Desde hace algún tiempo, la impunidad se ha entronizado en nuestro entorno y lacera como espada de Damocles.
Los problemas aparecen a la vista de todos y los aceptamos como normales. Con naturalidad, incluso, nos volvemos hasta cómplices.
Y no hablo de aquellos cuya solución, por razones objetivas, se escapa de nuestras manos; me refiero a las conductas, los comportamientos que dejan mucho que desear.
Así vemos el robo en las pesas del vendedor, la música estridente sin consideración a los vecinos, la indisciplina vial…
Se suman las faltas de respeto a mujeres y ancianos; el lenguaje chabacano y vulgar, las violaciones de precios…
Son apenas ejemplos que constatamos a diario, pero hay otros y más graves que no encuentran una solución inmediata como ocurriría años atrás.
Hoy todo, o casi todo, se intenta justificar con las carencias de recursos y si bien la situación económica influye sobremanera, no justifica el inmovilismo de instituciones, organismos y ciudadanos en general.
Frecuentes se han vuelto los delitos contra el patrimonio, la violencia física, el robo con fuerza…, señal inequívoca de que muchas cosas andan mal.
Pese a existir en la provincia, como en todo el país, la estructura institucional contra las ilegalidades y los delitos, no es secreto que cada día la situación empeora.
En mi criterio, esa infraestructura merece una profunda revisión, pero igual debiéramos como ciudadanos revisarnos todos.
Esa actitud de que todo nos resbala, de que para qué denunciar si no ocurre nada, nos seguirá pasando factura.
Hay que seguir arremetiendo contra quienes incumplen con sus deberes, incluidos los responsables de que todo marche bien; hay que seguir luchando contra lo mal hecho.
Solo así lograremos que en nuestro entorno reine la paz y la tranquilidad que otrora tanto nos enorgullecía a los cubanos. (ALH)