El destacado químico y agrónomo cubano Álvaro Reynoso visitó el territorio matancero en varias oportunidades.
El agrónomo y químico cubano Álvaro Reynoso Valdés, nacido en Alquízar el 4 de noviembre de 1829, falleció en La Habana el 11 de agosto de 1888. Sólo contaba con 58 años de edad y dejó al pueblo cubano una obra científica verdaderamente monumental. Inició estudios de medicina, pero los abandonó para dedicarse a la química, lo cual lo llevó por los caminos de las ciencias agrícolas.
Se dedicó a investigar cultivo intensivo de la caña de azúcar, lo cual expuso en su principal libro: Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar (1862). También propuso también soluciones dirigidas a garantizar la diversificación de la agricultura cubana. En este sentido su labor fue precursora. Como parte de la intensa labor investigativa que desarrolló, Ávaro Reynoso visitó Matanzas en varias oportunidades.
En 1863
Álvaro Reynoso plasmó los testimonios de las visitas que realizó a varios ingenios cubanos en el cuaderno “Viajes por diversos ingenios, cafetales y otras fincas de la isla de Cuba (1863-1864)”. Este importante documento, inédito por casi un siglo, lo publicó Francisco Díaz Barreiro en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, en enero de 1980. Repasar los apuntes del célebre agrónomo, permite conocer las veces que estuvo en territorio matancero.
El 4 de enero de 1863 visitó el Ingenio Las Cañas, de Juan Poey, situado en Alacranes. No es raro que haya comenzado por aquí su viaje, pues este era uno de los principales ingenios azucareros cubanos. Inició los apuntes con una descripción del aparato de triple efecto construido por Forester, de Lyverpool, existente en el lugar. Después dedicó largo espacio al proceso de fabricación del azúcar, las variedades de caña que se cultivaban, el laboreo de la tierra y los rendimientos alcanzados.
Además, apuntó:
“Don Juan Poey fabrica en cada 24 horas de trabajo 100 cajas de a 18 arrobas incluyendo todas las clases. Fábrica azúcares de tres calidades y se prepara para hacer la cuarta: los últimos residuos son aprovechados como abono líquido”.
En otro momento comentó sobre las especies de plantas exóticas que existían en el lugar y lo hacían célebre:
“En esta finca existe el Flamboyant traído de Puerto Rico, igual al del Leonor Herrera y Convento de Belén. El de Pto. Rico un comerciante Quesada amigo de Odoardo”.
“Hay también mangos injertados (mango griffé) los cuales ha multiplicado Don J. Poey en otros mangos. Diversidad de naranjos. La pomme Swetter, naranjos de S. José. Cereza Dulce. Baobab. Unos frijoles de Lima tan ricos como los flageolets. La Majagua de Florida, de Puerto Rico. El Palo de Campeche. Paraíso. Cedro que lo dió Crabb de la Concepción”.
Dos días después, 6 de enero, Álvaro Reynoso llegó al Ingenio San Francisco de la Lima, en Cabezas, propiedad de los hermanos Gener y de su madre, Guadalupe Junco. Lo observado le animó a escribir:
“Buenos terrenos, buen cultivo. La caña cristalina se da bien y con un color, algunas veces, tal, que se confunden con la caña blanca. Se debe estudiar este terreno y la composición de las cenizas de caña. (…) Visité todo el campo que es muy bueno. Este Ingenio fabrica concentrado y ha regularizado de tal modo su trabajo que todos los negros descansan 7 horas de noche”.

El Ingenio Santa Rosa, en Sabanilla, propiedad de Domingo Aldama, fue el destino siguiente de Álvaro Reynoso. Allí estuvo el 12 de enero de 1863. Al parecer había estado días antes en el Ingenio Santo Domingo, en Unión de Reyes, también propiedad de Aldama. Esta es la razón por la cual señaló:
“Las cañas cristalinas que he visto en Sta. Rosa y sobre todo en Sto. Domingo ostentaban el color natural y primitivo que algo las acercaba a la caña de Otahití”.
Sobre una experiencia que tuvo en Santa Rosa y lo que aprendió, escribió:
“El día 13 hubo un gran fuego que quemó mucha caña parada. Yo asistí al fuego y tomé una lección de apagar los incendios. Las llamas se elevaban en los cañaverales algunas veces hasta 12 varas de altura: más arriba que las palmas. El fuego se trasmitía de un cañaveral a otro con gran prontitud”.
Aunque no aparece mencionado en el cuaderno de viajes, al parecer Álvaro Reynoso también visitó ese mismo año el Ingenio Concepción. También ubicado en Sabanilla, era igualmente propiedad de la familia Aldama. Allí pudo observar los ensayos de un arado de vapor. Al respecto publicó en El Diario de la Marina, el 9 de abril, el artículo: “Viaje al ingenio Concepción de los señores don Domingo y don Miguel de Aldama. Estreno del arado movido por vapor marca Fowler”.
Lo mismo sucedió con el Ingenio Conchita, pues en un trabajo publicado también en el Diario de la Marina, el 4 de febrero de 1885, que tituló “Extracción del jugo de la caña. La represión tal como se ejecuta en el ingenio Conchita, propiedad del excelentísimo Sr. D. Juan Pedro”, apuntó que ya lo había visitado en abril de 1863. También visitó, sin mencionarlo en el cuaderno, el Ingenio Unión, de Pedro Lamberto, en la jurisdicción de Colón. Así lo recordó en un artículo de 1885, donde planteó que lo conoció en 1863.

