Este 28 de julio se cumplen 200 años del nacimiento de Francisco Jimeno, intelectual yumurino que encarnó la esencia de la matanceridad.
Nació en la opulencia el 28 de julio de 1825, con un nombre que recordaba un título nobiliario: Francisco María Nazario de Ximeno y de Fuentes. Heredó bienes y riquezas, que empleó en viajar por el mundo y aprender todo lo que pudo. Muy joven murió su padre y esto, mala señal, trastocó su mundo y los proyectos que tenía en mente. Intentó ser negociante, pero no pudo, pues ese no fue nunca un ámbito en el que se sintió feliz. Comenzó una carrera universitaria, que debió abandonar. Se refugió en el estudio, el saber, la erudición. Llegó a ser, sin quererlo, la imagen viva de la historia y el devenir de Matanzas en el siglo XIX. Al morir, el 11 de febrero de 1891, hacía años que firmaba, por modestia y realismo, como Francisco Jimeno.
La obra útil
Viajó por el mundo, como hicieron muchos de sus contemporáneos. Estuvo en pujantes ciudades como Nueva York y París. Visitó grandes museos y soñó con uno similar para Matanzas, sin pensar en condiciones ni contratiempos. A eso consagró la mayor parte de sus esfuerzos. Al volver, creó en su residencia un museo o gabinete que fue famoso. Coleccionó libros, periódicos, monedas, sellos de correos y de timbre, papel timbrado, objetos de valor y piezas naturales, entre otras muchas cosas. También sembró plantas exóticas. Hizo, a su alrededor, un pequeño mundo ideal.

Como tantos matanceros de su tiempo, rindió culto a las ciencias naturales. Pero, a diferencia de ellos, Francisco Jimeno no se ocupó de ejemplares raros ni de otros ámbitos o parajes. Se dedicó a investigar la fauna local, y así lo dio a conocer en una serie de artículos que tituló “Fauna matancera”. Descubrió y dio nombre a nuevas especies de caracoles, que otros se encargaron de divulgar. Reunió un amplísimo herbario, célebre entre los botánicos de la época, que el tiempo y la desidia convirtieron en polvo.
Bibliógrafo notable, se empeñó en completar la relación de libros publicados en Cuba, sobre lo cual publicó varios trabajos. También divulgó documentos históricos valiosos, que hoy son conocidos gracias a su esfuerzo al darlos a conocer como parte de un “Protocolo de antigüedades”. Compiló por varios años las “Efemérides cubanas”. Como si no bastara, investigó acerca de los huracanes ocurridos en Cuba, escribió un bello trabajo sobre el abra del Yumurí y profundizó en la protohistoria nacional con “Período prehistórico cubano”
Se dedicó a la historia local con fervor de hijo agradecido. Son clásicos los aportes que realizó Francisco Jimeno al conocimiento de hechos trascendentes de la historia matancera. Escribió sobre la fundación de la ciudad, la llegada de la imprenta, el combate de 1628 en la bahía, el primer barco de vapor, la epidemia de cólera, entre otros muchos temas. No hay historiador yumurino que no haya consultado “Matanzas, estudio histórico estadístico”, la obra cumbre que nos legó. Es un clásico su trabajo “Ciudades, pueblos y lugares que llevan el nombre de Matanzas”.
También fue economista y decidido partidario de la transformación científica de la agricultura cubana. En una época en que vivían agrónomos notables, fue el escogido para redactar el “Prólogo” del Tesoro del Agricultor Cubano. Escribió el censo agrícola de Matanzas y fue autor del censo de población de 1880. Sometió a severo y riguroso análisis el proyecto de creación de cincuenta ingenios centrales. Realizó una esmerada labor en la divulgación de la Exposición de Matanzas de 1881. Dejó monografías acerca del cultivo del café, el tabaco y la caña de azúcar.
En una ciudad de poetas y novelistas, Francisco Jimeno no dejó de hacer lo suyo. La conferencia sobre Miguel de Cervantes, de 1883, fue un himno a la españolidad de nuestros orígenes literarios. A figuras como Pepe Antonio, Félix Varela, Tomás Gener, José A. Saco, Alejandro Ramírez, las enjuició en su condición de biógrafo. Defendió la necesidad de crear un museo arqueológico cubano.
