La Academia de la Historia de Cuba se inauguró el 10 de octubre de 1910. Entre ese año y 1962, varios matanceros formaron parte de esta institución.
En 1910 el secretario el Instrucción Pública y Bellas Artes, Mario García Kohly, propuso al presidente José Miguel Gómez la fundación de la Academia de la Historia de Cuba. El 20 de agosto de ese año se dio a conocer el Decreto Presidencial que dispuso su creación. En el preámbulo de la disposición se enfatizó que debía consagrarse a
“…hacer, de modo constante, las investigaciones, estudios e informes más eficaces para la conservación de todos los recuerdos históricos nacionales con resultado favorable”.
Se estableció que la Academia de la Historia de Cuba tendría carácter independiente, aunque adscrita a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Estaría integrada por un presidente de honor, en este caso el secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, un presidente efectivo y treinta académicos de número residentes en La Habana. Además, treinta académicos correspondientes residentes en las provincias o en el extranjero, un secretario y un bibliotecario.
La Academia de la Historia de Cuba se inauguró el 10 de octubre de 1910, con un solemne acto. En julio de 1914 se le concedió personalidad jurídica propia a la Academia y plena capacidad civil para todos los efectos legales. El primer presidente de la corporación fue Fernando Figueredo Socarrás, sustituido tras una corta etapa por Evelio Rodríguez Lendián.

Los objetivos de la Academia de la Historia de Cuba estaban dirigidos a investigar, adquirir, coleccionar y clasificar todos aquellos documentos que en mayor o menor grado pudieran ser una contribución al enriquecimiento de nuestra historia. Además, se preocupó por salvar los objetos que constituyeran recuerdos históricos. Organizó concursos, ofreció conferencias y publicó monografías, colecciones y documentos. Contó con un archivo compuesto por más de diez mil documentos, entre los cuales figuran originales de Carlos Manuel de Céspedes y Salvador Cisneros Betancourt y copias valiosas extraídas del Archivo de Indias, relacionadas con la historia de Cuba.
En 1919 apareció el primer tomo de Anales de la Academia de La Historia, bajo la dirección de Domingo Figarola-Caneda. Su último número apareció en 1956. También editó, entre 1944 y 1956, un Anuario que recogía en sus páginas las actividades y diversas cuestiones administrativas relacionadas con la institución. Desaparecida en 1962, su archivo y biblioteca pasaron al Archivo Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba y al Archivo Histórico de la Revolución.
Dos fundadores
Entre los fundadores de 1910 estuvieron dos destacados próceres matanceros, que habían tenido una relevante participación en las luchas por la independencia y la libertad. Ellos fueron el periodista Juan Gualberto Gómez Ferrer y el médico Eusebio Hernández Pérez. Ambos, sin embargo, tenían aportes al conocimiento de la historia de Cuba.
Juan Gualberto Gómez fue un baluarte en el combate por la igualdad racial en Cuba y el delegado del Partido Revolucionario Cubano en la isla. Tuvo un relevante papel en la organización del alzamiento del 24 de febrero de 1895 y él mismo, ese día, comandó la partida que se insurreccionó en Ibarra, Matanzas. Hecho prisionero, se le deportó a España. Al volver, sobresalió por defender el establecimiento inmediato de la República. Fue delegado a la Convención Constituyente de 1901, donde se opuso de forma tajante a la Enmienda Platt. Formó parte de la Academia de la Historia de Cuba hasta 1924.
Una de las obras históricas de Juan Gualberto Gómez fue La isla de Puerto Rico (Primera parte). Bosquejo histórico (Desde la conquista hasta principios de 1891) (1891), que publicó con Antonio Sendrás. Otros de sus libros fueron La cuestión de Cuba en 1884. Historia y soluciones de los partidos cubanos (1885), Un documento importante. Carta de D. Juan Gualberto Gómez (1885) y Las Islas Carolinas y las Marianas (1885).
Varias compilaciones recogieron algunos de sus trabajos históricos. Entre ellas Juan Gualberto Gómez: su labor patriótica y sociológica. Homenaje del Club Atenas (1934), Preparando la Revolución (1936), Separatista y rebelde (1937) y Por Cuba libre (1954). Escribió varios testimonios sobre sus vínculos con José Martí. Entre ellos “La Revolución del año 1895. Su preparación. Las expediciones de Fernandina. Una carta de Martí. La elección de la fecha” (1906). También “Martí, el inmortal” (1925) y “Martí y yo. La última visita. La última carta” (1933).
