducen en el cuerpo humano a través de dos rutas: una sencilla y otra tortuosa. Resulta que estos pequeños nematodos cilíndricos cuentan con unos dientes en forma de gancho con los que se adhieren a la pared intestinal, donde pueden provocar sangrado. Algunas especies, como Ancylostoma duodenale o Necator americanus, pueden provocar una infección llamada anquilostomiasis, cuyos síntomas incluyen dolor abdominal y otros problemas digestivos, además de ferropenia y anemia. La buena noticia es que las especies que afectan a los humanos pueden contarse con la palma de una mano, aunque existen otras que son parásitos comunes de animales domésticos, como perros y gatos.

Algunos gusanos anquilostomas se adentran bajo nuestra epidermis, provocando la llamada enfermedad de la «larva parasitaria». No es contagiosa ni peligrosa, pero puede provocar un picor muy molesto.

Sin embargo, a pesar de la gran fama mediática que atesoran, estos nematodos que se cuelan bajo nuestra piel no son ni mucho menos los únicos inquilinos indeseados de nuestro organismo. Una de las enfermedades parasitarias más conocidas y documentadas también está provocada por un gusano, aunque de otro género: Tenia. Existen varias especies responsables, aunque las más habituales son Taenia saginata, presente en el ganado vacuno, y Taenia solium, frecuente en los cerdos. A medida que se alimentan, crecen a un ritmo espectacular, incrementando su tamaño en un factor que puede llegar a ser de 1,8 millones en dos semanas. No pueden comer del mismo modo que lo hace la mayoría de los animales, pues no tienen boca ni intestino. Su digestión ocurre en el exterior, en su piel, formada por unas pequeñas protuberancias en forma de dedo llenas de sangre. Algunas especies se agarran a los intestinos con ganchos y ventosas que tienen en la cabeza, mientras que otras están constantemente deslizándose allá donde encuentran comida.

Tomado de National Geographic