Desde 1862 han sido varias las biografías dedicadas a resaltar el legado ético, patriótico y educativo de José de la Luz y Caballero.
La muerte de José de la Luz y Caballero el 22 de junio de 1862 fue un acontecimiento que impactó más allá de Cuba. Esto llevó, incluso, a que las autoridades coloniales, en un gesto inédito, le rindieran honores oficiales. En el 225 aniversario de su natalicio, nació el 11 de julio de 1800, vale la pena una mirada a las principales biografías cubanas que se le dedicaron en el siglo XIX.
Bachiller
La primera biografía de José de la Luz y Caballero la escribió el bibliógrafo e historiador Antonio Bachiller y Morales (1812-1889). Llevó como título “Don José de la Luz y Caballero”. Se publicó por vez primera en El Continental, Nueva York, en noviembre de 1862. Fue reproducida en el periódico habanero El Siglo el día 4 de diciembre de 1862. También apareció en los Anales y Memorias de la Real Junta de Fomento y de la Real Sociedad Económica de La Habana, dentro del tomo VII correspondiente a ese año. Además, formó parte de la “Galería de hombres útiles”, que Bachiller dio a conocer en el tercer tomo de Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública de la Isla de Cuba, libro que, no obstante, tiene como fecha de publicación 1861.

Sin embargo, esta biografía se hizo más conocida cuando se insertó en las páginas de la revista española La América, el 27 de noviembre de 1862, dentro de la sección “Biografía”. El objetivo era dar a conocer en España la figura del ilustre fallecido. Al respecto dijo José Martí de Bachiller: “Luz muere. Y él cuenta a los españoles quién era Luz, ¡que todo lo era!”. Se ha sugerido que fue publicado en forma de libro como Biografía del Sr. D. José de la Luz y Caballero, pero esto no está demostrado.
Este fue el retrato que hizo Bachiller de Luz:
“Era de mediana estatura, de blanco y rosado rostro, de desarrollada musculatura, de rasgados ojos árabes, de rizada, negra y cuidada cabellera, de ancha frente, en que brillaba la inteligencia, gran jinete y hábil en la natación; y fue luego el anciano respetable cuyos matizados cabellos, cuya frente surcada por el sufrimiento, cuya palabra de vida nos representaron al filósofo, al hombre bueno que aconseja y dirige las generaciones que vienen, y a quienes da el eterno adiós de quien se va”.
En otra imagen, reflejó con emoción lo que significaba la palabra del Maestro:
“Su elocuencia era un manantial de ideas, en que permitía el trato íntimo, el grato desorden de las materias sobre que se trataba: olvidaba sus dolores cuando lo rodeaban sus amigos y sus discípulos y nadie, nadie le oyó una vez descompuesto, un pensamiento indigno. Ciencia, orden, virtud y paz eran los sentimientos de aquellas reuniones en que siempre se aprendía algo y en donde el espíritu encontraba fuerza y estimulo. ¿Quién podrá olvidar los discursos con que terminaba Luz sus exámenes generales anualmente? ¿Quién no conservará viva en la memoria aquella voz llena de cristiana unción clara, vibrante de vida y de entusiasmo cuando ya la muerte se anunciaba en la organización física? ¿Quién no se sentía mejorado en espíritu y verdad cuando salía de esas solemnes reuniones de la familia patria?”.
Angulo y Heredia
“Don José de la Luz y Caballero. Recuerdos y propósitos de uno de sus discípulos”, se publicó por Antonio Angulo y Heredia, también en la revista La América, el 12 de febrero de 1863. No fue una biografía, sino más bien una evocación del maestro, además del medio que encontró su autor para darse a conocer al público español. Comenzó el artículo con esta frase:
“España no conoce todavía bien al sabio y virtuoso cubano que ha muerto en la Habana hace siete meses, cuyos funerales fueron objeto de significativas y extraordinarias demostraciones de respeto y amor por parte de los habitantes de aquella capital…”.