Sólo en un aspecto, quizás, faltó su lealtad a la matanceridad: no se desempeñó nunca como maestro. Ningún colegio ilustre de la ciudad lo tuvo en su claustro, jamás ofició en un aula, donde hubiese podido impartir clases lo mismo de ciencias, que de humanidades. Sin embargo, figuras como Manuel J. Presas y Carlos de la Torre lo tuvieron y reconocieron como tutor, por las enseñanzas que recibieron de él, al iniciar sus fructíferos caminos en las ciencias naturales.
La trayectoria vital de Francisco Jimeno fue, en lo esencial, el reflejo de la historia de la ciudad donde nació y vivió. Vino al mundo rodeado de riquezas, en el mismo momento en que Matanzas iba ocupando un lugar de avanzada en la producción azucarera cubana. Fue testigo del crecimiento urbano, de la intensa actividad comercial, de la degradante esclavitud.
Poco a poco, como mismo le sucedió a la Atenas de Cuba, fue perdiendo su fortuna. Malos negocios, crisis sostenidas, errores y hasta mala suerte, decidieron el destino de ella y de él. Tuvo que vender piezas valiosas de su museo y de su biblioteca. Enajenó parte de su tiempo al aceptar, por necesidad financiera, un puesto burocrático en el gobierno provincial. Perdió sus propiedades, como mismo Matanzas perdió su empuje económico. Tuvo hasta el dolor de ver morir un hijo. Joven aún, sufrió un accidente cerebrovascular que lo condenó a la postración hasta el final de sus días.
Sin embargo, igual que Matanzas, Francisco Jimeno nunca vio peligrar su prestigio intelectual. Siempre fue un referente por su modestia, que llegó al límite de lo imperdonable. Formó parte, a distancia, casi que cohibido, de prestigiosas instituciones. Alentó realizaciones diversas, siempre que su nombre permaneciera a la sombra, alejado de todo ruido mundano y pueril. Sólo por necesidad publicó parte de su obra, pues hubiese preferido pasar sin ser visto.
Era primo de José Jacinto y Federico, los Milanés, y tío de la célebre Lola María de Ximeno y Cruz. Fue compañero de los Guiteras: Patricio José, Eusebio y Antonio, también de Plácido y Benigno, los Gener. Estuvo entre los fundadores de la ciencia matancera, con Sebastián Alfredo de Morales, Manuel J. Presas y Joaquín Barnet. Amigo entrañable para Felipe Poey, Juan Cristóbal Gundlach y Antonio Bachiller y Morales. Cruzó cartas con Vidal Morales que leídas hoy, dan cuenta de la terrible decepción de un hombre vencido por las circunstancias, agobiado por la atmósfera venenosa de la esclavitud y sus consecuencias.
Legado en el olvido
En toda nuestra historia, una sola institución le rindió homenaje al llevar su nombre. Fue el Museo Jimeno-La Torre, que estuvo por décadas en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas. Desapareció hacia 1969 y sus valiosas piezas se vieron destruidas, desperdigadas o robadas. Poco pudo ser rescatado. La historia de Francisco Jimeno, implacable, volvía a repetirse.

Parece cosa de maldición, pero el nombre de Francisco Jimeno, de alguien que encarnó como nadie la historia, afanes y tradiciones de una ciudad, está sepultado en el olvido. Nada hoy lo rememora en Matanzas, su urbe tan amada. Ni un premio, ni una institución lo recuerdan, nada. Tras su muerte, el legado de este hombre único ha corrido la misma suerte que tuvo en vida.
Han pasado dos siglos del nacimiento de Francisco Jimeno. En ese tiempo se forjó lo que hoy se llama, con orgullo legítimo, la matanceridad. Para alcanzar este sentimiento intangible fue esencial la obra de este intelectual enciclopédico. El ejemplo de su vida encarna, como ningún otro caso en nuestra historia, la simbiosis entre la biografía de un hombre y los avatares de la época en que vivió. Matanzas le debe muchísimo a Francisco Jimeno. Quizás sea ya la hora, doscientos años después, de comenzar a pagar esa deuda.