Eusebio Hernández colaboró, muy joven aún, con los alzamientos mambises en Jagüey Grande durante la Guerra de los Diez Años. Inició la carrera de medicina en 1874 y la concluyó en España en 1887. Participó en los preparativos de la Guerra Chiquita y estuvo implicado en el Plan Gómez-Maceo. Regresó a Cuba en 1894 y se consagró a la ginecología. Emigró a Nueva York en 1895. Desembarcó en Cuba en 1896, participó en varios combates y desempeñó cargos en el gobierno de la República en Armas. Fue electo en 1898 delegado a la Asamblea del Cerro y se le otorgó el grado de General de Brigada del Ejército Libertador.
En 1900 fue nombrado profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de la Habana. Participó en la fundación del Partido Unión Democrática y fue su candidato a vicepresidente en las elecciones de 1901. Durante la República se dedicó a su labor como médico y profesor, pero sobresalió por su defensa de las luchas estudiantiles y sociales. Fue electo en 1926 miembro de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana y de la Sociedad Obstétrica de Francia. Al parecer integró la Academia de la Historia de Cuba hasta 1921. Escribió varias obras históricas, entre ellas El período revolucionario de 1879-1895 (1914).
Los académicos de número
Trece años después de fundada la Academia de la Historia de Cuba ingresó en ella el primer matancero como académico de número. Este fue el profesor y humanista Salvador Salazar Roig, nacido en la ciudad de Colón. El discurso que pronunció para cumplir con el acto de ingreso, el 27 de septiembre de 1923, fue La gestión diplomática de Morales Lemus (1923). En nombre de la Academia le contestó el doctor Sergio Cuevas Zequeira. En 1925 pronunció el discurso «Elogio del Dr. Raimundo Cabrera y Bosch» y en 1930 “José Antonio Saco”. Mantuvo la condición de académico hasta 1939.

Ese mismo año, el 15 de noviembre, fue el acto de ingreso en la Academia de la Historia de Cuba del historiador José Antonio Rodríguez García. El discurso que leyó en esta recepción pública se tituló Sobre la vida y las obras del General Enrique Collazo (1923). Le fue contestado por el doctor Juan Miguel Dihigo. Fue autor del discurso “De la revolución y de las cubanas en la época revolucionaria”, que pronunció en 1930. Rodríguez García fue académico de la Historia hasta su muerte en 1934. Al fallecer, el autor de su elogio fue también Juan M. Dihigo.
Tres años después ingresó en la institución el prestigioso historiador y bibliógrafo matancero Carlos Manuel Trelles Govín. El discurso que pronunció, “Un precursor de la Independencia de Cuba: Don José Álvarez de Toledo”, se publicó en el volumen Discursos leídos en la recepción pública del Sr. Carlos M. Trelles y Govín la noche del 11 de junio de 1926 (1926). Le contestó, en nombre de la Academia, el académico Joaquín Llaverías.
Trelles también fue autor de “Matanzas en la independencia de Cuba”, discurso que pronunció en la sesión solemne celebrada el 10 de octubre de 1928. El día 18 de abril de 1950 la Academia de la Historia de Cuba le rindió homenaje, junto a los académicos Tomás de Jústiz y Juan M. Dihigo. El elogio a la obra del matancero lo pronunció José María Chacón y Calvo. Carlos M. Trelles dirigió los Anales de la Academia de la Historia de Cuba entre 1940 y 1942. Fue académico hasta su muerte en 1951.
Roque Eugenio Garrigó Salido, nacido en Cárdenas, ingresó como académico de número, en 1935. Lo hizo con el ensayo Reflexiones sobre la derogación de la Enmienda Platt (1935), al que dio contestación Tomas de Jústiz y del Valle. Su paso por la Academia de la Historia de Cuba fue breve, pues murió al año siguiente. El 17 de diciembre de 1938 se celebró una sesión solemne en su honor, donde Joaquín Llaverías se encargó de dar lectura a un elogio dedicado a su vida y obra. Fue autor de Historia documentada de la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar (1929), obra publicada en dos tomos que había sido premiada por la Academia en 1927.
El médico e historiador matancero Benigno Souza Rodríguez fue electo académico de número en 1939, condición que mantuvo hasta su muerte en 1954. El trabajo que presentó fue Biografía de un regimiento mambí. El regimiento Calixto García (1939). Para responder a este discurso fue designado Emeterio Santovenia. En la sesión solemne celebrada el día 10 de octubre de 1949, Souza leyó el discurso “El 24 de febrero, flagrante desobediencia a Martí”. El 21 de junio de 1955 se celebró una sesión solemne donde Joaquín Llaverías leyó un elogio en su honor.