Más adelante insistió:
“…España está muy lejos todavía de conocer y apreciar exacta y debidamente el elevado y distinguido carácter moral del sabio cubano, así como de comprender la bienhechora influencia de su modesta, pero fecunda vida sobre su patria, que aun llora su pérdida irreparable y deberá llorar la siempre desconsolada”.

Declaró entonces Antonio Angulo y Heredia la intención de escribir una biografía de su maestro, donde aspiraba a ofrecer
“…un fiel retrato de ese eminente carácter moral e intelectual, tres veces excelente y bello, que presenta a mis ojos su noble figura, ya como hombre de alma fuerte y bien templada, al par que tierna y de virtud a toda prueba, ya como educador inteligente y amoroso, que daba y ha legado los tesoros más preciosos de su elevado espíritu a la juventud de su patria, ya en fin, como pensador profundo, original e independiente, que lo fue, sin duda alguna, D. José de la Luz y Caballero”.
Para Antonio Angulo y Heredia, quien fue discípulo predilecto de Luz, el maestro “…conservó, sin embargo, hasta en los últimos años de su vida, que llegó a los confines de la vejez, la más hermosa y amable genialidad y vivacidad del espíritu”. Por esta razón, se confesó admirador de “…la memoria, para mí sagrada e inviolable, del venerado maestro a quien debo la educación de mi espíritu, del más sabio y el más virtuoso entre todos los cubanos, D. José de la Luz y Caballero”.
Mantilla
“Don José de la Luz y Caballero”, fue el título de la biografía escrita por el pedagogo cubano Luis Felipe Mantilla (1833‑1878). Este reconocido educador impartió clases en reconocidos colegios cubanos y fue profesor de lengua y literatura española en la Universidad de Nueva York. Publicó en esta ciudad textos muy populares, como Libro de lectura (1865-1867), Cartilla de física para niños (1874), Manual de historia natural (1874) y Elementos de fisiología e higiene para las escuelas (1874). La biografía de Luz aportada por Mantilla apareció en la revista Frank Leslie. Ilustración Americana, que se editaba en Nueva York, los días 15, 22, y 29 de mayo de 1867.

Luis Felipe Mantilla consideró a José de la Luz y Caballero como el “…hombre más grande que ha producido Cuba”. Lo describió de esta forma:
“Era Don José de la Luz de estatura mediana, algo cargado de espaldas, resultado de sus vigilias sobre los libros: su frente espaciosa revelaba el asiento de una privilegiada inteligencia, y su cabeza bien podía servir de modelo para la estatua de un sabio de la antigüedad. Sus ojos vivos y refulgentes que solía contraer para ver más de cerca al desconocido, volvían súbito a brillar en las extensas órbitas, convidando al par de una sonrisa llena de bondad, a un franco y cordial acceso. Tenía el andar apresurado de quien conoce el valor del tiempo, y por ello también tenía el hábito de consultar muchas veces el reloj de bolsillo que siempre le acompañaba. Su traje era de extremada pulcritud y siempre del mismo color”.
Sobre el influjo que ejercía sobre quienes le rodeaban, agregó:
“Poseía nuestro Don Pepe el don de la conversación, don que a pocos es concedido y tal vez a nadie con menos prodigalidad que a los sabios. Ayudaba a hacerla más agradable una voz dulce y simpática que jamás perdía su melodía por prolongado que fuese su ejercicio. Era muy fecundo en chistes y donaires y poseía extraordinaria facultad para expresar en términos vulgares grandes ideas y profundos pensamientos”.
Rodríguez
José Ignacio Rodríguez Hernández (1831‑1907) fue profesor de ciencias naturales en la Escuela General Preparatoria de la Universidad de La Habana, en el Colegio El Salvador, de José de la Luz y Caballero, y en el Colegio San Pablo. Publicó un Curso elemental de química (1856), La química para todos. Cartas a María. Lecciones de química popular (1859) y Vida del Presbítero Félix Varela (1878). Es conocido en la historia de Cuba como defensor de la anexión del país a los Estados Unidos.
