“Ya todos en Limonar lo sabían: todos menos yo. Sentían que me miraban diferente, pero no tenía conciencia de la causa, y me preguntaba por qué me trataban tan raro. Dicen que pueblo chiquito, infierno grande: todo se comenta, y en realidad esas actitudes se debían al desconocimiento y al temor.”

Margeris combina hoy la blusa, saya y cartera con diferentes tonos de morado, color que proviene de la mezcla del azul y el rosa y simboliza la igualdad de género.

“Yo estaba a término del embarazo de mi segundo hijo, y era diciembre de 2001 cuando me realizaron algunas pruebas propias de ese período.  Todo comenzó a cambiar entonces. Me llamaron para repetirlas, luego me entrevistaron, las volvieron a repetir… Y sí, era positiva al VIH SIDA.”

Es uno de los pocos momentos durante la entrevista en que Margeris baja la vista. Estira el asa de la cartera y deja que sus manos vuelen y descansen finalmente en el brazo del sillón.

“En enero de 2002 me ingresan en el Hospital de Maternidad, y el 22 me realizan la cesárea. El padre de mi hijo vivía en La Habana, no estábamos casados y nos diagnosticaron casi simultáneamente. Él me informó como contacto, y yo a él. Fue un tiempo muy difícil: tenía a la niña de 9 años, ahora a un recién nacido con su padre también enfermo, y a mi mamá, que era mi sostén, se le declaró el cáncer.

“Yo estaba totalmente angustiada: el mundo había terminado para mí. Me encerré en mi desgracia, no quería mirar afuera ni saber de nadie. Pero mi mamá se negó a tratarse su enfermedad, porque decía que no estaba dispuesta a ver morir a una hija, y eso me obligó a superar mis emociones y dedicarme a la familia y a ella en particular. Falleció en el 2003.”

Margeris avanza en el recuerdo de aquellos años iniciales del milenio.

“Me quedé sola con mis dos niños. Saqué fuerzas, porque sabía que tenía que hacer por ellos. Hubo momentos muy tristes, como cuando los compañeritos de la escuela le contaron a mi niña que yo estaba enferma. Ella se puso rebelde, sus actitudes demostraban que tenía rabia por dentro, y fue difícil su tránsito por la secundaria.

“Yo sabía que tenía que continuar, aunque era impreciso si viviría mucho o poco. Así que me incorporé al trabajo y terminé mi licenciatura en educación primaria. En 2003 ya me había unido con Juan Carlos, también seropositivo, quien ha sido mi apoyo incondicional. A veces yo echaba para atrás, como que me daba por vencida, y él me empujaba. En estos 19 años hemos logrado combinar nuestros sentimientos y avanzar.

“Influyeron también los talleres que nos impartían sicólogos y dietistas, y que incluían hasta la legislación que nos protege. Nos enseñaron a convivir con el VIH SIDA, nos prepararon para proseguir con la vida.

“Muchos conocidos me alentaron, y otros me dieron la espalda. Todavía en los inicios de los 2000 había desconocimiento de las características de la enfermedad y sus vías de contagio. Con las medicinas sí hemos contado siempre, pero si te hablo de hoy, incluso personal de la Salud te mira distinto cuando dices que tienes SIDA. Por ejemplo, en las consultas de estomatología me dejan esperando y me atienden la última. Parece que pensaran que así protegen a los demás pacientes. Y eso duele.”

Margeris Milenis Valera Vera tiene 49 años, y lleva el morado no sólo en su ropa, sino en su disposición ante la vida. Hablar con ella recuerda el consejo de John Lennon, el Beatle inmortal, de que la vida debe contarse por sonrisas, no por lágrimas. A pesar de que su juventud fue azarosa, ha logrado rebasar sus secuelas y esta profesora de cuarto grado, guía de un grupo de estudiantes, funge también como coordinadora provincial del programa Mujeres en el Equipo Técnico VIH Sida en Matanzas.

“Tenemos coordinadoras en todos los municipios. Son seropositivas dispuestas a ayudar, enfocadas en que adquieran una visión diferente aquellas que no quieren tratar con otras personas ni que se conozca sobre su enfermedad. Algunas ni salen de sus casas, dejan el trabajo, se sienten abrumadas, y son entonces atendidas con preferencia. Se les imparten cursos sobre violencia y estigmas, para que entiendan mejor en qué situación se encuentran.

“Y sí, muchas sufren también de violencia en sus hogares, principalmente sicológica y por parte de sus esposos. Entonces les hablamos sobre el empoderamiento de la mujer y les facilitamos alguna ubicación laboral, para que puedan romper ese círculo vicioso, se adapten a sus circunstancias, se inserten plenamente en su medio y alcancen su bienestar.”

Los tiempos de pandemia le exigieron a su familia una mayor protección, pero tras el miedo de los primeros meses quedó la esperanza que les brindaba una adecuada protección. Y así eludieron la Covid 19, 20 y 21.

“Para las mujeres es más difícil tener SIDA que para los hombres. No quieren empezar nuevas relaciones para no tener que decirlo, en el trabajo les resulta más complejo convivir con el colectivo. Los hombres ven el problema distinto, tienen otra visión. Pienso que la mujer es más responsable en todos los aspectos. Y para los jóvenes solo hay un consejo: que se protejan, porque aunque mantenemos la esperanza aún no existe la vacuna contra esta enfermedad.”

Revolotean sus manos con una nueva energía, y refulgen sus largas uñas pintadas para simular un arcoiris. Habla entonces de sus soles.

 

 

 

 

 

 

 

 

“Mi hija, hoy con 29 años, me dio una nieta, un motivo bien importante para continuar adelante, y mi hijo, ya de 20 años, se encuentra actualmente en el Servicio Militar General.”

La imagen de Margeris es la de una mujer sana, dichosa y llena de vida. Ella no lo sabe, pero ese gran hombre que fue Mahatma Gandhi dejó escrito que la felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía.

“Claro que tengo muchos motivos para estar alegre: mis hijos, mi nieta, mi compañero, mis hermanos. Ellos me impulsan a seguir adelante, a luchar por mí y por todos. Con pensamientos positivos espantamos la tristeza y sí, puedo decirlo con seguridad cada día: he conseguido ser una mujer totalmente feliz.”

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