1884
Tras estas visitas, Álvaro Reynoso dirigió sus pasos a Vueltabajo, sobre todo la zona de Guanajay, y después a Trinidad. Volvería a Matanzas más de veinte años después. Así lo atestigua la segunda parte del cuaderno de viajes:
“A fin de este año [1884] comencé mis excursiones. Visité los Ingenios: Portugalete (San José de las Lajas) propiedad del Excmo. Sr. Don Manuel Calvo; San Antonio (Alquizar) del Excmo. Sr. Don Mamerto Pulido; Las Cañas de Poey; Santa Rosa y Santo Domingo, de Aldama; Majagua de Güell; Providencia (Güines) del Sr. Don Pascual Goicoechea. Como volveré a esas fincas tendré ocasión de apuntar lo que más me llamare la atención. También he ido a Matanzas y asimismo al potrero San Agustín (Benavides) de los tres Gener. He visitado el potrero de la Paz, de los tres Gutiérrez”.
Álvaro Reynoso visitó el Ingenio Conchita, de Concepción Baró, el 20 de enero de 1885. Acerca del viaje en coche desde Unión de Reyes, apuntó:
“Se deja el Ingenio La Rosa del Marqués de Montelo a la izquierda y el de los Quemados a la derecha. Llegué al Ingenio Conchita, donde estaban Don Juan Pedro y su hijo. La Conchita linda con Las Cañas, La Rosa del Marqués de Mantelo, La Esperanza de Oviedo y otro Ingenio que creo es de Olivera”.
La descripción que hizo Álvaro Reynoso de este ingenio estuvo signada por la admiración:
“El aspecto del batey es en extremo hermoso, por los edificios que contiene y por espacio que los separa. Está cercado con un muro de piedra. (…) La casa de vivienda parece ser un palacio había solo menester ser de alto, pues la planta baja es soberbia. Solo tiene cuartos altos correspondientes a la fachada. El recibimiento que se hace a los huéspedes indica la riqueza y educación del propietario”.
Sin embargo, identificó serias deficiencias que afectaban la producción:
“…se precipitan todos los trabajos de suerte que en definitiva no se hacen bien y el rendimiento no corresponde a los gastos de la instalación. Uno de los defectos principales es la falta de agua para las inyecciones. El enfriadero no es bastante grande”.
“No se abona. Encontré un montón de cenizas expuestas al aire libre. El campo no está malo gracias al buen año y a la extremada limpieza. Hasta las guardarrayas están chapeadas. Sin embargo, la baja graduación en medio de la seca actual indica que la caña está mal cultivada. Muy junta y no despajada”.
Otros detalles en relación con este ingenio aparecen en el artículo que Álvaro Reynoso publicó en el Diario de la Marina, el 4 de febrero de 1885. Tras la estancia en Conchita, Álvaro Reynoso se dirigió al Santísima Trinidad, propiedad del Conde de Casa Moré. Sobre la casa y la atención que le brindaron, apuntó:
“La casa de· vivienda es espaciosa y de arquitectura original. Está poco amueblada y sin ningún confortable. Aquello se parece a una fonda de campo. La comida fue excelente; pero, tan mal servida como se pudieron imaginar”.
En esta oportunidad, volvió a observar deficiencias que afectaban la producción de azúcar. Sobre este tema, destacó:
“La descarga del tacho al vacío se hace mal y la templa se deposita en gavetas o tanques de hierro de un tamaño excesivo. De aquí que el trabajo para llevarla al mezclador que debe repartirla en las centrífugas sea preciso hacerlo a mano. Estaban ensacando del modo más primitivo: les aconsejé la carretilla Clark, que creo comprarán”.
Otro ingenio matancero fue visitado por Álvaro Reynoso el 12 de febrero de 1885. Se trató del Carmen, de León Crespo, situado en Sabanilla. De esta instalación consideró que “…es bastante completa…”, mientras que el maestro de azúcar le “…me pareció inteligente”. Al día siguiente continuó viaje hacia el Santa Gertrudis, cerca de Cárdenas, del cual opinó que estaba “…bastantemente bien administrado”. Sobre esta visita publicó en el Diario de la Marina, el 20 y 21 de febrero de 1885, el artículo “Fabricación de azúcar. Ingenio Santa Gertrudis (a) San Fernando”.

Sobre “El ingenio Unión”, Álvaro Reynoso también dio a conocer un trabajo en El Diario de la Marina, el 29 de marzo de 1885. No aparece consignado en el cuaderno, pero lo visitó y pudo comprobar las buenas prácticas que allí se ejecutaban:
“Conocíamos este ingenio desde 1863. Acabamos de pasar algunos felices días en él y hemos podido estimar los perfeccionamientos que desde entonces se ha llevado a cado, tanto respecto al cultivo de la caña como tocante a la extracción de azúcar”.
Este fue el itinerario matancero de Álvaro Reynoso. Con seguridad, las visitas que realizó a los ingenios yumurinos le confirmaron las preocupaciones que siempre sostuvo en relación con el porvenir de Cuba como país productor de azúcar. Por esta razón, fue capaz de criticar lo que consideró no estaba bien y, al mismo tiempo, elogiar lo que consideró justo.