Este escritor publicó Vida de Don José de la Luz y Caballero (1874), que tuvo una segunda edición en 1878. En el “Prólogo”, hizo constar que trataba de
“…presentar ante los ojos de los lectores en un conjunto armónico, aunque más o menos incompleto, los rasgos más notables de la vida, y las virtudes grandes, del hombre santo y sabio, cuya figura domina como una bendición sobre la historia de Cuba en este siglo…”.
El texto fue amplio, más de 300 páginas, y con un amplio uso de fuentes documentales. Sin embargo, desató una polémica que traspasó la época de su publicación. Sobre todo, lo relativo a la filiación filosófica de Luz y Caballero y lo relativo a la influencia de que ejerció sobre la generación de revolucionarios que en ese mismo momento peleaba en los campos cubanos por la libertad.

Acerca de la influencia ejercida por José de la Luz y Caballero, destacó José Ignacio Rodríguez que, por ser “…un varón tan esclarecido y benemérito como Don José de la Luz, tenía necesariamente que ser inmensa”. Además, agregó:
“Un hombre de esta especie tenía necesariamente que ejercer una influencia ilimitada. Puede decirse sin empacho, que ningún otro hombre en la isla de Cuba ha disfrutado nunca de mayor grado de popularidad”.
En relación con los últimos días de vida de José de la Luz y Caballero, escribió:
“Tres días antes de su muerte se le veía sentado todavía en el salón de su biblioteca, recibiendo visitas, conversando con amigos y discípulos, con gran tranquilidad e indiferencia, aunque con perfecta conciencia de que su fin se aproximaba. Cuando recordamos haberlo visto de este modo, hablando de la muerte inmediata como pudiera haber hablado de un viaje de placer, que estuviese a punto de emprender, se nos representa en la imaginación el cuadro noble del filósofo de Atenas, empleando las últimas horas de su vida en conversación con sus discípulos. Lo mismo que Sócrates en la víspera de su fallecimiento, hablaba el Señor Luz con sus hijos espirituales y con sus amigos, sobre moral, sobre literatura, sobre ciencias, sobre los temas todos, que fueron siempre el habitual asunto de su conversación y sus estudios”.
Sanguily
A modo de respuesta a la biografía escrita por José Ignacio Rodríguez, fue publicado en La Habana el libro José de la Luz y Caballero. Estudio crítico (1890), del reconocido crítico, escritor y combatiente mambí Manuel Sanguily Garritte (1948-1925). Una primera versión había salido en 1885 dentro de las páginas de la Revista Cubana. Sanguily fue alumno del Colegio El Salvador y mantuvo, en su corta edad, una relación afectuosa con el maestro.
La primera oración del libro es esencial para entender su contenido “José de la Luz y Caballero fue un hombre insigne a quien sus contemporáneos respetaron y amaron sinceramente y cuya memoria se venera en la isla de Cuba”. Lo describió después con estas palabras:
“…se me aparece, entre tiernos recuerdos de la infancia y llenando toda aquella época de mi vida, con los resplandores de una majestad risueña y paternal. Endeble de cuerpo, sencillo y pulquérrimo en el vestir, en el andar pausado, absorto a menudo en hondas reflexiones, mirando siempre con dulces y hermosos ojos negros, el rostro surcado de arrugas, la frente alta y luminosa circuida como por un halo celeste, de indecible melancolía, rodeado continuamente de amigos respetuosos, de jóvenes y niños contentos, surge, en el fondo oscuro de colonia, como una dulce aparición, como un buen genio tutelar”.

