La preocupación por verla triste y con aquella herida que no cerraba, irrumpía en mi cabeza. Llevaba varios días comiendo menos de lo habitual, ya su mirada no era la misma. Sus ojos ciegos por la catarata reflejaban la ternura de aquellos instantes de cuando era pequeña. Su pelo blanco, orejas finas y uñas largas tal cual princesa, hacían de ella una perrita única. Con 14 años Duquesa era, sin dudas, la reina de la casa.
En busca de criterios alentadores, llegó Ariadna, una joven veterinaria que mencionaban en grupos de bienestar animal. Sin pensarlo le escribí tarde en la noche. Recuerdo que eran pasadas las 10:00 pm, pero no podía esperar a saber si su respuesta coincidía con la de otros especialistas que indicaban sacrificar, en vez de luchar por mantenerla viva. Dicen que uno se aferra hasta el último suspiro, y fue así como conocí a la joven doctora.
Llegar a su consulta, calma el corazón. Sí, lo calma. Porque cada explicación es como el aliento que necesitamos para lidiar con un momento que no entendemos por completo.
***
Ariadna Rivera Cueto, de mediana estatura, pelo rubio y de complexión delgada, no teme a enfrentarse a lo desconocido y se esfuerza por salvar a las mascotas que llegan a su consulta, aun cuando ronda ese mal que agobia a muchos por la escasez de medicamentos.
“Ser médico veterinario requiere compromiso por la labor -refiere Ariadna-. Los animales no hablan, necesitan que los entendamos. Nos dedicamos a ellos, ya sean perros o gatos. Amo ser veterinaria, no escogería otra profesión que no fuera esa. Lleva superación diaria para determinar el padecimiento, pero la mayor recompensa es el cariño.
“En mi año no anunciaron suficientes carreras, y cuando me llegó la opción de medicina veterinaria todos en mi familia estaban renuentes. Me decían que esa no era una carrera para mujeres.
“Estudié cinco años en la Universidad Agraria de la Habana, Medicina Veterinaria y Zootecnia, y quedé completamente enamorada de la profesión. Si tuviera que elegir nuevamente, escogería lo mismo. Los animales muestran su amor incondicional todo el tiempo. Lo veo diariamente en los callejeros que atendemos: ellos son todo para mí.”
De Pinar del Río a Matanzas vino y con los años se ha ganado el cariño de los animalitos y sus dueños. Historias de salvación se repiten, otras de dolor ante la pérdida de ese ser que acompañó durante varios años. Las recuerda todas y agradece el estudiar una carrera que requiere el doble de compromiso y dedicación.
“A partir del tercer año de la carrera me integro a un proyecto dedicado a la realización de campañas de esterilización gratuita en diferentes municipios de la provincia, de conjunto con el Ministerio de la Agricultura.
“Apoyábamos a los médicos, porque aún no estábamos graduados: canalizábamos las venas, auxiliábamos en el postoperatorio, les explicábamos a los dueños de las mascotas como debía ser el cuidado. Esa etapa me ayudó mucho, fue un punto de partida para mi carrera.
“A partir del 2015 comencé a trabajar en el Centro Nacional de Reproducción y Cría Especializada. Laboré allí tres años hasta que terminé el servicio social, y velé por las gestantes, el parto, sus vacunas.”
Marcada por el consejo y la mano amiga de Camilo Ernesto Rivero Cárdenas, veterinario de profesión, orienta cada pensamiento a desarrollar un mejor ejercicio de su profesión.
“Camilo para mí era más que una amistad, lo tenía como alguien de la familia. Cuando empecé a trabajar me fue muy duro porque no tenía práctica, como es lógico. Él me enseñó y me dijo cómo tratar a los animales. A pesar de que teníamos el carácter fuerte los dos, nos entendíamos, era mi compañero de batallas. En cualquier horario estaba disponible. Nunca había un no como respuesta. Me sentaba con él horas hablando de los casos que me llegaban y me decía cómo actuar. El para mí fue un profesor.
“Doy gracias a Dios por haberlo puesto en mi camino, porque fue la única persona que confió en mí y eso lo valoro mucho. Hoy ya no está físicamente y muy pocas veces me dio la oportunidad de agradecerle, porque en ese hombre de carácter fuerte había un corazón inmenso y sentimental que nunca perdió la esperanza de que pudiésemos hacer grandes cosas por los animales en la provincia.
“Trabajó más de 25 años por los animales, era un maestro y los que los conocen ya a un año de su desaparición física lo extrañan. Sé que está orgulloso de mí y de todos los que ayudan a los que no tienen voz.”
Esa convicción del amigo y maestro quedó plasmada en la práctica profesional y definen a la veterinaria que atiende con amor y cariño a los animalitos.
Ariadna creció profesionalmente, y hoy desde su clínica en la barriada Reynold García atiende a los animalitos que llegan junto a sus dueños. Unos irrumpen apurados, llegan desconsolados a la clínica recomendados por amigos o familiares que pasaron por igual situación. Otros llaman para saber cómo tratarlos ante la emergencia de un parto, y no pocos esperan la recomendación por medio de las redes sociales. Lo cierto es que el teléfono nunca para de vibrar para esta joven doctora.
Desde su quehacer se integra a varios grupos de bienestar animal, entre ellos, BAC Matanzas, Peluditos, en las campañas de esterilización, todo esto con el propósito de dar a los animalitos una mejor calidad de vida.
Ella no cree en horario, en sacrificios, porque ser veterinario requiere una dosis de amor y pasión por la carrera. Esas dos palabras forman parte de sus pilares si de salvar a un animalito se trata. Quienes la conocen pueden asegurar que esta madre, doctora, esposa e hija, de corazón inmenso, se crece ante las complejidades de un caso, busca soluciones y lucha sin fin ante la inminencia de la muerte. (ALH)
Vea la Revista Aquí a las 12