Benigno Souza Rodríguez, un científico matancero entre la medicina y la historia
En 1944 entró a formar parte de la Academia de la Historia de Cuba el diplomático y escritor Cosme de la Torriente y Peraza. Para cumplir el trámite establecido presentó “Calixto García, estadista”. En esta institución pronunció el discurso “Juan Gualberto Gómez”, en la sesión solemne celebrada el 12 de julio de 1954 en homenaje al patriota matancero. Con motivo del homenaje nacional que se le tributó en 1951, la Academia de la Historia de Cuba publicó el volumen Por la amistad internacional, donde recopiló escritos y discursos del ilustre estadista. Torriente formó parte de la Academia hasta su fallecimiento en 1956.
Otro historiador matancero, Francisco J. Ponte Domínguez, que fue elegido académico de número en 1957, ingresó en 1960 con un trabajo titulado “José Teurbe Tolón”. La Academia de la Historia de Cuba había premiado en 1943, en el Concurso Extraordinario al Premio Rodolfo Rodríguez de Armas, su libro Historia de la Guerra de los Diez Años (1944). José María de Ximeno y Torriente también ingresó como académico corresponsal en 1960, con “La Compañía de Cómicos del País”. Ambos fueron académicos hasta que se clausuró la corporación en 1962. Ximeno se desempeñó como archivero de la Academia de la Historia de Cuba hasta 1962.
La historia de la Academia de la Historia de Cuba recoge, además, los casos de tres matanceros que fueron electos como académicos de número, pero nunca ingresaron oficialmente. Estos fueron el sabio naturalista Carlos de la Torre y Huerta en 1925, el abogado y político Domingo Méndez Capote en 1931, y el historiador cardenense Leopoldo Horrego Estuch en 1961. Este último tenía la condición de académico corresponsal desde 1951.
Los corresponsales
Existen evidencias de que uno de los primeros historiadores escogidos como académicos corresponsales por la Academia de la Historia de Cuba fue el anciano intelectual matancero Emilio Blanchet Bitton. Sin embargo, no se conservan más datos en relación con su ingreso y definitiva aceptación. Algo similar ocurre con José Auguso Escoto Castelló, relevante bibliógrafo yumurino, que fue aprobado como corresponsal en 1926, pero no se conoce si se hizo efectiva la incorporación a la institución.
En 1919 Carlos M. Trelles fue electo como académico corresponsal en Matanzas, su ciudad natal y donde radicaba en ese momento. Para hacer firme ese nombramiento, presentó el trabajo “El sitio de La Habana y la dominación británica en Cuba”. En 1926, asentado ya en La Habana, pasó a la condición de académico de número.
No existe claridad en la fecha exacta, pero alrededor de 1925 al cardenense Roque E. Garrigó se le escogió como académico corresponsal en Cienfuegos, donde ejercía como abogado. A tal efecto escribió el ensayo “Génesis y evolución de la doctrina Monroe”, que se publicó en 1925 dentro de los Anales de la Academia de la Historia de Cuba. En 1935 asumió como académico de número.
Otros matanceros recibieron la condición de académicos corresponsales en la década de los años 30. El primero fue José M. de Ximeno en 1932, para lo cual presentó el trabajo “Genealogía de las ideas separatistas en Cuba”. En 1960 cambió esta condición a la de académico de número. En 1936 lo hizo Pelayo Villanueva Valverde, el célebre historiador de Colón, con la monografía “La vida útil y fecunda de Don Fernando Diago y Tato del Castillo”. Por último, en 1937, Alfonso E. Páez también recibió el nombramiento de académico de número, esta vez con el ensayo “José de la Luz y Caballero desde el punto de vista científico”.
“La huella francesa en la historia de Cuba” se tituló el trabajo que presentó Francisco José Ponte Domínguez al momento de ser electo académico corresponsal en 1948. Dos años después, en 1950, lo hizo el profesor Edilberto Marbán Escobar, con la biografía “Don Emilio Blanchet: educador, historiógrafo, moralista”. El destacado historiador José Ángel Treserra Pujadas ingresó como corresponsal en 1951. Cumplió el requisito establecido con “Pedro Alfonso y del Portillo. Benemérito historiador de la ciudad de Matanzas”.
También en 1951 Leopoldo Horrego Estuch recibió la condición de académico corresponsal. El trabajo que presentó es una de sus obras más conocidas: “Emilia Casanova, o la vehemencia del separatismo”. Horrego Estuch tuvo la curiosa condición de ser el último matancero que ingresó como corresponsal en la Academia de la Historia de Cuba y también fue el último yumurino electo, en 1960, como académico de número.
Hasta su desaparición en 1962 la Academia de la Historia de Cuba realizó una fecunda labor de rescate de la historia de Cuba. Sobre ese legado se revitalizó la institución en 2010, un siglo después de su fundación. Su presidente en esta nueva etapa ha sido el doctor Eduardo Torres-Cuevas, quien falleció recientemente, el 31 de agosto de 2025.