Manuel Sanguily ofreció en este libro una visión muy personal de su maestro, pero con un acierto biográfico indiscutible. Sobre todo, la parte VII, relativa a la labor de Luz en el Colegio El Salvador, en la que recordó una de las más célebres y conocidas frases del Maestro:
“…le veo a él también, de pie, vacilante, pero luminoso de inspiración, echada hacia atrás la cabeza, levantadas entrambas manos a lo alto, en la majestuosa actitud de un profeta bíblico; y ahora mismo resuena en mi oído y vivirá por siempre en mi corazón, la soberbia frase final, que es un Evangelio entero, que era sin duda la condenación más terminante de la afrentosa realidad, de aquel modo de ser, —de la colonia y de la esclavitud: «Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres—reyes y emperadores,— los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral». El siglo actual, seguramente, no ha oído palabras mejores, ni más hermosas, ni más elocuentes…”.
Piñeyro
Otro de los discípulos predilectos que escribió sobre el gran maestro fue el escritor Enrique Piñeyro Barry (1839-1911). El ensayo “José de la Luz y Caballero”, fue uno de los capítulos del libro Hombres y glorias de América (1903). Aunque publicado en los inicios del siglo XX, por su esencia puede considerarse una biografía deudora de las que se han reseñado anteriormente. La importancia que Piñeyro le otorgó al biografiado quedó clara desde el primer renglón:
“Ningún nombre llegó a tener en la isla de Cuba, antes del período de guerras libertadoras que comienza en 1868, tan gloriosa resonancia, de un extremo al otro del país, como el de José de la Luz…”.
Repasó entonces Piñeyro los acontecimientos más relevantes de la vida de José de la Luz y Caballero, en especial aquellos que marcaron su formación. Destacó los vinculados a la labor educativa de su ilustre maestro, así como los elevados ejemplos de integridad moral que dio durante su vida. Esto le permitió considerarlo “…el apóstol de la verdad y la justicia en aquella pobre tierra víctima de tanta mentira y tanta iniquidad…”, pues “Lo verdaderamente admirable en José de la Luz era el conjunto de sus cualidades morales…”.
Sobre las características de la personalidad de José de la Luz y Caballero, que lo hacían tan atrayente, destacó que
“…contaba con dos elementos poderosos: su genio de educador por una parte, y por la otra el prestigio de su carácter, su influencia personal, la aureola que a los ojos de todos, grandes y pequeños, le creaba esa tan feliz combinación de un saber extraordinario con la más ardiente y previsora caridad”.
Agregó a esto, que lo definía la bondad: “…para mí Luz más que un escritor, que un filósofo, que el jefe de un gran colegio, fue un prodigio de bondad y abnegación, un ser completo, seductor, lleno de mansedumbre y rectitud, como acaso ningún otro he conocido jamás”. Reconoció que nunca vio “…en aquel noble espíritu un instante de desaliento, un rasgo de cólera, una palabra descompuesta, una queja de amor propio herido”.

Sobrecoge, el modo en que recordó Enrique Piñeyro a José de la Luz y Caballero, más de cuarenta años después de su muerte:
“…el débil y modesto anciano que en ese momento desaparecía, tocando apenas los umbrales de la ancianidad, después de haber vivido sin más hogar ni más familia que el grupo de alumnos y profesores de un instituto privado de educación, casi del todo sin necesidades, como un anacoreta, más estrictamente que ninguno sometido a las reglas austeras de la casa, durmiendo en un catre abierto todas la noches, entre dos estantes, en un rincón del aposento donde se apiñaban los volúmenes de su rica biblioteca”.
Estas fueron, las principales biografías de José de la Luz y Caballero publicadas en el siglo XIX. Las escribieron hombres que había estado cerca del ilustre educador. En todas está la marcada influencia del maestro que deja una huella imborrable. Permiten conformar, no obstante algunos desencuentros y polémicas, la imagen del hombre que fue la encarnación de patriotismo cubano en una época difícil de nuestra historia.
Excelente, estimado amigo. Qué bueno que recordarás a nuestro Luz «el silencioso fundador» tan certeramente definido así por nuestro José Martí.