Hoy, en medio de un escenario epidemiológico complejo, donde los casos de síndrome febril inespecífico aumentan, resulta imprescindible que cada organismo revise sus condiciones internas y los espacios bajo su responsabilidad.
En la lucha contra las arbovirosis hay un aspecto que muchas veces se pasa por alto: el deber de las instituciones, organismos y formas de gestión estatales o no estatales de preservar la higiene y el orden en sus propios patrimonios.
No se trata solo de estética ni de disciplina administrativa. Se trata de salud pública, de respeto a los trabajadores, a los vecinos y al propio compromiso social que cada entidad debe tener con la comunidad donde se inserta.
Un área institucional invadida por malezas o con salideros constantes no es solo una falta de mantenimiento: es una amenaza potencial para todos.
Recuerdo que años atrás, cada centro laboral recibía la visita sistemática de los especialistas de vectores. Revisaban cisternas, tanques, azoteas y patios interiores, y si encontraban focos, las multas eran altas.
Aquella rutina, más que una medida coercitiva, funcionaba como recordatorio de que la prevención es tarea de todos, y que la salud del entorno también forma parte del patrimonio institucional.
Hoy, en medio de un escenario epidemiológico complejo, donde los casos de síndrome febril inespecífico aumentan, resulta imprescindible que cada organismo revise sus condiciones internas y los espacios bajo su responsabilidad.
Es inaceptable que existan parques, patios o áreas de servicios pertenecientes a instituciones que permanezcan cubiertos de malezas, con escombros o basureros improvisados.
Puede recorrer el parque de los Pinitos o el que está por el Oro Negro para entender cuánto daño hace la desatención institucional. No se trata solo de imagen: cada botella desechada, cada hueco con agua limpia o cada salidero olvidado puede convertirse en criadero de mosquitos.
Las entidades estatales y las formas de gestión no estatal disponen de planes de mantenimiento que se presupuestan con antelación. Cumplirlos no debería depender de “una orientación” o de “una campaña”, sino ser una práctica sistemática. De nada sirve fumigar si los propios centros laborales se convierten en reservorios del vector.
Además, el ejemplo institucional tiene un peso moral enorme. Cuando una escuela, un policlínico, un mercado o una empresa mantienen su entorno limpio y cuidado, están transmitiendo un mensaje educativo, más eficaz que cualquier cartel o discurso.
La población observa, imita y se motiva cuando ve coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Por eso, en esta lucha contra las arbovirosis, la coherencia institucional es clave. Si se exige responsabilidad ciudadana, debe exigirse también responsabilidad institucional. Si pedimos disciplina en los hogares, debe existir disciplina en los espacios públicos y laborales.
El mosquito no distingue entre casa y oficina, entre vivienda y entidad. Allí donde haya agua limpia y descuido, encontrará el lugar perfecto para multiplicarse.
La prevención es una tarea compartida, pero la ejemplaridad comienza desde arriba.