Conocido por poesías de aliento patriótico, la obra de José María Heredia posee aristas aún inexploradas.

José María Heredia tuvo una vida de leyenda. Nacido en Santiago de Cuba el 31 de diciembre de 1803, murió en México con sólo 35 años, el 7 de mayo de 1839 . Dejaba una obra poética que influyó en sus contemporáneos y el ejemplo de una vida marcada por el amor a la libertad.

Heredia comenzó a escribir poemas hacia 1816. Estuvo radicado en Matanzas por breve tiempo entre 1821 y 1822. Conspirador por la independencia, tuvo que emigrar en 1823. Tras una breve estancia en Estados Unidos, se radicó en México. Allí tuvo una agitada vida como escritor, político y magistrado.

Viajó a Cuba por unas semanas en 1836 para visitar a su madre por última vez, pues estaba enfermo de tuberculosis. Para ello debió solicitar un permiso al capitán general Miguel Tacón y adjurar de sus ideales revolucionarios. La polémica desatada por ese hecho aún perdura en la historia.

La ciencia como motivo:

José María Heredia ha sido considerado el primer poeta romántico de América y el iniciador del romanticismo latinoamericano. En su poesía resalta la fascinación por la naturaleza y el elogio de la ciencia como garantía de libertad del ser humano.

En el poema “La inmortalidad”, reconoció la significación de la ciencia y la equipara con el bien: “La ciencia, la virtud, son nombres sacros,/ Que respeta i aplaude i diviniza/ Universal instinto generoso”. Mientras que en “A los griegos en 1821” identificó a Grecia como “La patria de las ciencias i las artes”.

Elogió como científico a Benjamín Franklin (1706-1790), inventor del pararrayos, pues:

“Su mano fuerte

Arranca el rayo a la cargada nube,

I le arroja a morir lejos del hombre”.

Y también a Robert Fulton (1765-1815), creador del primer barco de vapor:

“Fulton allí con el vapor ardiente

Osa quitar al caprichoso Eolo

El imperio del mar, i por su genio,

Blasón glorioso del saber humano,

De América los rápidos navíos

Contrastan la corriente de sus ríos

I el contrario furor del Océano”.

El poema “Progreso de las Ciencias”, lo dedicó por completo a esta esfera del saber humano. Entusiasmado por los progresos científicos del momento, exclamó acerca de dos de las ciencias más reconocidas:

“La Física incansable, indagadora,

Analiza la gran naturaleza”.

“Entre los senos de la tierra ocultos

La Química sorprende a los metales,

I su corriente sólida persigue”.

Mencionó a grandes investigadores como Evangelista Torricelli (1608-1647), Blaise Pascal (1623-1662) y Galileo Galilei (1564-1642), de quien afirmó que “Consagrados errores disipando,/ Su libertad revindicó a la mente…”.

Aparecen en los poemas de Heredia adelantos científicos que deslumbraron al mundo de su tiempo, como la electricidad y el microscopio. De este último dice:

“Fiero coloso el arador se torna

Del microscopio mágico en el seno,

I en sus miembros i espalda cristalina

Centenares de músculos se cruzan.

En un grano de polvo imperceptible

Hierven insectos mil, i nuevos mundos

A la asombrada vista se presentan”.

El culto de Heredia a la ciencia se observa igualmente en otros de sus poemas, como el titulado “En la apertura del Instituto mejicano”. En él reflejó la admiración por el conocimiento científico y la educación marcada por la investigación:

“¡Con qué vivo placer miro adunados

Los alumnos ilustres de la ciencia

Para abrir a los pueblos mejicanos

La fuente del saber!”.

Sobre la importancia de la ciencia para la libertad de los seres humanos, señaló en otro momento:

“Es la alma libertad madre fecunda

De las artes i ciencias: ella rompe

La atroz cadena que al ingenio humano

Los déspotas cargaron, i a la sombra

De su manto benéfico i su oliva

Crece la ilustración: en el espacio

El genio vencedor tiende sus alas,

I la mente atrevida i generosa,

Superando a las águilas en vuelo,

Se levanta en los aires, i su vista

Abarca tierra i mar, nubes i cielo”.

El elogio de la naturaleza:

Para José María Heredia la naturaleza era una eterna fuente de aprendizaje. Por eso sintió gran capacidad de admiración ante los fenómenos naturales. El poema “En una Tempestad” es ejemplo:

“¡Sublime tempestad! Cómo en tu seno,

De tu solemne inspiración henchido,

Al mundo vil i miserable olvido

I alzo la frente, de delicia lleno!”.

Ante la naturaleza se siente pequeño, de lo cual da fe en su conocido “Niágara”: “Déjame contemplar tu faz serena,/ I de entusiasmo ardiente mi alma llena” y “Asombroso torrente!/ ¡Cómo tu vista el ánimo enajena,/ I de terror i admiración me llena!”.

Acerca del astro rey escribió “Al Sol” e “Himno al Sol”. En el segundo exclamó: “¡Salve, padre de luz i de vida,/ Centro eterno de fuerza i calor!” y “De la vida eres padre: tu fuego/ Poderoso renueva este mundo…”.

En “A la Estrella de Venus” dejó plasmada una declaración de amor: “Yo te amo, astro de paz”. Otros poemas a destacar son “Al Arco Iris” y “Al Océano”.

Los enigmas de la naturaleza aparecen con fuerza en “Al cometa de 1825”. A la curiosidad indagadora: “¿Qué universo lejano/ Al sistema solar hora te envía?”, le siguió el reconocimiento del esfuerzo de los científicos:

“¿Cuál es tu origen, astro pavoroso?

El sabio laborioso

Para seguirte se fatiga en vano,

I más allá del invisible Urano

Ve abismarse tu carro misterioso”.

No dudó Heredia que la investigación daría respuesta a esas interrogantes. En “Progreso de las Ciencias” destacó:

“La ciencia osada

Midió por fin su elíptico sendero,

Anunció su venida; despojóle

De usurpado terror, i el astro humilde

Obedeció del sabio los decretos”.

Figura cumbre de la literatura hispanoamericana, José María Heredia hizo mención de la ciencia en numerosos poemas. En este aspecto también fue ejemplo de su tiempo y profeta del nuestro. (ALH)

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